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Filosofía: una opción profesional más viva que nunca

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Todo el mundo tiene una Filosofía de la vida. Desde pequeños, formulamos múltiples preguntas acerca de muy diferentes cuestiones, lo que muestra claramente que todos poseemos un deseo natural de saber, de investigar sobre los enigmas del mundo y resolver las grandes cuestiones que nos inquietan día a día. La experiencia es, para la mayoría de las personas, la gran maestra en estos quehaceres; no obstante, en algún punto del camino, algunos sienten con fuerza la necesidad de hacer una pausa, de serenar la mente y dedicar un tiempo a la reflexión sistemática, a pensar detenidamente sobre el sentido de la existencia y a tomar las decisiones necesarias para conducir sus acciones de manera que los acerquen cada vez más a lo que desean, a lo que piensan que les dará la felicidad. En una palabra, experimentan la necesidad de conocer y desarrollar metódicamente el arte de vivir.

Es un hecho que, para algunas personas, esta tiene una cara amenazadora y conlleva la fama de ser un estudio aburrido o incomprensible; incluso, en plan de broma, se ha definido como “la ciencia con la cual, por la cual y sin la cual, te quedas tal cual”; y, de paso, es preciso decir que algo de cierto hay en ello, pues el aprendizaje y la práctica filosófica requieren disciplina, constancia y reflexión y no podía ser de otra forma; las preguntas que se formula no son fáciles y las respuestas que busca, tampoco lo son, por tanto, es necesario desarrollar el hábito de la lectura atenta, la práctica de la escritura académica, la mirada crítica para analizar los textos y el orden y la agudeza mental para exponer los pensamientos de manera clara y con fundamento; por ello, alguien ha dicho, en plan de menos broma, que “no hace Filosofía el que quiere, sino el que puede”.

Sin embargo, sobre todas las cosas, lo realmente indispensable para tener éxito en la aventura filosófica es conservar una gran curiosidad y mantener intacta la capacidad de asombro y el deseo de saber; en resumen, no requiere nada más que la propia naturaleza no se haya encargado de proveernos de manera suficiente. La filosofía no es una actividad de genios o de individuos dotados de habilidades especiales; no es un patrimonio de clases sociales; no es cuestión de sexo o de creencia religiosa, ni siquiera es un asunto de coeficiente intelectual. Es, por el contrario, una expresión libre de personas inquietas, entusiastas y amantes de nuevos horizontes, de seres humanos de espíritu joven que no se conforman con lo establecido y aceptan el desafío de pensar, de ir más allá de los estándares sociales que limitan a la mayoría de la gente y de arriesgarse a vivir en plenitud y de acuerdo con su estilo personal.

Así pues, cada vez que alguien se ha detenido un momento a pensar y se ha formulado preguntas como: ¿Qué es lo correcto en esta situación? ¿Por qué a algunas personas les va bien y a otras parece que todo les sale mal? ¿Hay algo después de la muerte? ¿Tiene sentido la honestidad en un mundo corrupto?, y otras tantas parecidas; si alguien ha sentido la inquietud de investigar sobre el sentido de su vida; si le preocupa la situación del país y se pregunta si es posible un cambio; entonces, sin duda alguna se puede afirmar que es un filósofo, pues tiene la semilla de la curiosidad por desentrañar el sentido de la existencia y ha empezado a comprender en su propia experiencia el significado de la frase de José Ortega y Gasset: “esta es una cosa… inevitable”.

Y si, además, se trata de un joven que está terminando la preparatoria y se encuentra en ese momento de la vida en que las grandes cuestiones se resumen en la pregunta ¿qué carrera estudiar?, entonces, definitivamente,  ésta tiene una palabra importante qué decir y es probable que sea lo que está buscando.

En primer lugar, la actitud filosófica que ya se posee plantea la invitación a pensar las cosas detenidamente. Elegir una profesión es un asunto que vale la pena meditar con calma y decidir hasta contar con los elementos suficientes, pues no solo involucra el tema del trabajo que podrá encontrarse más adelante sino, ante todo, tiene que ver con los pasos que empiezan a darse, desde este momento, para poner la vida en las propias manos y encargarse por uno mismo del asunto más importante de todos: la propia felicidad.

He aquí el asunto principal del que tratan todos los sistemas filosóficos y todas las teorías que, desde hace miles de años, han surgido en el horizonte del pensamiento humano y que se enseñan en las aulas de la Universidad; Buda dijo, en este sentido: “los carpinteros dan forma a la madera; los flecheros dan forma a las flechas; los sabios se dan forma a sí mismos”; y esta afirmación sigue siendo tan verdadera e inspiradora hoy como hace 25 siglos: de lo que se trata, en el fondo, al estudiar esta, es de aprender el arte de vivir y, por supuesto, hablando del asunto profesional, de desarrollar la creatividad necesaria para convertirlo en la propia oportunidad de trabajo. 

Llegados a este punto, las cosas se ponen interesantes y algo complicadas: si un joven ha sentido la inquietud filosófica y la ha manifestado a sus papás o a sus amigos, existe una posibilidad muy alta de haber encontrado caras largas y ceños fruncidos y recibir en respuesta frases como: “estudia algo que deje dinero” o, de manera más cruda: “de filósofo o filósofa, te vas a morir de hambre”; de manera que resulta muy importante para el proceso de decisión que comentamos, saber con claridad en qué ámbitos del mercado laboral puede desempeñarse un egresado de esta materia.

La opción más conocida y clásicamente desempeñada por los nuevos filósofos es, sin duda, la práctica de la docencia; esto no es casual y conviene decir unas palabras acerca de ello, pues hay personas que tienen la idea negativa de que un graduado en esta disciplina tiene que dedicarse a dar clases porque “no le queda de otra”, como si ocuparse en la enseñanza fuera la última salida ante la carencia de mejores oportunidades de trabajo. No es así; por el contrario, el vínculo entre la esta y la educación es, tanto histórica como esencialmente, natural y digno de resaltarse.

Nadie mejor que Platón lo ha ejemplificado mediante su célebre alegoría de la caverna, en la que vivamente nos invita a imaginar la situación de unos hombres, prisioneros desde niños en una obscura cueva, que solo pueden ver las sombras proyectadas por una fogata en una pared que, a manera de pantalla, solo les permite contemplar las siluetas de las personas que transitan por un camino cercano, cargando diversas mercancías; los cautivos escuchan sus voces, pero no pueden voltear a ver quiénes las emiten, pues están inmovilizados, de manera que creen que provienen de las sombras.

Si uno de ellos fuera repentinamente liberado y se le obligara a voltear y caminar hacia la entrada de la cueva, la luz heriría sus ojos y sería incapaz de observar los objetos auténticos, que ahora estarían frente a su mirada. Más aún, si se le forzara a arrastrarse fuera de la caverna y fijar la vista directamente en la luz del sol, el resplandor sería tan intenso que no podría ver nada en absoluto y tal vez pensaría por un instante en regresar a la seguridad de las tinieblas conocidas; sin embargo, al acostumbrarse a la claridad, al contemplar los objetos poco a poco y, finalmente, al observar directamente la luz que los hace visibles, comprendería por fin la verdad de las cosas.

En este momento del relato, Platón nos transmite su certeza de que aquel hombre, en medio de la felicidad que experimenta por sentirse liberado y disfrutar del gozo del conocimiento, pensaría con nostalgia en sus compañeros de cautiverio. Este es el elemento central de la narración y nos transmite con toda su fuerza la convicción de que la alegría que produce el saber algo nuevo, va acompañada de modo necesario por el deseo de comunicarlo. Emilio Lledó señala con atino que la solidaridad es un destino implícito en la esencia misma de la vida intelectual, de tal manera que, si bien el regreso del prisionero al sitio de su cautiverio es más doloroso todavía que el proceso de su liberación, decide emprender el viaje de retorno, consciente de que solo la conciencia colectiva le puede dar realidad y sentido legítimo a lo contemplado.

El amor a la sabiduría, por tanto, no puede nunca desconectarse del interés genuino por los semejantes y considerarse como complacencia solitaria en la propia ciencia; al contrario, es conocimiento práctico y comprometido; tal es el sentido fundamental de la Filosofía como arte de vivir y tal es su nexo indisoluble con la enseñanza; por ello, el aula de clases sigue siendo, como desde los propios tiempos de Platón, un espacio privilegiado para el ejercicio de la profesión y una oportunidad incomparable para la formación de conciencias despiertas y críticas; misión, por cierto, que resulta más que prioritaria en el momento presente que vive nuestro país.

Y, precisamente, la realidad de las condiciones mexicanas actuales nos obliga a no desentendernos de la parte de verdad que conlleva la noticia de que esta y docencia forman la “pareja perfecta”, en cuanto que están incluidas entre las profesiones peores pagadas de nuestro escenario laboral. Estas listas, difundidas por diversos medios impresos y digitales, parecen brindar evidencias al referido reproche familiar de que con esta carrera “no vas a vivir”.

Vale la pena enfatizar en el hecho de que esta advertencia encierra una falacia y expone un punto de vista por completo limitado de la actividad filosófica, pues supone que la impartición de clases es la única actividad que puede desempeñar un egresado; nada más opuesto a la realidad. Que la docencia sea una vertiente natural de esta carrera, como señalamos, no significa que sea exclusiva, y, para gran cantidad de filósofos, ni siquiera es la que representa en la práctica la principal fuente de sus ingresos económicos.

Ese es, precisamente, uno de los grandes atractivos que encierra hoy esta materia como opción profesional. Representa, desde mi particular punto de vista, una de las carreras que más y mejor sirven para abrir y diversificar el panorama laboral y permiten que la elección que se pueda hacer no dependa exclusivamente de la oferta que se encuentra en las bolsas de trabajo o en un periódico, sino del propio interés, de los gustos personales y de las habilidades que se quieran desarrollar.

En una próxima entrega, dedicaré unas líneas a exponer las actividades que actualmente están desempeñando las filósofas y filósofos en nuestro país y los espacios de trabajo que han encontrado e inventado con su esfuerzo y su creatividad. No ha sido una tarea sencilla ni mucho menos, pero ante un panorama de crisis, de falta de empleos y de malas noticias, como el que presenciamos ahora en México, esta puede erigirse como una alternativa esperanzadora para quien siente la inquietud de las grandes cuestiones y está dispuesto a hacer lo necesario para responder al desafío lanzado por el poeta Horacio y popularizado por Emmanuel Kant: Sapere aude, ¡atrévete a saber!

Para el lector interesado:

Aristóteles, Metafísica, Madrid, Gredos, 1994.

Emilio Lledó, La felicidad del saber y la solidaridad en el mito de la caverna, [en línea], s.l., 2004, <http://dolphin.blogia.com/2004/100801-la-felicidad-del-saber-y-la-solidaridad-en-el-mito-de-la-caverna.php>

Emmanuel Kant, ¿Qué es la ilustración?, Madrid, Alianza editorial, 2004.

Fernando Savater, Ética para Amador, México, Ariel, 1991.

José Ortega y Gasset, ¿Qué es filosofía?, Madrid, Alianza, 1992.

Lou Marinoff, Más Platón y menos Prozac, Barcelona, Ediciones B, 2010.

Platón, La Republica, en Diálogos, v. 4, Madrid, Gredos, 2003.

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