¿En qué dices que trabajas?
Olvídate. El mítico puesto de probador de colchones y sofás existe en pocas fábricas, y ya está ocupado. Ah, estabas pensando en el de probador de preservativos, ¿no? Tampoco es posible: en Durex España no tienen constancia de que existan en sus factoría española; si acaso, en la matriz de la multinacional, y como cosa esporádica. Si buscas empleos fáciles y poco habituales, mejor date una vuelta por los campos de golf de tu zona. Allí necesitan a alguien que se dedique a recoger todas las pelotas perdidas. Te darás unos buenos paseos llenando un cubo cuyo contenido se revenderá a los golfistas durante la siguiente jornada, previo paso por un lavado. Este y el de paseador de perros no son trabajos habituales, pero sí de esperar. Hugo Camacho, un boliviano de 35 años, saca unos 70 euros por perro y mes a cambio de ahorrarle a los vecinos de un barrio madrileño el periplo diario del can. “Lo más desagradable es recoger lo que tú ya sabes”, confiesa. Locutor de bingo, en cambio, es más calentito y menos desagradable, aunque contener la respiración mientras otros se forran también tiene su trago.
Probando, probando
Pero el gran ramo en auge es el que mencionábamos al comienzo: el de probador, probador de todo. A los paladeadores de comida, catadores de vinos y testadores de perfumes ya los conocemos. Lo que no sabíamos era que había gente dedicada a oler el sudor que otros profesionales esporádicos han producido en la “Sala de Calor” del laboratorio que la multinacional responsable de Axe tiene en Port Sunlight (Liverpool, Reino Unido). Tampoco habíamos caído en la cuenta de que algún valiente de la empresa Intamin tiene que probar por primera vez las atracciones y montañas rusas que sus ingenieros diseñan, por ejemplo, para el Disney World de California. Otro modelo de conejillo de Indias tiene más que ver con la paciencia que con el riesgo, aunque tampoco está exento. Experimentos como los de la Agencia Espacial Europea (ESA, por sus siglas en inglés) requieren de la participación de voluntarios como Pascal Delavaux. Este francés pasó 3 meses de 2002 tumbado en una camilla del Instituto de Medicina y Fisiología Espacial de Touluse (Francia), para investigar los efectos de la microgravedad en el hombre (Bedrest Study). No contentos con ello, ahora buscan reclutar voluntarias para repetir el experimento en la fisiología femenina: no hay más que escribir al programa Long Term Bedrest Study, comprobarlo y triunfar. Hay quien hace de ello una profesión: Dov Mickelson, un actor americano, es contratado con frecuencia para interpretar el papel de paciente en una escuela médica. Los alumnos deben adquirir experiencia en el tratamiento de enfermos en muy diversos escenarios, y Dov lo hace de maravilla interpretando (desde la mullida cama) a seres aquejados de todo tipo de males.
Al lado de esta experiencia, la emoción de los testadores de videojuegos es muy trepidante y apetitosa. Un betatester –así llamados–, como Isaac Barrón, pasa toda su jornada laboral jugando y anotando fallos del futuro Commandos Strike Force (Pyro Studios, España), o del juego que toque (unos 5 al año). Lo peor es que ni su pareja ni su familia parecen tomar en serio su profesión: “Muchas veces no entienden la dedicación que se necesita”, se lamenta este jugador empedernido de 26 años.
El sector tecnológico la verdad es que alumbra labores de lo más insospechadas. Hay filólogos que trabajan para Nokia y otras grandes marcas de teléfonos móviles, y cuya función consiste en que nuestro teléfono intuya correctamente, con sólo manosear el teclado, qué piropo queremos mandar a nuestra pareja en medio de un atasco. Una de dos: o son unos genios de la lingüística o nos repetimos más que un personaje de Woody Allen.
Cuando el muñeco eres tú
Y si un videojuego sale mal, ya no hay quien lo arregle, pero si tienes un juguete de toda la vida, siempre puedes acudir el viejo Sanatorio de Muñecos que aún sobrevive en la calle de Preciados de Madrid. Lo infumable es si el muñeco eres tú, como ocurre en parques como el de Port Aventura, donde actores en ciernes se sacan un sueldo de temporada –tan habitual en todos estos empleos– asándose vestidos de vaquero con acento de Cuenca.
La que debe estar harta de ver actores es Mari Trini Trilleros, visionadora de TVE, cuya labor es ver –“en muchas ocasiones, hasta 4 veces”– las películas y programas que su cadena ha comprado para emitir. En su jornada, nadie le quita 5 horas frente a un monitor vigilando que la copia no es defectuosa en cuanto a imagen y sonido, que el contenido no es hiriente o inadecuado, que la traducción es correcta, que el doblaje no parece una actuación de José Luis Moreno con su Monchito, y realizando la sinopsis y el pequeño informe que luego se pasa a la Prensa y a sus superiores. Con todo, lo que peor lleva es “realizar la calificación moral, que es muy complicada por lo subjetivo”, según sus palabras.
Claro, que no es un trabajo ni la mitad de repetitivo que el que realiza la empresa mayorista que sirve cebo vivo a Pesca Portillo, en Guipúzcoa, donde más de uno tiene la función de contar el número de gusanos de pesca que se mete en cada envase. Y para trabajos metódicos, esos tan frecuentes en los metros de China y Japón, donde hay agentes especialmente dedicados a empujar a la gente dentro del vagón. Allí también hay quien se ocupa exclusivamente de detener el tráfico en los pasos de cebra para dejar cruzar con seguridad a los conciudadanos. Asimismo, por seguridad, hay quien en las piscinas chinas toca un silbato cada rato para que todos salgan de la piscina y detectar así si alguien, entre la multitud de bañistas, se está ahogando.
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