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ejemplo de Arqueología del lenguaje en base a la topinimia

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ARQUEOLOGÍA DEL LENGUAJE EN EL ÁMBITO DE SEK-GALOS .

LA CUESTIÓN INDOEUROPEA:

Con frecuencia, en lugares donde los restos arqueológicos, por desgracia, no han pervivido a las batallas del tiempo, resulta que son los nombres la mejor referencia para analizar un pasado que puede parecernos ignoto pero que a través del lenguaje superviviente resulta casi familiar, gracias a su reciente convivencia con el resto de estructuras culturales ya evolucionadas.

En el problema que nos enfrentamos, de una gran complejidad, pues aún hoy en día no se tiene absoluta certeza sobre la manera en que evolucionaron las lenguas en Europa, desde un probable protoindoeuropeo hasta la creación de las lenguas clásicas, resulta que a la dificultad subyacente habría que añadir otra: la ausencia de fuentes documentales precisas que nos ayuden a esclarecer el problema.

Con frecuencia, la única fuente fiable –no expuesta a contaminación cultista que trate de evitar precisamente los arcaicismos- es la Toponimia, el estudio de la denominación de lugares, nombres de ríos, montañas, pueblos y ciudades.

La lengua es, con diferencia, el fenómeno cultural de mayor importancia en el desarrollo de la Humanidad. Aún así, adivinar el origen de nuestra lengua o de la lengua que hablaron los habitantes de un determinada área hace miles de años podría parecer carente de importancia cuantitativa, más propio de tratados de naturaleza romántica, si no fuera porque al llegar a su conocimiento, por breve que sea, estamos estableciendo relaciones de semejanza con otras culturas y comprendiendo en cierta manera, también, las características propias y el grado de evolución de los pueblos que habitaron ese pedazo de tierra objeto de análisis. En definitiva: de dónde venían y cómo eran.

En Europa, y al final de la última glaciación, alrededor del sexto milenio a. de C., áreas hasta entonces casi inhabitables comenzaron a ser repobladas por gentes llegadas de zonas más cálidas, en busca de nuevas tierras de caza, cultivo y pastoreo. Se trata de una época oscura, sumergida en la opacidad de la cultura del Neolítico pero en la que de forma paralela surgieron los esbozos de las civilizaciones europeas (la micénica, la etrusca y la íbera) a la vez que comenzaban las primeras migraciones de carácter indoeuropeo. Ya fuera a causa de estas migraciones o a la sombra del desarrollo de una identidad propia, lo cierto es que este y no otro parece ser el momento en el que, en el ámbito de la Península Ibérica, dos bloques culturales comienzan su andadura en la cercanía pero sin llegar a fundirse totalmente: el relativo a las viejas lenguas (englobadas dentro de lo íbero) y ese otro que hace referencia a la cultura que traen los emigrantes en sucesivas oleadas, durante espacios larguísimos de tiempo, que pudieron abarcar varios milenios, desde los primeros asentamientos hasta las invasiones célticas de los siglos II-I a. de C., conformando, en capas sucesivas, lo que se ha venido en llamar Celtiberia.

Uno de esos pueblos insertos en la Celtiberia prerromana eran los astures, y ya fuera su más remoto origen semejante o no al de los íberos, ya fuera la celtización tan importante como en el caso de los vacceos y lusitanos, o al contrario, lo cierto es que bien avanzada la creación de la Hispania Romana, parece constatada su identidad cultural (aunque no política) en un amplia zona del noroeste de la península, pues de otra manera no se entiende la dificultad para la asimilación y la fuerte resistencia ofrecida.

Esa[j1]  identidad de la que hablamos no pudo tener otro baluarte mayor que la unidad lingüística, una lengua (o conjunto de lenguas hermanadas) perdida hoy en su totalidad, a excepción de los posibles restos englobados dentro de la Toponimia. Asunto que no debiera extrañarnos, pues la aniquilación u olvido de lenguas vivas es un fenómeno que año tras año sigue ocurriendo hoy en día, en América, Asia, Oceanía y África, a una velocidad posiblemente mucho mayor que la velocidad con la que desaparecieron en Europa algunas de las lenguas no latinas ni germánicas en los primeros siglos de nuestra era.

LA PERVIVENCIA DE LO SAGRADO. LA CULTURA KELTOI:

Y sin embargo, por más que nos empeñemos en encontrar posibles demarcaciones del ámbito indoeuropeo referido a lo celta, lo cierto es que el sustrato cultural que pudiera haber pervivido tras la romanización hace continua referencia precisamente a la cultura keltoi, dando a entender que en la zona astur, o al menos en la zona más meridional, lo celta ya se había impuesto a cualquier otra manifestación, apoyando así la teoría de algunos autores empeñados en demostrar que era el celta el único idioma hablado a la llegada de los romanos, en esa mitad occidental de la península ibérica, se sobreentiende.

El mismo nombre astur, en su forma as-tur, hace clara referencia a un determinado río (tur) en su acepción indoeuropea, un hecho claramente constatado gracias a la gran cantidad de hidrónimos semejantes repartidos por toda Europa. (Es probable, de todos modos, que los astures no se llamaran a sí mismos astures, y que fuera un pueblo lindante a ellos, los vacceos por ejemplo, quienes así los denominaran).

Más clara es la terminación –briga, muy abundante en Celtiberia, y que aparece en la denominación de Sanabria ? Senábriga ? la vieja fortaleza, pero también en toponimias locales, como puede ser el caso de la selombriga, donde el término se mezcla con otro de uso reciente, como es la selombra (sombra) para definir una zona a la sombra de un lugar elevado.

El término sek- resulta llamativo. Se trata de un sufijo claramente celta y muy entroncado con las lenguas gaélicas, en la significación de “fuerte”. No es de extrañar que los romanos, cuyas ferrerías se extendieron por toda la sierra de la Culebra, y que también llamaban galos a los celtas, utilizaran este adjetivo importado para definir la fortaleza del castro de Sagallos o ciertas características fisonómicas de los habitantes castreños. De cualquier manera, y aún admitiendo que pudiera ser errónea la fórmula en el caso de Sagallos, existen otros ejemplos: segadal ? sek-adal ?tierra fuerte, de gran poder, que avalarían esta propuesta.

Otros vestigios de indoeuropeísmo más o menos claros son la utilización de ter para corriente (el río Tera, el río torrentoso), -dunnum ?dim en Sandín en su predecesora Semdim (el viejo pueblo) o bien Sentdim (el pueblo en el camino), murg para definir pantano (el murgadal, de murg-adal ?tierra pantanosa),  y kar- para definir duro, pétreo, como es el caso de la planta denominada carqueisa, un tipo de urz que por su dureza o hábitat rocoso en el que crece no deja dudas respecto a su origen (este sería el caso así mismo de karbayo  ?árbol duro ?roble, y por extensión, también Carballeda).

Y sin embargo, a pesar de todo, habría que advertir que sólo la pervivencia de ciertas tradiciones unidas al lenguaje es capaz de proporcionarnos la certidumbre que necesitamos para unir lengua y cultura, y poder hablar de una raíz inconfundible, común por otra parte a otras culturas próximas.

Todavía hoy perduran los bosques sagrados en la comarca de la Carballeda.  Son los coutos, bosques en los que sólo estaba permitida la corta de una viga al año, que era subastada para beneficio de los mozos, los cuales podían honrar así a su patrón o patrona. Esta costumbre ancestral, en la que claramente la religión ha sustituido unos dioses por otros (interpretatio), resulta de vital importancia para comprender de qué manera la extensión y comprensión de “lo sagrado” no se circunscribía a una sola zona, ni siquiera a una determinada cultura como podía ser la astur sino que muy probablemente abarcaba perímetros más complejos y difíciles de discernir. Pues couto, proveniente de cotto, es un lugar sagrado también para los lusitanos y los vetones.

Incluso los lugares de enterramiento pudieron llamarse de la misma manera: Anta. (También anta es un altar). (¿De anta ?antanina, una hermosa palabra que nombra al cernícalo, pájaro en el que se reencarnan las almas, o que simplemente sobrevuela los altares?) Y por qué no, sus dioses ser los mismos o tener nombres similares. (Nos referimos a Crougia y Mardassu, dioses masculino y femenino lusitanos, posiblemente relacionados con Crujas y Madrazo, existentes en la toponimia local). 

LA ANTIGÜEDAD DE UN TÉRMINO Y LA DIFICULTAD PARA SER MEDIDA. RAREZAS Y ADRADOS LINGUISTICOS. EL CASO DE LA PALABRA URRIETA:

No existe prueba de C-14 para medir palabras. Pero de poder llegar a conclusiones sobre la antigüedad de urrieta, de poder ser constatado su origen más allá de la romanización, constituiría por sí sola una maravillosa excepción dentro del campo de la Toponimia y de la arqueología del lenguaje, pues no define un lugar en concreto sino una forma de lugar. Podríamos estar hablando entonces de un arcaicismo de gran importancia en el rompecabezas lingüístico que pretendemos analizar, sólo comparable –salvando las distancias de extensión territorial- al término llama, llata (entroncado a la vez con el latín y con el gaélico en su significante palma).

Urrieta, en nuestra área de estudio (y también en otras dentro de la franja del leonés) es una tipología de valle, no muy extenso, más bien abierto y de aspecto suave, ondulado, en el que suele haber una fuente en medio y que tradicionalmente se ha dedicado al pasto comunal (Urrieta marzanchas, urretica de la casica el muerto, urrieta del rombo ramayal…). Su definición y la posible relación etimológica es lo que tratamos de unir, no sabemos con qué éxito.

Para empezar, tendríamos que desechar que se trate de una palabra relativamente moderna, producto de la adulteración de otras de contenido semejante. El término de origen árabe arriate tiene parecida sonoridad y una acepción de cierto parentesco, de curso de agua pudo pasarse a valle por el que corre el agua. Sin embargo esta relación, aun admitiendo la base argumental de tenue sinonimia, tiene serios problemas para ser admitida, pues precisamente los valles por los que corre el agua (y no donde hay una fuente como en el caso de las urrietas) tienen otro nombre (regueiros) y en ningún caso se constata confusión terminológica entre estos dos tipos de valles, muy diferenciados tanto en el lenguaje coloquial como en su orografía.

Evitada la modernidad del término, puede comenzar nuestro análisis “arqueológico”. A primera vista, surge la tentación de realizar el siguiente desglose: ur-i-eta (dando por natural la transición de una r en rr), o de forma más compleja: ur-i-et-ka (obviando la desaparición de dos consonantes seguidas a favor de una de ellas).

Tendríamos entonces que aceptar que prefijo y sufijo están contenidos en la palabra con significación independiente, es decir, tendríamos que admitir la existencia de raíces lingüísticas y desechar la idea de que la palabra pueda formar en sí misma un todo compacto (como ocurre con la palabra candonga utilizada para designar la característica chimenea-veleta carballesa y donde la relación con el término latino con significante de vela es más que evidente). De hecho, y ciñéndonos a lo que tal palabra quiere decir en la actualidad y suponiendo que tal significación no ha variado sustancialmente desde la primera vez que se utilizó por contaminación lingüística, está claro que un significado complejo da origen a una palabra compleja, compuesta de otras tal que sumadas dan el total de lo que se quiere decir. En definitiva, es posible la radicación.

A partir de aquí, el asunto podría parecernos sencillo. Siendo el agua uno de los primeros elementos que el ser humano pudo nombrar, no es de extrañar que diferentes culturas en ámbitos relativamente alejados utilizaran el sencillo y sonoro monosílabo ur para nombrar al agua, y lo mismo podríamos decir con respecto al sufijo ka o eta en relación a cierta forma o lugar, de tal manera que fácilmente se podría concluir que urrieta es en efecto: agua + adjetivo (o conjunción) + lugar (o forma).

Comencemos con ur-. Existen algunos ejemplos que confirman la relación ur-agua, no sólo en el ámbito indoeuropeo, donde palabras en latín como urceus para designar cántaro, o urbs para ciudad (no hay ciudad que no tenga un asentamiento original cerca del agua) denotan la preexistencia de ur (también en  vasco ur es precisamente agua, y aunque no se tratara de una lengua familiar es probable que compartiera ciertos rasgos de cercanía, aunque sólo fuera por su proximidad geográfica, con otras lenguas preromanas) (el caso de la palabra muga también es significativo, pueblos como Muga del pan o Muga de Aliste pudieron ser frontera en algún momento de su historia) (rarezas del lenguaje que apuntan hacia una relación viva entre los idiomas antiguos de la misma manera que sucede en los actuales).

Sigamos con –e(t)ka. Analicemos primero el sufijo –ka. Algunas de nuestras ciudades, de las que conservan nombre de origen prerromano tienen esta terminación. Salamanca o Cuenca, por ejemplo. Kunka es el nombre que se registrta en la toponimia local para designar el pico de un monte, un conocido paso de lobos en la sierra de la Culebra. Apostando por la acepción indogermánica de ku- como lobo, podríamos pensar razonablemente que no se trata de una mera coincidencia. Es decir, que entre zonas bastante alejadas pudo existir una familiaridad lingüística, en las que kunka podría ser “el monte de los lobos” y –ka significaría algo así como “lugar elevado”, o “forma puntiaguda” (llegamos a la misma conclusión si seguimos el rastro céltico de la palabra bullaka- bulbo del roble de forma esférica con salientes en forma de pinchos). En definitiva, bastaría con demostrar que et(ka) indica “la forma contrapuesta” a –ka, para llegar al punto de partida y dar lógica a nuestras presunciones. En el área de influencia vetona, -iet- es una conjunción que significa “con poca”, o “sin”, ¿podríamos entonces establecer una correspondencia similar? Resulta, a pesar nuestro, difícil llegar a las mismas conclusiones con cierta contundencia.

¿Pero hay otra alternativa?

En vasco tenemos que urri significa escaso o lento, lo cual no está tan lejos de suave, una onda que va despacio es una onda suave, y eso es visualmente lo que quiere decir urrieta. (También en vasco octubre es urrieta, un mes de agua, un mes blando). ¿Estaríamos entonces en la pista de un elemento lingüístico protoastur?

Sea como fuere y sin necesidad de obtener conclusiones que pudieran confundirnos, parece claro que la palabra urrieta contiene rastros de significación que se han mantenido vigentes desde tiempos antiguos.

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violeta zat

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