Es Arte la joyería?
Habrá quien piense que la joyería es un arte menor, ya en otro artículo he expresado que no es esa mi opinión, pero vendrá bien intentar abundar sobre la cuestión.
Quizás el, a mi juicio, más grande joyero del que tenemos datos históricos fiables y recientes: René Lalique, otros preferirían a Fabergé o Tiffany, puede servirnos de ejemplo. Lalique no solo diseña y elabora en su taller piezas de excepcional belleza, sino que también investiga y utiliza técnicas y materiales innovadores y poco frecuentes: vidrio, latón...
Pero, además lo hace desde la integración en una corriente estética coherente con su tiempo: el Art Nouveau. Esta integración obviamente no es original puesto que la joyería siempre ha estado acorde al momento artístico e histórico en que se ha mostrado útil al boato y rituales que exige el Hombre, pero en Lalique, como en otros después de él si bien solo parcial y ocasionalmente: Picasso, Dalí, Giacometti, Gargallo, Braque, Man Ray, De Chirico…, ya hablamos de un autor que decide expresar el modo de entender su arte no esculpiendo, pintando, construyendo, escribiendo o musicando la materia, sino dedicando su talento a lo que mostrará sobre la piel una dama o un caballero para admiración y envidia del observador que también lo haría suyo.
Siendo ya un arte claramente burgués, al alcance de ricos y no tan ricos, la orfebrería de Lalique también refleja una versión estética que se abre a la posibilidad de extender su disfrute a quienes pueden permitirse un desembolso razonable para tener una joya atemporal. Es cierto que hasta la industrialización de la joyería esta no se ha convertido en accesible a casi cualquiera, en especial con el usar y tirar que implica la bisutería y la utilización de materiales no tradicionales y de bajo coste, aparentes y fácilmente devorables por la moda y tendencias del mercado, que es lo que las empresas desean con más ahínco. Esa no es la intención de artistas como Lalique, pero ayuda a la reflexión sobre Arte e industria. Para la industria lo fungible y desechable es un fin en sí mismo, pero no solo eso, también satisfacer la pulsión irrefrenable de poseer cristales de colores con abalorios que decoren hoy y se desvanezcan mañana. La joyería concebida como Arte, con mayúsculas, no ha de ser necesariamente inasequible por su precio, sino más bien determinada por la intención del artista de no masificarla ni convertirla en un bien de consumo más. Confeccionar piezas únicas es voluntad del artista no del mercado, se podrá ser más o menos hábil como artesano, pero lo importante es la actitud creadora y no la perfección técnica de las piezas.
Resulta evidente que el artista ha de ganar suficiente dinero con sus obras para vivir dignamente, o al menos intentarlo, pero ese debate interno entre Arte y pragmatismo no es un obstáculo insalvable para seguir considerando su realización como una expresión artística en igualdad con otras más populares o respetadas, tanto es así, que muchos escultores, pintores e incluso arquitectos rechazaron diseñar joyas y otros fracasaron al intentarlo.
La producción industrial crea objetos estéticamente adecuados a las modas, devora los orígenes culturales y expresivos fusionando marketing de marca y objeto decorativo que emula lo auténtico y lo pervierte anteponiendo adhesión al icono de la empresa a su verdadero valor. Lo importante no es la nobleza del material empleado, ni el concepto y entronque cultural y artístico con que se concibe, sino que sea vistoso y aparente y permita al consumidor identificarse con los "valores" de la marca: confianza, placer, éxito, distinción...
De esta manera se ha ido vulgarizando el gusto de las mayorías hacia un funcionalismo adocenado en que el oro y la plata se exhiben rodeados de pedrería sin que añadan valor simbólico alguno a las piezas ni hagan distinguir a quien las porta del resto de “series” creadas año tras año para satisfacer esos mercados. No se trata, siquiera, de que cada cual tenga una reproducción razonablemente impresa de la Gioconda de Da Vinci o los Girasoles de Van Gogh en el salón de su casa, solo que se adorne con lo que tiene los escaparates de las grandes cadenas de almacenes y joyerías sin atender a tendencias ni aportación artística estimable de clase alguna, de esa manera se prescinde de la capacidad cultural de la joya para sustituirla por un bien de consumo sin sentido ni pasión.
En la Joyería concebida como Arte las joyas cumplen una función no solo decorativa sino antropológica e identitaría, razón de su origen místico y simbólico que queda, con esta estrategia del mercado, sustituida por un subproducto que, en el mejor de los casos, se valora “al peso”: a más oro y piedras mejor, sin importar su originalidad o interés por sí misma.
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