Esa mañana...
No pensé que se iba a sentir tan cómodo- Se dijo mientras contemplaba el cielo con las manos sobre su propio pecho. Aquel día no fue escogido por casualidad; se había despertado después de una noche donde apenas pudo dormir; los problemas la perseguían a donde quiera que iba; sus amigos la habían abandonado aunado al hecho de ser tan profundamente deprimente con sus palabras y tan cruel cuando se dirigía a ellos. -Aquí estoy, de nuevo... Hoy no me acobardaré; ni siquiera pensaré en en eso, hoy no. No ésta vez- Su cabeza giro a la izquierda en el frio y turbio riel. Era invierno y la luz del sol solo se había posado sobre la vía un par de horas; calentándolo lo suficiente para que fuese soportable el frio debajo de su nuca. Una lágrima corrió por su mejilla hasta perderse entre la gravilla y la madera. Estaba llorando; como las mil y un veces anteriores; como en su casa, en su cuarto, sobre la almohada, como las mil y un veces anteriores. Estaba cansada y molesta con sigo misma -¡Llega ya por favor!- Ahora lloraba más y más, se apretó las manos al pecho al momento en que el tren se asomaba al fondo de aquella vía con su corona de humo gris perdiéndose en la mañana -No te pares, no, no me voy a levantar- El tren creció en tamaño, la vía de acero debajo de su nuca empezó a vibrar, era reconfortante -¡Oh si, vaya que lo es!- Una pequeña sonrisa se dejó ver mientras una sensación de paz recorría su cuerpo; de repente se relajó, bajo sus manos y tomo la gravilla a su alrededor y su mirada ahora se dirigía al cielo, al gran azul bañado aun de estrellas. El tren con su indetenible fuerza se acercaba cada vez más; ya estaba allí a unos metros ya podía escuchar el mecanismo que mueve sus ruedas y el vapor saliendo de su chimenea, un estruendoso sonido salió de su trompa anunciando su llegada. Lo miró por ultima vez, a ese monstruo metálico, lo vio cara a cara, una brisa le hizo cerrar los ojos, apretándolos. Un grito; de felicidad de éxtasis salió del fondo de su garganta, lo soltó al cielo, se sentía flotar a través del grito cuando... Ahí estaba la enfermera sosteniéndole la frente con una mano mientras la otra le sostenía la muñeca en alto; la adrenalina le corría rápido por las venas, había despertado, la habían despertado, otra vez, como las mil y unas veces anteriores; y lloró, lloraba de tristeza y de felicidad, ella ya había terminado, estaba segura de su fin, pero no, quedaría para la próxima... Siempre habrá, entre esas blancas y acolchadas paredes, una próxima vez.
MONTENOZA
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