De la máxima al retruécano y de ahí a la autoestima con el amor al prójimo

Jesús decía, como un mandamiento: Amarás al prójimo como a ti mismo. O sea que tenemos, por mandamiento del Mesías, que amar a los otros. Pero esto se puede convertir en un gran problema si no nos adentramos en algunos recovecos de la frase ¿Acaso puede amar a los otros aquel que sufre de pobreza material hasta tal punto que no ve la salida por una puerta mejor en este mundo? ¿Puede amar a su torturador desde la cámara de suplicio el torturado que se cree portador de las nuevas ideas y que éste trata de acabar? ¿Puede amar el hijo abandonado que ha sufrido la intemperie de la vida en solitario sin un guía y sin un ejemplo cayendo y levantándose por si solo? Estas son algunas de las miles de preguntas que pudiéramos hacernos al meditar sobre un mandamiento que constituye la esencia de la nueva propuesta que hace aproximadamente 2000 años nos dijo aquel que intentó destruir una religión que no representaba ya lo mejor de la humanidad. Queremos guiar al lector hacia nuestra interpretación haciéndolo participe de mi razonamiento. Pero primero quiero aclarar que mi propuesta no tiene como intención el proselitismo religioso sino la admiración filosófica por una frase que a mi juicio debiera ser un punto de meditación para todo aquel que pretenda interaccionar con cualquier motivo o interés con lo demás. Además, la estrecha propuesta que hago aquí es sólo dentro del campo de la autoeducación, por lo que mi única pretensión (quizás algo vanidosa) es la de consejero espiritual.  

Veamos el mandamiento por ahora sólo en su aspecto lógico estructural. Vemos dos elementos de la acción amar: primero yo, o sea, el que debe amar, luego el prójimo, esto es al que se debe amar. Sin embargo hay un nexo condicional y es como a ti mismo. Sin esta condición no se cumpliría el mandamiento. A mi juicio los mayores errores de interpretación están en la no comprensión de la condición.

He oído muchas veces que las personas aconsejan amar a los otros y muchas veces he oído que constituye una obligación desde el punto de vista de la fe y sobre todo desde el apego a los textos sagrados del cristianismo. Sin embargo casi siempre he visto que esto presupone una obligación moral del que debe amar al que debe ser amado. Hasta ahí todo parece estar formalmente correcto. Ahora, debiéramos fijarnos en que cosa dice la ciencia con relación a la capacidad de amar que tienen los humanos a sus semejantes y cuáles son las cosas que limitan esta capacidad de amar. Quiero que el lector vaya haciendo sus propias conclusiones en la medida que las analicemos aquí, aunque lo hagamos de manera muy breve.

En primer lugar los psicólogos nos han dicho que las personas de baja autoestima tienen más inclinación al odio, al rencor y otros sentimientos negativos que los que se estiman en la justa medida de sus capacidades y habilidades. En segundo lugar no hay una correspondencia fatal entre la historia personal de los sujetos, sus éxitos y desgracias y su autoestima. Se conocen quienes son feos, lisiados o tiene algún otro problema grande y su amor para sí mismo, por laguna razón que puede ser la compensación en algunos casos, es adecuadamente elevado. Por la misma razón hay personas bellas y hermosas que tienen hasta fortuna personal y carecen de la normal autovaloración. Creo que no es la biografía de ciertos hechos que hayan afectado al sujeto la responsable de esto sino la educación y autoeducación de los sentimientos hacia sí mismo la que ha dado por resultado esto. Y aclaro que los que se aman en grande a sí mismo pueden estar en cualquier lado de esta balanza. En tercer lugar el amor hacia otros es una manifestación del conocimiento de este sentimiento reflejado primero como amor por uno mismo.

Amarás a los otros como a ti mismo quiere decir que debo amarme a mí mismo también porque de lo contrario nada podría hacer por los otros. La condición lleva necesariamente hacia atrás, hacia el sujeto gramatical el sentimiento. De esta manera sería lo mismo decir: Te amarás a ti mismo como a los otros.

Yo les digo a los que no se aman a si mismo lo suficiente, sea cualquiera su doctrina espiritual, que observen su singularidad en este mundo. Cada uno de los seres individuales que somos tenemos desde el punto de vista biológico unas características que nos hacen distintos a los demás que van desde nuestras huellas digitales hasta nuestra constitución genética. Si somos individualmente únicos e irrepetibles entonces ya tenemos el primer elemento para sentir que somos grandes en este mundo diverso. Eso trae implícito un mensaje: Para algo grande estás en este universo. No puedo decirte a ti estimado lector para qué cosa grande estás tú aquí por la misma razón de que eres diferente, de alguna manera al resto de la humanidad. Eres no generalizable. Debes descubrir tú mismo a qué se adecua esa singularidad, qué logros puedes obtener. Si te encuentras a ti mismo te amarás y si te amas a ti mismo podrás encontrar la manera de perdonar a los otros y con eso ya comienzas amarlos.