Cuando los hijos mueren..¡No Mueren!
Cuando hace 12 años en circunstancias trágicas murió mi hijita escribí estas líneas que hoy comparto. ¿Quién acaso, siendo padre, puede estar libre de esta descomunal tragedia? La experiencia vivida me obligó a transformar el dolor en letras y las letras en poemas que levanten aquel derrumbado optimismo y sean un aliento de fe y esperanza para la infinidad de padres que hemos tenido el penoso infortunio de sobrevivir a
nuestros hijos.
Estas letras las he recogido del charco inesperado de la muerte, de esa muerte que llegó de improviso; para que sean un himno de fe y de esperanza, que dormiten como poéticas plegarias en el regazo de la ausencia, a la espera de aquella aurora escurridiza que se esconde a través del tiempo y detrás de la muerte, pero que llegará a pesar de ella para hallar a nuestros hijos vivos llenos de vida eterna. Mi verbo, tal vez incendiario ayer, ha vagado enmudecido por los vericuetos senderos de la poesía en busca de las mejores geometrías
literarias; mi pluma ha vagado paralítica por las escarpadas geografías literarias en busca de un oasis que sacie mi desesperanza; en mi pecho remendado se han juntado la cardiaca sinfonía del amor y el dolor
y aquí estoy, en medio de tu ausencia, respirando el suplicio del recuerdo, sin geometrías y sin oasis, en la cresta dolorosa del taciturno oleaje de aquel fatídico junio. Cuando los hijos mueren no se convierten en cadáveres apilados en la vera del olvido, siguen siendo vida y energía enjaulada en las rejas de la muerte; no fallecen en la precocidad sus ilusiones, siguen siendo gritos detrás de la muerte y realidad a pesar de ella. No se marchitan sus capullos y sus rosas siguen siendo fragancia en la primavera del tiempo; no se oscurecen los infantes días de su vida, siguen siendo luz en medio de la noche; no se terminan tras el epitafio, siguen siendo prólogos abiertos; cuando los hijos mueren ¡No mueren!, ¡siguen siendo vida, recuerdo y esperanza!nCuando los hijos mueren se potencia el dolor y sólo la íntima convicción de que les hallaremos más allá de la vida, detrás de la muerte, llenos de vida eterna, nutre y oxigena nuestras ganas de vivir aún cuando se apaga la luz en nuestros citoplasmas, aún cuando enjaulan nuestros átomos en la nostalgia, aún cuando dibujan el tatuaje de su ausencia en nuestros pasos, solamente la ilusión de que nuevas auroras con sus escarchas saturadas de esperanza serán las noxas espartacas que galopen desafiantes en los martirizantes pantanos del recuerdo.
Cuando los hijos mueren abandonan la vida en su expresión corporal y se envanecen en el rutilante camino del misterio, otras dimensiones son testigos de sus gracias, otras brisas ondean su cabello; ya no son materia sujeta al recambio biológico, son espíritus que han escalado al inmenso bosque de los recuerdos, del reino, son fragancia y lozanía que flotan en el cosmos depresivo de nuestras algias, son energía que penetra en nuestros núcleos en busca del ayer ausente y del mañana, en busca del encuentro que se cumplirá mañana o pasado detrás de la muerte y a pesar de ella. Cuando los hijos mueren ¡No mueren! Ganan la gloria, el cielo, abandonan la oscuridad para llenarse de luz, escapan indemnes a lo absoluto; levanten el ánimo, padres, conviertan el dolor en fe; abran su corazón a Jesús, el amigo que escucha, consuela y da esperanzas, el Dios dueño de la vida que nos quitó lo que un día nos dio en medio de su misericordioso misterio sin recriminaciones ni odio a los culpables.
Natalie del Pilar Palacios Quito, aquí nos tienes, nutriéndonos de tu recuerdo con nuestra inmensa pena encadenada al ayer pero con la íntima y pública esperanza de hallarte viva, llena de vida eterna en medio de la brisa aquella que ondeaba tus cabellos para abrazarnos y besarnos como ayer y como siempre; no creas que el polvo del tiempo es polvo del olvido, si crees que eres una cruz de madera en aquel km. 679 de la Panamericana ¡Te equivocas!, si crees que eres lápida y reja en la tumba aquella ¡Te equivocas!, eres vida en medio del recuerdo, si crees que han muerto senectas mis nostalgias ¡Te equivocas! Sigo esperando lleno de fe una noche de junio con su luna blanca, muy blanca, como una redoma abierta, palio de perla y nácar para evanescerme contigo cuando llegue el alba.
Miguel Palacios Celi
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