Defendiendo la Verdad: Un Llamado a la Resistencia Contra el Progresismo y la Cultura Woke
Mis queridos compatriotas, hoy estamos frente a una batalla silenciosa, una guerra que no se libra con armas ni ejércitos, sino con ideas que buscan colonizar nuestras mentes y nuestros corazones. Hablo del progresismo y de la cultura woke, esos movimientos que se presentan con la máscara de la compasión y la justicia, pero que, en su esencia, no son más que instrumentos para desmantelar nuestras creencias, nuestra moral y nuestra dignidad.
El progresismo nos dice que debemos abandonar todo lo que nos ha formado como sociedad, que debemos deshacernos de los valores cristianos y de las enseñanzas que nos han guiado por generaciones. Nos llama a redefinir cada aspecto de la vida humana, desde el significado de la familia hasta la identidad misma de una persona. Pero ¿a qué costo? Nos venden la idea de que todo es relativo, de que la verdad se puede moldear como el barro, y que, por lo tanto, nuestras convicciones son anticuadas, opresivas o, como les gusta llamarlas, "discriminatorias".
La cultura woke, con sus reclamos de justicia social, nos quiere hacer creer que toda diferencia es una forma de opresión. Nos dicen que las jerarquías son malas, que los roles tradicionales son una prisión, y que debemos destruir todas las estructuras que nos han dado estabilidad. Pero esto no es liberación; esto es caos. Es desarmar las bases mismas de nuestra civilización para imponer un orden ficticio, donde no existe la familia, ni el respeto a Dios, ni la noción de responsabilidad individual.
La ideología woke ha logrado algo insidioso: quiere dictarnos cómo debemos pensar, qué debemos sentir, y hasta cómo debemos hablar. Nos obliga a adoptar un lenguaje artificial, lleno de términos que cambian constantemente y que, en el fondo, no significan nada. Hablan de "inclusión" y "diversidad", pero esa diversidad no incluye la diversidad de pensamiento. La inclusión, en su retórica, no tiene lugar para quienes no se alinean con sus ideas. Nos están sometiendo a una tiranía moral, donde uno debe pensar lo que ellos dicen, o enfrentarse al rechazo social, a la burla y a la censura.
Y este movimiento, no se engañen, está en guerra abierta contra los valores cristianos. La doctrina cristiana nos enseña que la verdad existe y que es inmutable, que no podemos doblegarla a nuestra conveniencia. Nos recuerda que tenemos una responsabilidad hacia el prójimo, pero también hacia Dios. La vida cristiana no es una vida de indulgencia ni de autoindulgencia, sino de sacrificio y de verdad. Pero la cultura woke promueve exactamente lo opuesto: el culto a uno mismo, la idea de que uno puede definirse como quiera, sin importar la realidad. Nos venden la fantasía de que somos nuestros propios dioses, capaces de reescribir las leyes naturales y morales a nuestro antojo.
Por otro lado, el progresismo está impulsando una idea de justicia que no es justicia en absoluto. La justicia cristiana se basa en el respeto a la dignidad de cada individuo y en la idea de que cada uno debe responder por sus actos. Sin embargo, el progresismo nos dice que somos víctimas de estructuras, de "sistemas de opresión" abstractos. Nos convierte en eternos oprimidos o eternos opresores, sin posibilidad de redención, sin posibilidad de reconciliación. Esto no es justicia; es venganza. Es la destrucción del individuo en favor de una masa sin identidad, sin voluntad, sin conciencia.
Nos dicen que el cristianismo es opresivo, que reprime y limita, pero, ¿qué ha hecho la cultura woke sino imponernos sus propias reglas y exigencias? Nos prohíben expresar nuestras creencias, nos censuran si no usamos sus términos y nos humillan si nos atrevemos a pensar diferente. La verdadera libertad no está en abrazar una ideología que nos encadena al conformismo, sino en defender nuestra capacidad de pensar, de elegir y de actuar de acuerdo a los principios de verdad y de justicia que nos enseña el cristianismo.
Nuestro deber como cristianos, como colombianos, es no callar. Debemos recordar que tenemos una responsabilidad no solo ante nuestros compatriotas, sino ante Dios. Y Dios nos ha llamado a ser la luz del mundo, a no escondernos, a no ceder ante la presión de una sociedad que ha perdido su rumbo. Nos ha pedido que seamos fieles a la verdad, y eso significa decir las cosas como son, aunque incomoden.
Si permitimos que estas ideas progresistas y woke se apoderen de nuestra sociedad, no solo estaremos renunciando a nuestra identidad cristiana, sino que estaremos entregando el futuro de nuestros hijos a una dictadura de la mentira. Nos corresponde a nosotros, hoy, defender la verdad, recordar que el amor verdadero no es complaciente, que la justicia no es venganza, y que la fe no es una etiqueta que se lleva cuando es conveniente.
Así que los invito a ser valientes, a hablar sin miedo, a defender nuestras creencias con fuerza y convicción. Recordemos que la batalla que estamos librando no es solo política o cultural, es una batalla espiritual.
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