Soy muy protector con mis cosas y a veces, incluso, hasta sobreprotector. Pero no hablo solo de las cosas con las que hay que serlo, como el oro, la plata, el dinero, el móvil o el coche, sino que también es objeto de ese instinto la comida. Como lo oyen; estamos en Navidad y algunos, como yo, queremos permitirnos algún capricho; y en mi caso ha sido una cesta de Navidad con pata de jamón incluida. Parece poco, pero sus buenos ciento y pico euros me ha costado y, bueno, aunque nadie vaya a entrar a robar (nadie lo ha hecho hasta ahora), yo me siento mejor si la guardo en un lugar seguro.
Suerte que tengo ese lugar. Estoy hablando de armarios de seguridad, que no hace mucho estuve buscando con la finalidad de comprarme uno. Mi obsesión no es patológica, pero desde luego sí sabía que se iba a calmar mucho si me hacía con uno de esos armarios; y así fue. Cuando el transporte me lo trajo a casa, me quedé maravillado: era un armario enorme, metálico y blindado; y no solo había suficiente espacio para meter la cesta, sino otras cosas que también necesitan una seguridad constante. Además, la comida al final se comerá, pero el dinero no (aunque hay gente para todo...).
Lo que si recuerdo es que me costó lo mío elegir un modelo entre tantísimos armarios de seguridad que había. No ya solo por el modelo, que aunque ustedes piensen que todos deben de ser iguales eso no es verdad; sino por cosas como, por ejemplo, la cerradura: ¿llave o código? Opté por el código, era mucho más seguro. Pero en resumidas cuentas les digo que sean cuales sean los modelos de armarios de seguridad que les gustan, los hay. Y a buen precio, eso que ni se dude.
