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Apreciación artística desde la mente de un ignorante

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He salido de las sombras. He salido del letargo. La lucha me ha resultado cansada, molesta, inútil, y he estado a nada de desistir. La duda me ha carcomido y, por infortunio, las respuestas son inexistentes… ¿Para qué hacer arte? Igual tengo clarísimo que todo ser es un artista. El arte es expresión; ¿De dónde nos sentimos con el derecho de catalogar como artista únicamente a aquellos que conocen la hipérbole y las semicorcheas? Eso, para empezar, es algo que definitivamente me ha enervado desde que empecé a observar el mundo. Pero en fin, supondré que es solo una manera sencilla de identificar a músicos, escritores, pintores, cineastas, bailarines, arquitectos y escultores… porque para artistas de un corazón más elevado ya hay adjetivos como “asesinos”, “aviadores” e “ingenieros”, por ejemplo.

Digo que he salido porque hay algo con el arte que no me queda muy claro: ¿Empiezo a ser artista cuando escribo mi primer verso o publico mi primer libro? Me parece que los únicos artistas que son reconocidos por esa identidad es porque poseen premios, fama y su nombre inspira superioridad. Eso, inevitablemente, me hace pensar que el “arte” no es más que una pseudocompleja forma de agrandar nuestro ego y elevar nuestro nombre. Tengo más dudas… ¿Es un artista más profundo el que pinta un cuadro surrealista con enigmáticas proyecciones psicológicas o lo es aquél que secuestra a una mujer para luego violarla, después matarla y finalmente comérsela? ¿Realmente existe una profundidad superior a otra en este gran laberinto de la expresión? ¿Por qué esa patética ilusión de querer ver al arte como algo impecable y bueno?

No me siento aún con la capacidad de fundamentar lo que a mi gusto es la naturaleza humana, pero si algo me parece evidente y casi tangible, es el hecho de que no todos actuamos con los mismos intereses. Tal vez con años de análisis concluyamos en que definitivamente todos los humanos actuamos con tal de alcanzar un mismo fin, pero escribiendo desde mi mente en desarrollo, me atrevo a decir que los actos de algunos comparados con los de otros, parecen tener un trasfondo muy diferente. Explico esto para deshacerme de esa cruel e infundada connotación que le atribuyen al arte… esa que lo relaciona con algo bueno que busca la paz. La relación surge cuando vemos en perspectiva a los llamados “artistas”; así como unos, esos que poseen un espíritu que anhela ver mundos felices, construyen su obras  y sus acciones con el fin de mejorar el mundo, así hay artistas cuyos fines son violentos, racistas, sangrientos, humillantes y revolucionarios. Nuestro eterno afán de ser buenos y acabar las guerras, me parece un grito desesperado que hace nuestro corazón para decirnos a nosotros mismos: ¡Existencia mia, niégate!  Como dije, no me siento con la capacidad de fundamentar mi idealización de la naturaleza humana, pero así lo veo yo. De ahí que busquemos en el arte una forma más sublime y difícilmente rebatible para decir que nuestra expresión siempre buscará la bondad.

La apreciación del arte siempre será falsa, mediocre y carente de pasión, hasta que nos logremos librar de ese brutal apego a la vida y a la moral. Las sociedades adoptan leyes, costumbres, tradiciones y acciones relacionadas con lo ético, pero enfermar nuestra mente con esos pensamientos que nos hacen creer que lo correcto y aceptable se encuentra únicamente en hacer el bien, nos vuelve seres ofuscados los cuales se conforman con la pasión medida; seres ciegos cuyos actos más pasionales son esos que no se meten con códigos de conducta ni moral.

El psicótico, que por sentir limitado el papel, las notas, el óleo, etcétera, debe expresar sus traumas, sentimientos e impulsos, mediante el asesinato de un joven empresario de veinticinco años, está creando una obra de arte que no se limita a lo bien visto como pinturas, libros o bailes folclóricos. Es injusto decir que “eso no es expresión pasional; es únicamente violencia y disfunción mental”… porque bueno, claro que también sería una premisa acertada, solo que al poseer ese “únicamente”, niega la cualidad del acto para ser algo más como “brillante obra de arte”, “acto pasional digno de un artista cuya máxima prioridad es la expresión”.

En fin, pienso que la única manera de poder conocer, para después ser capaces de apreciarlo en cuanto a perspectivas, es universalizando lo que nosotros conocemos como arte. No poniéndole crueles cadenas al limitarlo a tristes expresiones artísticas cuya pasión no puede traspasar la barrera de “escribir”, “filmar”, “fotografiar”…

La paz de paces solo puede surgir cuando vemos a la vida con desprecio y humor. Jamás podremos conocer la paz en la vida si no la vemos como lo que es: Un instante que a duras penas vale la pena presenciar, y que, aunque nos duela en el espíritu, todo lo que hagamos (Revoluciones, edificios y obras de caridad, por ejemplo) es en vano.  Cuando vemos a la vida con indiferencia, sabiendo que todos los apegos que puedan surgir son irrelevantes a la vista del tiempo, podemos tomar las guerras como simples almohadazos, los terremotos como si los pueblos afectados se hubieran subido a un trampolín muy divertido, y, a la tragedia en general, como un fenómeno que pese al dolor que causa, se irá como los momentos felices.

Yo sé que todo lo que escribo en cuestión a la “fugacidad de la vida” es un notorio reflejo de mi mente causado por el sufrimiento en el que he vivido. Y sí, casi estoy seguro que luchar por ver a la vida como la veo, no es más que la redención que encuentro. Ahí, justo en ese pensamiento, se redime mi extremo apego a mi hermana, mi preocupación perpetua por no ser secuestrado, y el dolor que siento al ser incapaz de tener una novia bonita, masoquista e inteligente. Pero pese a notar que es una clara salida a mi desgracia, me percato que no estoy falto de razón al idear esto. Es un hecho que la vida es eso, ¿no? Digo, a alguien que no sufre tanto, que tiene una novia linda que le hace sexo oral todas las tardes, y no se ha puesto a pensar mucho sobre si realmente existe la posteridad, puede que le cueste más darse cuenta que la vida, incluso con los “éxitos” que la acompañan, no vale la pena. Escribo eso no con el afán de caer en una falacia diciendo que aquellos que no son tan desdichados, o que al menos no se han dado cuenta de su desdicha, sean incapaces de cuestionarse si realmente la vida vale mucho la pena; pero sí digo, que satisfaciendo todos nuestros placeres inmediatos, el conformismo mental que nos trae la pasión puede no dejarnos tanto tiempo para pensar en cosas tan irrelevantes que sobrepasan el borde de “vida”.

Pues bien, continuando con mi idea (Y espero que se disculpe mi poca capacidad para estructurar correctamente), creo firmemente que la única manera justa y digna de apreciar el arte, es siendo conscientes de lo miserable y efímera es nuestra existencia. Solo habiendo asimilado esta aparente realidad, podremos ver en cada esquina, en cada antojito mexicano, y en cada desodorante, una indiscutible obra artística. Al no estar conscientes de que todo se desvanecerá, no somos capaces de admirar la grandeza en cada una de las cosas.

“Viví esperanzado. Veía la posteridad como el esquizofrénico que ve monstruos. Ahora en el ocaso, con el tiempo aplastando mi existencia y el infinito abriéndome los ojos, he aprendido a observar. Cada detalle en los cuartos, cada gota del diluvio, y cada respiro de mi alma, son abismos hondísimos donde alguien capaz de observar como yo, puede perderse”.

 

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