¿Quién era Juan el Bautista?

Juan el Bautista es una figura de gran importancia dentro de la tradición profética en general y especialmente dentro del marco de las tres grandes religiones monoteístas.

Para el cristianismo en particular, muchos expertos aseguran sin vacilaciones que el Bautista es la segunda persona en orden de trascendencia, sólo superado por el mismo Jesús de Nazaret. Esta afirmación puede ser cierta, pero requiere de una mirada un poco más amplia que tiene que contemplar necesariamente el papel que sólo al cabo de una veintena de años iba a jugar el asombroso Pablo de Tarso.

Sin embargo nuestro conocimiento sobre este profeta viene dado fundamentalmente por los evangelios, que en un análisis neutral se deben considerar proselitistas y una breve mención en la obra “Antigüedades”, del historiador Flavio Josefo, que siempre ha levantado las sospechas de los expertos como añadido posterior de algunos autores cristianos, en su empeño de otorgar caché histórico tanto al perfil de Juan como al de Jesús.

Y pese a esto llegamos a la conclusión de que nuestra ignorancia sobre Juan es casi total. Para empezar, no es creíble la afirmación de los evangelios de que era primo de Jesús y eso corre un velo sobre su infancia y su juventud que se destapa sólo cuando aparece en las riberas del río Jordán llamando al arrepentimiento y avisando de una inminente llegada del Reino de los Cielos.

Ese mensaje apocalíptico combinado con las llamadas a la puesta en común de los bienes, y la aplicación de la liturgia bautismal, han hecho sospechar a muchos de un posible contacto de Juan con la secta de los esenios, durante el tiempo que anduvo errante por el desierto. Y verdaderamente esta afirmación si tiene base racional aunque quizás Juan no se identificó completamente con todos los principios de la vida esenia y al final decidió no recluirse en Qumrán y lanzarse a predicar su propia visión al resto de la población judía.

Su encuentro con Jesús en el río Jordán, un acontecimiento que podría parecer anodino a primera vista, marca el devenir de la historia occidental. Si el movimiento que ambos iniciaron tenía motivación exclusivamente religiosa, o también política, es otro de los misterios que rodean a estas dos grandes figuras. Hoy tenemos a quienes afirman que Jesús y Juan eran dos rebeldes nacionalistas zelotas. Es posible. Pero indudablemente su mensaje llevaba también un profundo contenido espiritual que inspiró a Pablo y los primeros cristianos.

Importante es también comprobar la evolución que sufre el mensaje de Jesús, que empieza su prédica en Cafarnaún copiando literalmente al Bautista: “Arrepentíos porque el Reino de los Cielos está al llegar”, pero que luego va sufriendo una evolución paulatina que lo lleva por unos caminos más educativos, con el uso de ejemplos y parábolas para llegar al corazón de la gente.

Juan predica también en contra de la escandalosa (para la época y cultura judía) e inestable vida emocional del tetrarca de Galilea, Herodes Antipas, que en clara transgresión de la ley judaica, se acababa de casar con Herodías, la ex mujer de su hermano Felipe, que todavía estaba vivo y era tetrarca de Iturea.

La vehemente crítica de Juan llenó el vaso de la paciencia de Herodías, y si hacemos caso a los evangelios, el destino quiso que su hija Salomé coludiera con ella para, después de un sensual baile que excitó a Herodes, pedirle la cabeza de Juan en una bandeja de plata.

Saltamos sobre el fuego en su honor en el solsticio de verano, muchos llevan su nombre de pila completo, nos mojan la cabeza de niños según un rito por él instituido, pero ignoramos casi todo de Juan el Bautista: ¿De dónde venía?¿Fue un maestro de Jesús o sólo un compañero?¿Que enseñaba exactamente?¿Pretendían Juan y Jesús hacer una revolución política contra la ocupación romana? Tenemos misterio para rato.