La robótica y el complejo Frankenstein
200 años después de haberse publicado la novela Frankenstein, de Mary Shelley, el mundo se prepara para una nueva revolución tecnológica: la producción en masa de criaturas cibernéticas, robots e inteligencia artificial para usos industriales, militares o domésticos. Esta circunstancia, tan inevitable como la revolución que produjo la máquina de vapor en el siglo XVIII, despierta en la sociedad contemporánea las mismas discusiones de aquel siglo: la responsabilidad ética de la ciencia, el cambio de la mano de obra humana por procedimientos más automatizados, y el terror que siente el hombre por sus propias creaciones. No es para menos, según un estudio de la OCDE, en los países desarrollados el 15% de los empleos son automatizables, y en los próximos años cerca de 70 millones de personas pueden perder sus trabajos por la tendencia que existe de ser desplazados por robots. Sumado a esto, la compañía japonesa Yaskawa, uno de los gigantes de la robótica mundial, abrirá en Eslovenia la primera fábrica de robots de Europa. Esta información, publicada por El País el pasado mes de mayo, coloca en perspectiva la tendencia que existe a nivel mundial de robotizar no sólo la industria manufacturera, sino también la militar y desde luego la industria dedicada a aliviar las tareas domésticas de la gente común. Las razones, más allá de ser lógicas en un mundo cada vez más tecnificado, no sólo se deben a que la robótica y sus aplicaciones en las sociedades contemporáneas son en sí mismas un negocio, sino que además países como Japón, Estados Unidos y China podrían desplazar a la Unión Europea en la producción e implementación de este tipo de tecnologías. El complejo humano de Frankenstein está servido. El miedo por la novedad tecnológica, pero además la pasión por producirla, tendrán que convivir con una industria que según la Federación Internacional de Robótica, tiene una tasa de crecimiento del 15% desde el año 2010. Sin embargo, y aun cuando el Internet está lleno de informes y opiniones pesimistas, incluso fatalistas, la robótica representa un escalón inevitable en los avances tecnológicos del siglo en curso. Se trata de una ciencia que se nutre de varias disciplinas científicas y que sin duda abrirá nuevos campos para la investigación y el desarrollo de tecnologías complementarias. El problema no es la humanización de los robots, sino cómo orientamos este tipo de tecnologías en nuestras vidas y hasta qué punto podríamos resolver el impacto económico que estas representan, en indicadores de desempleo, impuestos y gravámenes. No por esto, sin embargo, la ética más puritana y dogmática debe negar que la robótica puede sumar a la consolidación de un mejor mundo, sin contar con las aplicaciones que podrían cooperar en áreas como la medicina, la exploración del espacio y la ingeniería industrial. Es incuestionable la relación que tiene el ser humano con las máquinas en la actualidad. Desde el uso de teléfonos móviles, hasta la conexión global vía Internet, pasando por los drones y las impresoras 3D, los robots son apenas una parte de la amplia capacidad que tiene el hombre de reinventarse a través de las tecnologías que produce. Si bien en el siglo III A.C, aparecen descripciones de autómatas o robots en antiguos textos chinos, para entonces era inimaginable pensar que dos mil años después la especie humana fabricaría “insectos” robot que pueden desplazarse a 35cm por segundo; o el robot Pepper, una especie de androide japonés que además de hablar varios idiomas, puede interpretar si la persona que le habla se encuentra triste, molesta o alegre. Esto nos da una idea de que el ser humano, por muy insólita que sea su imaginación, puede convertir en realidad lo que sueña, aun cuando muchos puedan considerar esos sueños como pesadillas. Hoy el sueño de la robótica es tan viable como lo fue para Verne su visionario viaje a la luna. Hoy incluso, un par de brazos mecánicos controlados remotamente, pueden realizar una cirugía de corazón abierto como si se tratara de un médico experimentado. En todo caso, los robots, al menos por ahora, no son capaces de tomar decisiones y apelar a la creatividad. Y en esto los seres humanos seguiremos siendo inagotables e imprescindibles. Al fin y al cabo la decisión de que las máquinas se nos parezcan, es y será decisión nuestra y no de las máquinas. Todo lo demás es ficción. No ciencia.
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