Los volcanes fuente de vida y potencia destructiva: Islas Canarias
Los volcanes, aunque conocidos y temidos por su potencia destructiva, son en realidad la mayor fuerza generadora de nuestro planeta. Durante el pasado mes de Diciembre, por ejemplo, en la isla del Hierro (Islas Canarias) la constante actividad sísmica con la que la naturaleza azotó el archipiélago durante los últimos 22 meses, terminó culminando en un alzamiento de la isla de 8,3 centímetros, lo que demuestra no sólo la gran potencia que se haya bajo nuestros pies, sino el proceso geológico que dio y seguirá dando lugar a la estructura del planeta en el que vivimos. De hecho, así es como nacen las islas, así es como se destruye y regenera la corteza terrestre.
Las islas Canarias cuentan con un gran número de volcanes, algunos de los cuales todavía siguen activos como el de la anteriormente citada isla del Hierro y el de Timanfaya; en la vecina Lanzarote. Si pudiéramos observar desde lo alto, a vista de pájaro, la estructura y forma de muchas de las islas oceánicas, nos resultaría evidente su origen volcánico y la importancia que estos sistemas geológicos ocupan en la dinámica terrestre.
Pero, ¿de qué proceso se trata?, ¿de dónde proviene esta potencia? Los volcanes son la parte más externa de un mecanismo interno conocido como tectónica de placas, una teoría geológica que explica la conformación de la litosfera, su división en distintas porciones o “placas” y sus desplazamientos y movimientos sobre el manto terrestre fluido.
Cuando chocan entre sí, las placas tectónicas provocan los seísmos y las erupciones volcánicas que acompañan el proceso conocido como orogénesis (formación de las cadenas montañosas). Asimismo, nos ofrece una explicación satisfactoria de por qué los terremotos y los mismos volcanes se concentran siempre en zonas determinadas de la superficie terrestre: las llamadas zonas de subducción (Anillo de fuego del Pacífico). Aquí el océano se encuentra sobre varias placas que friccionan entre sí acumulando tensión que viene liberada bajo forma de seísmo. Se trata de un proceso de destrucción y regeneración continuo: la vieja corteza terrestre se hunde en el manto mientras acumula presión y tensión que a continuación es liberada en superficie a través de fuertes movimientos sísmicos a los que pueden seguir erupciones de diverso tipo, o incluso tsunamis y maremotos como el que tuvo lugar en la región de Fukushima (Japón) en 2011.
De todas las erupciones que en la historia reciente del planeta podemos recordar –en el tiempo geológico que nos pertenece, por mínimo e insignificante que pueda ser- quizá la más espectacular y destructiva haya sido la de Pompeya (Italia), en la que la nube tóxica del Vesubio petrificó –en el verdadero significado de la palabra- perpetuando de esta manera su recuerdo, la entera ciudad y sus habitantes en el año 79 D.C, sin que éstos tuvieran el tiempo necesario para escapar alejándose del territorio. Las estatuas de piedra y ceniza que todavía hoy podemos observar en las ruinas del parque arqueológico constituyen espeluznantes testimonios de la tragedia.
Por lo que respecta el tipo de erupción volcánica, no todas provocan un efecto tan devastador como la del Vesubio. Suelen clasificarse según tengan o no una emisión de gases de mayor o menor potencia y se conocen con el nombre del por así decirlo volcán modelo: de esta forma podemos hablar de erupción de tipo hawaiano como la del Mauna Loa con ríos de lava fluida que descienden por las laderas de la montaña, de tipo Stromboliano con explosiones intermitentes de lava basáltica que salen despedidas de un solo cráter y de pocos minutos de duración, o de tipo Pliniano que reciben este nombre en honor del naturalista romano Plinio El Anciano, muerto durante la erupción del Vesubio. Este último tipo de erupción se caracteriza por su extraordinaria fuerza, la continua expulsión de gas con su correspondiente producción de ceniza volcánica capaz de cubrir largas distancias y destruir todo a su paso, dadas las elevadas temperaturas de su nube tóxica
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