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jueves 28 de marzo del 2024
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tarde para volver capitulo dos

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Después de 3 años de guerra civil, España estaba totalmente destrozada. Las víctimas, que se calculaban en aproximadamente 600,000, sumadas a la importante emigración, cuyo número exacto se desconocía, y a la destrucción de los medios de comunicación y transporte, la había llevado al borde del colapso.

El hambre y la miseria asolaban a gran parte de su población, sobre todo la obrera y campesina.

El temor a la persecución por sus ideologías provocaba un mutismo obligado por las circunstancias.

Los salarios bajísimos, estipulados por el estado, llevaban a un escaso poder de adquisición de los españoles.

La racionalización de los productos elementales, debida a la escasez de los mismos, acrecentada por el boicot internacional, hacía más notable la miseria.

Los cupos, sobre todo para alimentos, designados por el gobierno, no cubrían las necesidades de las familias.

En esta situación de una España dictatorial y totalmente sometida al régimen, vivía Antonio junto a sus padres, María Enriqueta y José.

Antonio había nacido y crecido como hijo único, pero sus padres habían tenido dos hijos más antes que a él.

María Josefa, la más pequeña y Felipe.

María Josefa tenía un año recién cumplido cuando una tarde comenzó con fiebre altísima y vómitos. Sus padres la habían visto muy mal y la habían llevado al hospital.

Cuando el médico la revisó ordenó inmediatamente su ingreso.

Al cabo de unas horas les informaron que lamentablemente sus signos coincidían plenamente con los de una meningitis y que las posibilidades de sobrevivir eran escasas.

Ambos, después de dejar a la niña, fueron a la capilla a rezar.

Al día siguiente, José comenzó con los mismos síntomas de su hermana.

Desesperados, pues no tenían dudas que los médicos volverían a decirles lo mismo, lo llevaron al hospital.

Un día más tarde Josefa entró en coma profundo, y pocas horas después murió.

José, que en un primer momento había experimentado una cierta mejoría, no tardó en entrar en coma y murió dos días después que su hermana.

En esos momentos, María Enriqueta estaba embarazada de Antonio.

No se puede pensar, por lo tanto, que él nació en un hogar feliz.

Después de la muerte de sus hijos, María Enriqueta, prácticamente no volvió a sonreír.

Su rostro reflejaba siempre un gesto huraño permanente y cualquier palabra o acción de su marido eran motivos suficientes para que se encerrara en un mutismo absoluto.

José empezó a concurrir a distintos bares, para reunirse con gente y poder hablar de cualquier tema que no tuviera relación con lo que le había pasado.

Algunas veces volvía totalmente borracho.

En una de esas noches había conocido a María Jesusa, una muchachita aldeana que había venido a Valencia, huyendo de la pobreza de su aldea, en Galicia.

Se ocupaba de la limpieza de un gran almacén y vivía en una miserable habitación que le había cedido su patrón.

José encontró un poco de paz con ella, pero sobre todo, encontró el sexo que María Enriqueta le estaba negando en los últimos tiempos.

Tuvieron un affair que duró algunos meses.

De esa relación nació Jesús. José reconoció a su hijo en el registro civil.

La relación entre ambos había terminado, por lo menos así lo había decidido José. No obstante, cada tanto, venía a visitar a Jesús y le traía algún alimento que había podido sacar de su casa sin que María Enriqueta lo notase. Preguntaba como estaba sin prestar demasiada atención a la respuesta.

No se quedaba mucho tiempo y algunas veces volvía a tener alguna relación sexual con María Jesusa, quien jamás se casó.

Ella dejaba a su hijo en la habitación mientras trabajaba y subía regularmente a alimentarlo.

Cuando fue un poquito más grande lo llevaba consigo, lo sentaba en el suelo con algún juguete hecho con algún objeto en desuso, como por ejemplo, una caja vacía, y lo vigilaba desde lejos, mientras cumplía con sus obligaciones.

Jesús empezó desde muy pequeño a ayudar a su madre en las tareas de limpieza. No tuvo una infancia feliz pero nunca le faltó el amor de su madre, ni su mirada atenta, vigilándolo.

Cuando fue un poco mayor, el dueño del almacén lo empleaba para realizar distintas tareas y le daba algunos duros a cambio.

A los 15 años se desempeñaba como dependiente, ayudando al dueño en todas las tareas. Había visto durante su infancia en que consistían y había aprendido todo lo concerniente al trabajo, mirándolo.

En esos tiempos, María Enriqueta y José se habían hecho enemigos acérrimos del régimen.

Solían reunir en su casa a todos los amigos con su misma ideología.

Sus ideales eran altos. Pensaban ambos que España se merecía cualquier sacrificio. Probablemente ambos habían encontrado una razón más para vivir en esta lucha desigual a la que se enfrentaban con el gobierno.

Y pagaron muy caro esos ideales!

Antonio, cuando llegaba a su casa y se encontraba con toda esa gente que discutía acaloradamente, se encerraba en su habitación.

Prendía la radio y subía su volumen lo suficiente como para no poder escuchar lo que estaban hablando.

A él no le interesaba la política

Pese a que era muy joven ya había descubierto que sólo los jerarcas y los amigos del régimen, eran los únicos que vivían sin pasar necesidades.

Ellos no tenían que ajustarse al apretado cupo que el gobierno le entregaba a cada familia. Todo les estaba permitido con total impunidad.

También sabía que oponerse a sus designios podía costarle la vida y él no tenía los ideales de sus padres. Prefería cuidar su propia vida.

Sus padres, como tantos españoles, perdieron sus vidas por esos ideales.

Simplemente un día no volvieron y él no supo más nada de ellos.

Antonio, por lo tanto, tuvo que tomar conciencia que sus padres habían sido asesinados y que él había quedado huérfano.

Con sus escasos18 años estaba confundido, asustado y sin saber que hacer.

Temía que vinieran por él como lo habían hecho con sus padres.

No tenía ningún otro familiar donde acudir. Tampoco tenía muchos amigos. Y lamentablemente todos ellos eran hijos de padres que, como los suyos eran enemigos del régimen y temía recurrir a ellos.

Sus únicos dos tíos paternos, puesto que la madre había sido hija única, habían muerto durante la guerra civil, hacía un par de años, junto a sus esposas e hijos.

Estuvo cavilando durante dos días. Daba vueltas por la casa sin saber que estaba haciendo. Saltaba asustado ante cualquier ruido que oía.

Cuando se iba a acostar le parecía sentir que golpeaban la puerta de su casa y pegaba un respingo en la cama para corroborar si era cierto. Por eso no lograba conciliar un sueño reparador. Así transcurrieron esos dos días con sus respectivas noches.

Cansado, sin poder dormir y sin tener muchos deseos de comer, comprendía que tenía que tomar una decisión si no quería enloquecer.

Hurgó en los rincones donde supuso que sus padres podrían haber guardado el dinero. Sabía que como la mayoría de los españoles de esa época, jamás habían confiado en los bancos.

Lo encontró sin ninguna dificultad. Reconoció que sus padres eran demasiado confiados, pues prácticamente estaba al alcance de cualquiera.

Tomó todas las pesetas que sus padres habían ahorrado a lo largo de sus vidas.

No era una gran cantidad pero tampoco la consideraba una suma despreciable. Pensaba que sería suficiente para empezar una nueva vida.

Juntó los pocos objetos de valor que había en la casa.

Armó sus maletas no solo con su ropa sino también con la de su padre.

No sabía qué le depararía el futuro y era mejor prevenir.

De todas formas la suma de ambos vestuarios apenas llenaba una maleta.

Salió a comprar un curso de discos y libros para aprender inglés.

Luego de mirar detenidamente los que había en la estantería le pareció que ese que tenía en la mano, era el más completo. Constaba de un libro, un diccionario y varios discos.

Le pareció que el precio era muy elevado, pero al compararlo con los otros cursos, y después de pensarlo, decidió que debía optar por éste.

Había oído decir a muchas personas que en Inglaterra era fácil conseguir trabajo así que sin saber una sola palabra de ingles y sin conocer a nadie allá, se marchó.

El viaje duró dos días. Fue bastante agotador.

Cuando llegó a Londres hacia frío, llovía y una neblina espesa cubría la ciudad.

No sabia adonde dirigirse.

Había estado pensando como desenvolverse en esa ciudad desconocida. Puesto que no tenía la menor idea de cómo pronunciar las palabras que encontraba en el libro, sabiendo que no era como el español y que su pronunciación no tenía mucha correlación con la escritura, decidió escribir en un papel.

Buscó en el libro cómo explicarle a alguien que recién había llegado a la ciudad y que no tenía donde dirigirse pues no disponía de mucho dinero. Lo escribió en un papel tratando de poner mucha atención en lo que hacía y confiando en hacerlo de la forma más correcta posible, prestando mucha atención a lo que leía en el libro y en el diccionario.

Antonio confiaba que la traducción que había logrado hacer con mucho esfuerzo fuera entendible, porque no estaba seguro de haber sabido unir todos los términos de la oración.

Dándose ánimo entró en un bar y se dirigió al mostrador, saludó con la cabeza a la persona que estaba atendiéndole y le exhibió el papel.

Tuvo la suerte de encontrarse con una persona de edad, que sintió lástima de ese jovencito asustado que había escrito en un papel: - De España vengo. No sé hablar inglés. No tengo casa. No tengo dinero. Hace mucho frío. Ayuda?-

El hombre discó el número de la policía, quien inmediatamente llamó a servicios sociales.

El asistente social que vino a buscarle no sabía hablar español aunque ya el encargado de la barra del bar lo había puesto al tanto de la situación.

Antonio le volvió a mostrar el papel.

Lo llevaron a un albergue cercano.

No era un lugar muy agradable, pero estaba limpio y no hacia frío.

-Suficiente para mi en esos momentos- pensó Antonio y esbozó una sonrisa.- No empezaba mal, después de todo, su vida allí!- pensó esperanzado.

Estaba muy cansado.

La excitación de un viaje que le había parecido eterno, el miedo que lo había impulsado a partir, el no saber con que iba a encontrarse ni lo que iba a hacer, lo habían agotado. Así que no tardó mucho en conciliar el sueño.

Cuando se despertó a la mañana siguiente, lo primero que hizo fue escribir en un papel para mostrárselo al encargado del albergue: - Trabajar quiero. Cualquier empleo. Conoce algo?-.

Él estaba dispuesto a aceptar cualquier trabajo que le ofrecieran.

Steve, el encargado del albergue siempre sabía de algún puesto de trabajo.

Eran muchos los que estaban en la misma situación que Antonio, pero no muchos los que se interesaban en conseguir trabajo.

Preferían vivir en los albergues y comer lo que conseguían. Por eso sintió mucho interés en ayudarlo.

Lo mandó con una nota a un restaurant cercano donde necesitaban un lavaplatos.

Conocía a su dueño y en la nota le aclaraba que confiaba mucho en este jovencito y en su capacidad para adaptarse pese a no saber el idioma.

Hacía años que trabajaba en el albergue por lo que sabia clasificar fácilmente a las personas y se había dado cuenta que Antonio no quería vivir de la limosna sino de su esfuerzo

Lo tomaron a prueba. Antonio puso todo su ahínco en el trabajo. Era el primero en llegar y el último en irse. Al mes lo dejaron efectivo.

La paga no era muy buena pero le permitía comprarse su alimento y ahorrar un poco de dinero.

Siempre llevaba consigo en su ropa interior las pesetas que aún no había cambiado y a las que, semanalmente, agregaba sus ahorros.

Lo primero que había hecho cuando recibió su primero paga fue comprarse un pequeño tocadiscos y, cada día, cuando finalizaba su trabajo, se abocaba de lleno a estudiar el idioma.

Steve, asombrado de ver tanto entusiasmo y voluntad, lo ayudaba mucho. Cuando terminaba su trabajo, solía sentarse a su lado y explicarle el uso de la gramática pero sobre todo, hacía mucho hincapié en la fonética.- Este idioma es muy fonético-, le había explicado en primer término. -No hay reglas preestablecidas para su pronunciación, si bien muchos grupos silábicos, siguen una regla, no lo hacen con todas las palabras en las que podrás encontrarlos- le había dicho- por lo que debes prestar mucha atención para recordarlas-.

Steve se asombraba cada día de los progresos que iba haciendo, de la voluntad férrea que ponía en aprender y del tiempo que le dedicaba al estudio.

A los 6 meses, Antonio podía manejarse, aunque con cierta dificultad, con el idioma. Ya no necesitaba escribir en un papel.

Un día, cuando faltó el ayudante de cocina, porque se había cortado dos dedos con un cuchillo y no podría utilizar su mano por un tiempo, el cocinero le preguntó si no quería ganarse un dinero extra ayudándolo cuando terminaba su trabajo.

Antonio agradeció ese ofrecimiento y se abocó a su nueva tarea con mucha dedicación.

Quiso aprender lo más que pudiese en ese tiempo. Observaba al chef, maravillado, armar los platos. Aprendió a cocinar algunos de ellos.

Tomó conciencia, entonces, que no podía permanecer mucho tiempo lavando platos, puesto que eso jamás le depararía un futuro.

Cuando el ayudante regresó, se sintió apenado. Tenía que dejar un trabajo que realmente lo había atrapado.

Decidió entonces que podía tratar de conseguir un trabajo similar en otro restaurante.

Por eso, cuando terminaba su trabajo, salía a caminar en busca de algún cartel colgado en algún restaurante, solicitando ayudante de cocina.

Cuando al fin encontró uno se dio animo y se dijo a si mismo;

-Qué pierdes con intentarlo? Entra con arrogancia y aplomo. Hazte valer. Cuéntale tu experiencia, aunque escasa, en el otro restaurant. No tengas miedo. Has hecho tantas cosas que nunca había intentado antes en los últimos tiempos! Y no te ha ido muy mal verdad? ¿ Porque iba a irte mal ahora? Vamos, Antonio, valor. Entra y consigue el trabajo!-

Y lo consiguió.

Al principio cumplió con ambos empleos, el de lavaplatos y el de ayudante de cocina. Por supuesto terminaba extenuado y ya no tenía tiempo para aprender ingles.

No le importaba, estaba ahorrando dinero y eso lo hacía sentir orgulloso y atenuaba su cansancio.

Realizó ambos trabajos durante dos años.

En ese tiempo había conocido a Stelle, una bella inglesita que estudiaba literatura inglesa.

Se habían enamorado, y ella le enseñaba, con mucho cariño, no sólo el idioma sino la historia de Inglaterra y su literatura.

Ya no vivía en el albergue desde hacía mucho tiempo.

Alquilaba una pequeña habitación en una pensión en los alrededores de Londres.

Un día se compró un libro de recetas de cocina y en la casa de su novia, empezó a practicar alguna de ellas.

Empezó a hacerlo regularmente .Su novia siempre alababa los resultados obtenidos. Él se lo agradecía diciéndole que era fácil que una mujer enamorada le dijera eso a su novio. Lo difícil será conseguir que otros lo hagan!.

Ella le respondía imperturbable que no era el amor el que la hacía alabarlo sino la calidad del plato.

Antonio se reía al escucharla, por eso volvía a repetirle lo mismo cada vez. Le encantaba ver a su novia defendiendo su capacidad.

Practicó durante mucho tiempo combinar ingredientes con adobos y salsas. Muchas veces los resultados eran incomibles o desagradables, pero otras, obtenía un excelente plato.

Entonces sintió que ya era tiempo de encontrar un trabajo mejor. Y como hizo la primera vez, empezó a merodear por los alrededores al salir de su trabajo, en busca de algún cartel.

Pero esta vez ya no buscaba uno que pidiera ayudante de cocina, sino de chef.

Antonio había aprendido que para conseguir algo había que arriesgarse pero sobre todo, había que demostrar capacidad para el trabajo, siendo necesario algunas veces ser tal vez un poco arrogante. Cuando se presentaba a una entrevista, él comenzaba a jugar su juego partiendo de la base que era el ganador. Y le estaba dando resultado.

Nuevamente consiguió lo que quería, en un pequeño restaurant atendido por su dueño, Stuart, que ya estaba cansado, debido a su edad, de hacer todo el trabajo del negocio, y que ahora quería dedicarse a atender solo la caja y dejar la tarea de la cocina.

Comenzó a trabajar y muy pronto, y como casi siempre le pasaba, debido a su simpatía y tesón, se hizo muy amigo del dueño.

Un día le propuso agregar un nuevo plato a su lista del menú. Lo había ensayado muchas veces y le había hecho varios cambios, hasta obtener lo que le pareció un plato diferente.

Stuart no estuvo de acuerdo. No era de las personas que le gustaba innovar si algo funcionaba, y como no podía quejarse de como marchaba su negocio, no le interesaba hacer cambios. Tenía una clientela estable y satisfecha.

Antonio no se dejó intimidar por el no.

Compró todos los ingredientes necesarios y entre plato y plato del restaurant preparó el suyo.

Se lo llevo a Stuart, quien en principio lo miró con aire de desaprobación.

-Vamos- le dijo Antonio,- no me digas que no te animaras a probarlo!- Había usado un tono entre burlón y sarcástico por lo que Stuart sintió que no tenía más remedio que animarse.

Le gustó la presentación. Lo probó y quedó encantado con su sabor y la combinación de ingredientes.

Estaba perfectamente sazonado, y pese a ser un simple plato hecho a base de cerdo, le pareció completamente distinto a los que ofrecía en su negocio.

Aceptó agregarlo al menú.

Cada semana Antonio preparaba un plato nuevo y se lo presentaba a Stuart

Al cabo de seis meses no había en el menú del restaurant ninguno de los antiguos platos ofrecidos.

La clientela había aumentado considerablemente y si no había aumentado más, era porque no había mas mesas en el lugar.

Antonio estaba orgulloso con su progreso. Entonces la idea de su propio restaurant empezó a germinar en su mente.

Tenía bastante dinero ahorrado y todavía tenía las pesetas sin cambiar y los pocos objetos de valor que había traído de España.

Le comentó a Stuart sus planes. Le preguntó que posibilidades tenía de conseguir un pequeño préstamo del banco para sumarlo a sus ahorros y poder tener la oportunidad de abrir su propio negocio

Y ante el asombro de Antonio, Stuart, que nunca quería innovar si estaba cómodo, animado por la alegría y la positividad de Antonio, le ofreció formar una sociedad: Vender el restaurant actual y con el dinero resultante y los ahorros de Antonio ver que podían conseguir.

Estuvieron buscando por los alrededores durante un tiempo, pero no consiguieron lo que querían, por lo que se alejaron un poco de la ciudad.

Compraron un restaurant cuya capacidad de atención era el doble del anterior.

Estaba un poco alejado del centro de Londres, pero en un bonito barrio. El éxito fue rotundo.

En un año tenían una clientela estable y, salvo rarísimas excepciones, nunca quedaba una mesa vacía.

Como cada vez que conseguía sus metas, Antonio, quería probar una nueva, decidió que era momento de proponerle matrimonio a Stelle.

Había pensado preguntarle si se animaría a ir a vivir a un pueblo del interior de Inglaterra, donde los precios de los locales fueran más accesibles y él pudiera tener el suyo propio sin socio.

Cuando se encontraron esa tarde, Antonio estaba muy nervioso. No es que pensara que Stelle pudiera no aceptar su proposición matrimonial, sabía cuánto se querían los dos. Lo que temía es que le asustara la idea de alejarse de Londres. Siempre había vivido allí junto a sus padres.

Fueron a cenar. Antonio le había contado a Stuart lo que pensaba hacer esa noche y éste había dejado el reservado disponible para ellos dos.

Después de cenar, Antonio sacó de su bolsillo un estuche y ofreciéndoselo a Stelle le dijo con voz emocionada: -aceptarías casarte conmigo?-

Stelle, que ya había adivinado lo que Antonio iba a proponerle, por la ansiedad que había notado en él en los últimos días, no dudó un instante.

Tomó el estuche en sus manos, lo abrió, le mostró a Antonio la alegría que le producía esta propuesta, y con el estuche en la mano, se levantó de su silla y fue a darle un beso.

-Por supuesto que acepto, es que acaso lo habías dudado?-

-No- le dijo sinceramente Antonio,- no había dudado que aceptaras esta propuesta. Es que hay algo mas que tengo que explicarte y no se si te va a gustar-.

-Que es? -Preguntó asombrada Stelle.- Me has intrigado-.

-Te parece que podrías ser feliz viviendo en un pueblo alejado de Londres, donde yo pudiera comprar mi propio negocio?-.

Stelle no esperaba esta pregunta pero no se intimidó. Amaba a Antonio y sabía que podía confiar en él. -Y a donde iríamos.?-

-Donde nos guste a los dos, donde tú puedas conseguir un empleo similar al que tienes aquí y yo consiga un restaurant acorde a mi economía. Como veras no es tan sencilla la idea que he tenido-.

-Nunca había pensado en esta posibilidad. Cuando empezaste a tener estas ideas?- pregunto curiosa.

-Hace muy poco, pero ya me conoces, cuando algo empieza a germinar en mi mente no me lleva mucho tiempo transformarlo en acción. Y?,Cual es la respuesta?- volvió a preguntarle Antonio, temiendo lo que le diría.

-Amor mío, lo único que quiero es estar a tu lado y formar contigo una familia. Si para lograr estos propósitos tengo que cambiar algunas cosas, aceptaré los cambios con una sonrisa- le contestó

Acordaron que harían todo lo antes posible. Ambos estaban felices, aunque por supuesto sentían ciertos temores lógicos, pero Antonio era muy decidido y supo transmitirle a Stelle tranquilidad.

Cuando Antonio le comunicó a Stuart sus planes, él se entristeció mucho con la noticia. Pero apreciaba mucho a esa pareja y entendía la necesidad de Antonio de progreso e independencia, pues había llegado a conocerlo lo suficiente como para saber que él seguiría intentando crecer siempre y que nunca querría dejar de buscar desafíos.

El negocio marchaba de maravillas y pensó que no quería probar suerte con otro socio para continuarlo por lo que le compró su parte.

A la mañana siguiente Stelle se dirigió a la dirección del colegio donde hacía menos de un año estaba ejerciendo como profesora.

Golpeó la puerta deseándose suerte.

El director le había dado permiso para entrar. Caminó con pasos vacilantes.

-Buenos días Stelle, qué sucede?, se la ve cara de preocupación-.

-Puedo robarle un poco de su tiempo, necesito hablar con usted de algo importante-, le dijo con voz dudosa.

-Por supuesto que puede, es todo suyo ese tiempo. Cuénteme-.

Stelle comenzó, tímidamente, explicándole la idea de su novio.

- En primer término la felicito por su compromiso, pero no entiendo en que puedo ayudarla?- le había preguntado, sin alcanzar a comprender porque Stelle le estaba contando todo esto.

-Quisiera saber si usted podría hacerme una carta de recomendación para presentarla en los colegios de la zona donde decidamos ir a vivir-.

-Por supuesto que le haré esa carta- le dijo con convicción, -aunque antes quiero hacerle saber que me entristece mucho que se vaya. Es una excelente persona y una buena profesora. Sus alumnos también se van a entristecer- Stelle esbozó una sonrisa de agradecimiento.

-Y a dónde piensan mudarse? -le había preguntado con curiosidad.

-No lo sabemos aún. Ninguno de los dos hemos estado fuera de Londres nunca y no conocemos nada. Hemos pensado solamente que el pueblo no fuera demasiado pequeño. Antonio cree que lo primero que tenemos que conseguir es mi empleo. Cuando lo hayamos hecho, él buscará por los alrededores algún negocio que esté en venta y que esté dentro de nuestro presupuesto. En ese momento decidiremos que ése será el pueblo elegido-.

-Déme un poco de tiempo, Stelle, veré si puedo contactar con algunos conocidos y asesorarla sobre las necesidades que pueden tener algunos colegios del interior-.

Stelle no podía creer que estaba teniendo tanta suerte. Jamás pensó que el director, con quien no había tenido casi relación excepto la estrictamente laboral durante este período que había estado trabajando, le ofrecería ayuda. -Y yo que había temido que se negara a darle la carta de recomendación!- se dijo a si misma con una inmensa alegría.

-Gracias, Sr.- le había contestado con excesiva timidez, pero demostrándole todo el agradecimiento que sentía por esta ayuda.

El viernes de esa misma semana el director la había citado en su despacho.

-Adelante Stelle, buenos días. Cómo marchan los preparativos?-

-Todavía no comenzaron Sr. Estaba esperando su respuesta.-

-Qué le parece Taunton como lugar de residencia?

-Taunton, la capital de Somerset? -Le preguntó Stelle. -Lo único que se de ese lugar es lo que he estudiado en mis clases de geografía. Nunca he estado allí, pero, como le dije antes, no tenemos preferencias por ningún lugar-.

-Entonces, Stelle, alégrese. Necesitaran un profesor de literatura el próximo curso lectivo. Este ya está por terminar, así que una vez que eso suceda será necesario sólo que acaben las vacaciones para tener su trabajo-

-Gracias Sr- le dijo con lágrimas en los ojos casi sin poder creer lo que había escuchado.

-El director del colegio quiere hacerle una entrevista, pero es sólo una cuestión de formalidad. Está conforme con los datos que le he dado de usted. El puesto será suyo.-

Cuando se lo comentó a Antonio, los dos fueron a fijarse en un mapa la ubicación de Taunton. Estaba situado a menos de 200 millas. -No está nada mal- pensó Antonio- nada mal. Además es la capital del distrito!-

Los días que Antonio tenía libre en el restaurant, nunca coincidían con los de Stelle, puesto que los de ella eran los sábados y domingos, que eran justamente cuando más trabajo tenían Antonio y Stuart.

Por ese motivo, decidieron que Antonio viajaría sólo a Taunton el primer día libre de semana, para ver que posibilidades existían de conseguir un negocio.

El presupuesto del que disponían no era muy importante así que no sería fácil, se había dicho para sí, encontrar algo.

Pero se equivocó. No fue en su primer viaje que lo encontró, ni en el segundo, pero al fin supo de un restaurant que estaba bien ubicado y que si bien era pequeño, cumplía bastante bien con las expectativas que él tenía en mente.

El problema es que costaba un poco más de lo que ellos disponían.

Al volver a Londres le preguntó a Stuart, como lo había hecho en la otra oportunidad, que posibilidades habría de conseguir un crédito.

-No lo se- le había contestado- es que jamás solicité un crédito, pero puedo averiguarlo-. Antonio le agradeció la oferta.

Cuando llegó a la casa de los padres de Stelle les contó excitado las novedades que tenía. Les explicó que realmente le había interesado mucho un local pero que el precio era un poco más elevado de lo previsto.

Los padres de Stelle se miraron mutuamente con aire de complicidad.

-Nosotros podemos ayudarlos- les dijo. -Tenemos dinero ahorrado y no tendríamos problemas en prestárselo. Nos lo irán devolviendo cuando puedan. Lo tenemos reservado para nuestra vejez por lo que no tenemos mucho apuro. Ya habíamos pensado ambos en la posibilidad de ayudarlos si era necesario-.

Antonio y Stelle no podían sentirse más felices. Todo estaba saliendo de maravillas.

Cuando habían conseguido ambas cosas, el trabajo de Stelle y el restaurant de Antonio, alquilaron una casa a 5 minutos caminando del colegio donde se desempeñaría ella y apenas unos 3 minutos más de donde estaba ubicado el negocio.

Era una hermosa casa con un inmenso jardín, donde ambos ya imaginaban como podrían corretear sus hijos el día que los tuvieran.

Se casaron en la iglesia más cercana.

No habían invitado a nadie al casamiento, puesto que no había quedado dinero disponible para una fiesta. No obstante Stuart y Steve, el encargado del albergue que siempre había estado en contacto con Antonio, habían venido a felicitarles. Ambos apreciaban mucho a la pareja.

Una vez finalizada la ceremonia invitaron a los padres de Stelle, a Steve y a Stuart a un brindis. Antonio había preparado un convite el día anterior, en el local que todavía no había inaugurado.

Luego se fueron a su casa.

Tampoco había dinero para una luna de miel. Pero a ninguno de los dos les importaba demasiado. Se sentían felices.

Al finalizar la semana siguiente a la boda, ya estaban listos todos los preparativos para la inauguración. Casi inmediatamente después, Stelle, comenzaría a dar clase en su nuevo trabajo y se habían apurado todo lo que pudieron para inaugurarlo antes de que eso ocurriera.

El restaurant funcionó tal como Antonio había supuesto.

Le costó un tiempo tener una clientela. Le había resultado más fácil en Londres. Pero no sólo consiguió tener una estable, sino también muy satisfecha.

Siempre innovaba su menú.

Le encantaba probar cosas nuevas. Tenía una colección de libros de cocina de todo el mundo

Cuando llegó el primer hijo de ambos, John, la pareja se sintió muy feliz.

A Stelle, como a cualquier mamá trabajadora, se le complicaba la vida debido a que tenía que compatibilizar la atención de su hijo con su trabajo, pero no le importó.

Consiguió que una persona viniera a ayudarla cuando ella tenía que ir a trabajar.

Cuatro años más tarde nació Cleve.

Sus dos hijos eran sanos y el trabajo de ambos marchaba bien, por lo que no podían quejarse de la vida ninguno de los dos.

Antonio estaba sumamente agradecido a ese país por haberle ofrecido todo lo que tenía. Le había permitido huir de uno de los peores tiempos de España, durante la dictadura. Había conseguido todo lo que se había propuesto.

El país también le había regalado una esposa que le había dado dos hijos.

No, él no tenía ninguna duda del agradecimiento que sentía por este país, pero en el fondo de su corazón, España seguía teniendo un lugar preferencial, por eso quiso anotar a sus dos hijos en el consulado español, apenas nacieron.

Les enseñó a ambos a hablar el español. Le pareció que era un forma de seguir conectado a sus raíces. Raíces que él no quería perder.

Ambos hijos estudiaron en el colegio donde ejercía Stelle.

John, siempre fue intelectualmente superior a Cleve.

Era el primero de la clase y desde muy pequeño había mostrado un interés inusual en el correcto uso del idioma inglés y español. Tenía una especial preferencia por la gramática y sus reglas.

Cleve había sido desde siempre más reticente a estudiar. En realidad hacía sólo lo imprescindible para pasar al año siguiente, sin importarle mucho cuanto conocimiento había adquirido o no.

Cuando terminaron el instituto, John se marchó a Exeter a estudiar debido al excelente prestigio que tenía la Universidad de esta ciudad. Eligió la carrera de Filología inglesa de la que egresó con notas excelentes.

A Cleve nunca le gustó la idea de seguir con el negocio del padre pese al éxito rotundo que estaba teniendo, ni demostró interés por seguir ninguna carrera.

Una vez finalizado sus estudios, John se presentó en unos de los institutos mas importantes de Barcelona, donde consiguió sin dificultad el puesto.

Antonio estaba triste porque su hijo se iba de su lado, pero en el fondo sentía mucha alegría que volviera a esa España que él amaba intensamente y que ahora era pujante, libre y organizada.

Allí se casó con una catalana y tuvo un solo hijo, Joao.

Cleve se quedó en Taunton. Se parecía físicamente a su padre pero no tenía ese empuje y tesón.

Comenzó trabajando en un negocio de electrodomésticos donde con el tiempo llegó a ser el encargado general.

Desde la época del instituto tenía una novia, Kelly, a la que amaba con devoción.

Kelly era una chica extrovertida, delgada y de mediana estatura, con hermosos ojos celestes y que tenía una especial manera de caminar, sumamente elegante y altiva.

Era hermosa pero evidentemente, ella se consideraba más hermosa aún, y lo hacía evidente en sus gestos, sobre todo al caminar.

Le encantaba leer y todas las tareas inherentes al hogar. Tampoco había querido seguir estudiando.

Kelly era el típico personaje de Susanita en la Mafalda de Quino. Tener un marido, hijos y un hogar eran todas sus aspiraciones en la vida.

Soñaba desde muy pequeña que su boda sería fastuosa, con muchos invitados, en un gran salón con orquesta y que ella estaría maravillosa en su vestido blanco.

Por eso, cuando Cleve decidió proponerle matrimonio, conocedor que su novia era una romántica incurable, la invitó a un paseo por el parque. Cuando llegaron a la glorieta, rodeados de maravillosas flores de colores y próximo al lago de los cisnes, la invitó a sentarse en el banco, se arrodilló frente a ella, le tomó ambas manos con una de las suyas mientras con la otra le ofrecía el estuche con el reluciente anillo y le dijo:- Eres la mujer más hermosa que conozco. Me siento muy afortunado por tenerte como novia, pero creo que ha llegado el momento de cambiar esa situación. Aceptarías ser mi esposa?-

Kelly, por supuesto, no dudó un instante su respuesta. Fue un SI dado con todo su corazón. Los dos eran muy jóvenes.

La boda se realizaría cuatro meses después.

Los preparativos fueron agotadores para ella. Es que quería que todo estuviera perfecto. El salón, las flores, el menú, la orquesta, el vestido, el ramo, el tocado, el peinado, las invitaciones. Todo tenía que ser único, por eso le costaba muchísimo elegir.

No quería pasarse por alto un solo detalle. Era su día y no podía salir nada mal. Todo debía estar pensado, seleccionado, estudiado, analizado para poder lograr esa boda con la que había soñado durante tantos años. Su madre y su suegra se habían ofrecido para ayudar, pero ella les agradeció gentilmente haciéndoles saber que quería encargarse de todo.

A Cleve no le interesaba ninguno de esos detalles, por eso cuando su novia elegía algo él aceptaba sin pensar.

A él solo le importaba casarse con ella. Lo demás era oropel, decía con frecuencia, haciendo que Kelly se ofendiera con esas palabras, pues ella no lo veía en absoluto de esa manera. Nada era oropel en sus sueños, sino pasos que debía dar para que se transformaran en realidad.

La boda salió perfecta tal como la soñara su novia.

Kelly estaba más hermosa que nunca en su vestido blanco, lleno de volados y encajes y con un corsé bordado con perlas y lágrimas de cristal que danzaban al compás del movimiento de su cuerpo. Ese detalle había sido su pedido específico a la modista.

La ceremonia religiosa se había celebrado en la misma iglesia que se habían casado los padres de Cleve. Las flores que adornaban el altar habían sido seleccionadas con exquisito gusto por Kelly.

Antonio y Stelle que, ante los preparativos de esta boda, evocaban con cierta letanía que ellos no habían tenido fiesta, se ofrecieron a hacerse cargo de los gastos puesto que ahora podían hacerlo.

Sus padres le ofrecieron regalarle a Kelly el vestido y todos los atuendos, incluyendo las flores de la iglesia.

De esta forma ellos tuvieron disponibilidad de dinero para irse de luna de miel a Irlanda.

Antes de casarse habían alquilado una casa cerca de los padres de ambos. Cuando volvieron de su luna de miel encontraron que ambas madres se habían ocupado que todo estuviera limpio y en orden, así que al entrar a la casa en brazos de Cleve, Kelly no tuvo nada que hacer.

Alex, el primer hijo de ambos vino a alegrar sus vidas antes de cumplir un año de casados.

Era un chico sumamente inquieto, que no paraba de corretear por toda la casa y por el jardín y encaramarse a toda cosa que se le pusiese en su camino, sin medir las consecuencias ni los peligros, por lo que frecuentemente terminaba lastimado.

Bob tardó cuatro años en venir a completar esta familia. En el medio de ambos hijos Kelly había tenido varios abortos que le habían hecho pensar que no volvería a conseguir llevar a término otro embarazo. Por eso cuando nació, ella sintió que por fin había realizado todos sus sueños.

Era bastante más tranquilo que su hermano, aunque sus travesuras tampoco lo alejaban del peligro constante. Kelly no podía dejar de estar atenta durante todo el día por lo que llegaba a la noche agotada, pero sintiéndose feliz por haber cumplido su misión de madre.

A pedido de su padre, Cleve los había anotado a ambos en el consulado español.

Su padre le había sabido transmitir el amor a España al igual que sus costumbres, muchas de las cuales fueron adoptadas por la familia de Cleve. Lo que Cleve no aceptó nunca fue enseñarles a sus hijos a hablar el idioma español.

El había sufrido mucha discriminación en la escuela por ser hijo de un español y no quería que nadie oyera a sus hijos hablando ese idioma.

-Ellos son ingleses y de padres ingleses. No necesitan saber el español- se había dicho resueltamente. Y la cumplió a rajatablas.

Los hermanos eran muy unidos, lo que no evitaba que se pelearan con bastante frecuencia entre ellos.

Alex siempre cuidaba de su hermano menor sin protestar.

Lo defendía en las peleas en la escuela. Lo ayudaba cuando no podía terminar sus deberes. Lo calmaba cuando algún mal sueño lo despertaba por las noches. Le enseñaba todos los trucos que él iba aprendiendo para manejarse en la vida. En pocas palabras lo quería muchísimo. Lo sentía y trataba como su mejor juguete.

Para Bob, Alex era su héroe. El que siempre estaba a su lado para salvarlo, para ayudarlo, para enseñarle.

Tenía muchos amigos pero ninguno era como su hermano Alex.

Ambos crecieron en ese pueblo de Taunton, hasta que un día su padre encontró una casa que se vendía a 10 quilómetros del lugar. Aunque Taunton no era una ciudad muy grande tenía un tráfico importante de vehículos sobre todo de los públicos, y él odiaba ese bullicio.

Estaba ubicada en un barrio muy tranquilo donde sólo de vez en cuando se veía pasar un coche.

Tenía un enorme jardín y estaba a la venta a un precio muy accesible.

A Kelly tampoco le gustaba mucho el bullicio así que aceptó sin vacilar la propuesta de Cleve de comprar esa casa.

Sobre todo porque por primera vez dejarían de alquilar y esa idea le pareció estupenda.

Una vez conseguida la hipoteca se mudaron sin prestar atención a las intensas protestas de Alex y Bob. Ninguno quería dejar a sus amigos de siempre.

Alex decidió que no se cambiaría de colegio.

No le importaba viajar todos los días. No pensaba perder sus amigos, especialmente a Pete su amigo del alma, y mucho menos a Sophie, quien ya era algo así como su “casi” novia.

Además su padre podría llevarlo por las mañanas cuando fuera a trabajar y el volvería en bus por las tardes.

A Bob no le dieron opción. Tenía solo 10 años y lo cambiaron al colegio más cercano

Estaba muy triste. Nunca se había planteado enfrentar la vida escolar solo. Ya no tendría quien lo defendiera en las frecuentes peleas que ocurrían en el colegio, puesto que su hermano no estaría.

El primer día fue muy asustado. Pero rápidamente se dio cuenta que había sido un buen alumno de su hermano, y había aprendido todos sus ardides y podía defenderse solo, y aunque muchas veces volvía con un ojo morado ya no tenia miedo.

De todas maneras su hermano seguía siendo su héroe y él seguía escuchando atentamente todos sus consejos y aprendiendo de ellos.

Esa fue la primera separación que sufrieron ambos hermanos.

Alex, Sophie y Pete eran amigos desde el primer día de clase cuando tenían 5 años de edad. En ese primer día, Sophie estaba sentada en el primer banco y alguien estaba tirándole gomitas en la cabeza. Sophie estaba molesta pero entonces era muy tímida y no se atrevía a decirle nada ni a quien se las tiraba ni a la maestra.

Pete y Alex estaban sentados en el penúltimo banco. Ambos estaban observando la escena y casi al mismo tiempo, se levantaron para defenderla.

Sophie les respondió con una sonrisa que los atrapó a ambos para el resto de sus vidas. Desde entonces fueron un trío inseparable.

Ella se mudó a un banco cercano a sus compañeros. Se sentía segura al lado de ellos, sabía que nadie más se atrevería a molestarla.

Así transcurrió todo el tiempo que duró la escuela elemental. Juntos estudiaban, juntos jugaban y juntos también, se peleaban.

Sophie acostumbraba a darle a Alex la razón en todo y a Pete le molestaba con frecuencia esta actitud, lo que los llevaba a discutir, y en algunas oportunidades, a que Pete atacara a Alex con una trompada en la nariz. Alex jamás dejó de defenderse.

Luego, Sophie se encargaba que todo volviera a la normalidad y los dos amigos se estrecharan las manos.

Y nuevamente volvían a ser el trío inseparable.

Los padres de Alex, durante el período vacacional, iban todos los años a visitar a John a Barcelona. La casa de ellos era muy amplia y albergaba a toda la familia con comodidad. Como vivían muy cerca del mar podían disfrutarlo sin inconvenientes. Tanto Alex como Bob estaban encantados de ir para allá.

El hijo de John, Joao, era mayor que ellos pero no tenía inconveniente en compartir las salidas a la playa. Era un muchachito algo extraño, ligeramente introvertido, que vestía según los ojos de ambos, muy raro. Pero la diferencia de edad existente les permitía a los tres tener cierta independencia de los padres y eso les gustaba a los dos.

En cambio, cuando John venía a Inglaterra optaba por alojarse en casa de sus padres, debido a que tenían mejor disponibilidad de espacio. Como la casa de ellos estaba muy cerca solían encontrarse con Joao.

Los padres de Pete solían ir a las playas cercanas de Inglaterra y algunos fines de semanas, a veces el padre de Alex y otras el de Sophie, invitados por ellos, alcanzaban a ambos hasta el lugar donde estaban, y los tres podían de esa forma seguir estando juntos.

Los padres de Sophie odiaban salir de vacaciones. Consideraban que el agua del mar que rodea Inglaterra era muy fría y a ninguno les gustaba estar tirado en la arena, sobre todo en un clima tan inestable, donde con frecuencia había que escapar de alguna lluvia. Tampoco les gustaba viajar.

Optaban por pasar las vacaciones recostados en las cómodas reposeras reclinables que tenían en su jardín y disfrutar de la pileta que pese a ser inflable, medía algo más de tres metros y tenía casi un metro de profundidad, lo que les permitía disfrutarla dándose un buen chapuzón. Tenían además un cómodo gazebo con una amplia mesa y sillas para protegerse del sol. Allí solían desayunar, almorzar y merendar. Por supuesto no faltaba la clásica barbecue, donde solían preparar las más ricas hamburguesas, según decían los niños.

Alex y Pete venían a diario cuando no se encontraban de vacaciones con sus padres.

Sophie era hija única y a sus padres les gustaba ver como jugaban bajo sus atentas miradas. Muchas veces habían comentado que les hubiese gustado más que ella tuviera amigas mujeres también, pero el trío no aceptaba interferencias.

Algunas veces les pedían permiso a sus padres para traer a Joao cuando estaba de visita, esta era la única excepción que aceptaban.

De esa forma transcurrió todo el período de la escuela elemental.

Cuando comenzaron el instituto ya era bastante evidente la preferencia que Sophie tenía por Alex.

Desde entonces, Pete se acostumbró a aceptarla. Él ya sabía que amaba con toda su alma a esa muchachita, pero que nunca sería correspondido.

Ni Sophie ni Alex tuvieron conciencia nunca de ese sentimiento.

De todas maneras eso no alteró la unidad del trío.

Una tarde en que Pete había faltado a clase porque estaba engripado, cuando volvían a sus casas a la salida de clases, Alex aprovechó la situación. Hacía mucho tiempo que estaba esperando una oportunidad así y nunca se presentaba.

Le dijo a Sophie que fueran por el parque en lugar de hacer el camino de siempre. -Tengo ganas de tomar un poco de aire fresco- le dijo.

Sophie aceptó con una sonrisa picaresca, haciéndole entender a Alex que ella también estaba de acuerdo en lo que iba a suceder.

Ya en el parque la invitó a sentarse en el banco.

Sophie aceptaba todo feliz, esperando el desenlace que también ella esperaba.

Se besaron tímidamente la primera vez. Luego se miraron fijamente a los ojos y ya no dejaron de besarse, hasta que se dieron cuenta que estaba anocheciendo y que sus padres estarían preocupados porque no regresaban.

Riéndose con todas las fuerzas salieron corriendo rumbo a sus casas.

Alex la dejó en la puerta de la casa con un tímido beso en la mejilla. Temió que sus padres los vieran y no se animó a enfrentarse a esa situación. Todo era demasiado nuevo para él. Tenían entonces 15 años.

Se dirigió a la parada del bus y notó que ya había pasado el último.

Tuvo que llamar a su madre a que viniera a buscarlo.

En el auto, Alex le contó todo. Estaba tan excitado que necesitaba decirle a alguien la experiencia vivida. Kelly se alegró mucho. Apreciaba mucho a Sophie y le encantaba ver a su hijo tan feliz.

Cuando dos días después Pete se reintegró a clase, no necesitó que ninguno de los dos le contara nada. Ya era evidente que la relación entre ambos había comenzado, y aunque Pete hacía mucho que sabía que iba a ocurrir, no pudo evitar una enorme tristeza que trató de disimular cuando les dijo que estaba muy feliz por los dos.

De todas formas el trío siguió imperturbable. La amistad no se había mellado por la relación.

Alex no podía quejarse. Tenía una buena vida.

No tenía problemas en el instituto. Planeaba seguir los estudios de mecánico de aviación. Tenía una novia maravillosa y bellísima además a la que quería mucho y se sentía correspondido de la misma forma desde hacía ya casi tres años. Un amigo estupendo e incondicional, y muchos amigos más, aunque no tan íntimos como Pete.

Una vida perfecta. –No- se dijo repetidas veces. -No tengo nada de que quejarme. Me gustaría que siguiera siempre así. Se que habrá muchos cambios cuando seamos adultos pero ojalá todo lo importante se mantenga sin alterar-.

Ya estaban cursando el último año del instituto.

Cuando este año llegara a su fin, cada uno iría por un camino distinto y esto los entristecía mucho.

Hacia tantos años que hacían todo juntos que no podían imaginar sus vidas, yendo por distintos caminos.

Pero los tres sabían que siempre iban a estar juntos. Pasara lo que pasara en la vida de cada uno.

Cuando terminó el año lectivo, junto a la algarabía de la graduación, se acrecentó aún más la tristeza de la separación.

Pete se iría a Exeter a estudiar. Desde muy pequeño había demostrado su interés por los casos judiciales. Siempre conseguía los extractos de los casos y fuera cual fuera la rama, civil, comercial o criminal, él los leía apasionadamente y las recordaba con una exactitud de datos asombrosa.

Exeter no estaba lejos de allí, poco menos de una hora de auto, pero sabían que solo se verían los fines de semana.

Sophie todavía no había decidido que quería seguir estudiando. Le gustaba mucho la docencia, pero no tenia elegida una rama específica.

Alex iría a la escuela de aviación de Bridgwater, y aunque tampoco estaba muy lejos de allí, algo menos que Exeter, debía concurrir a diario a clases, con lo que sumado al tiempo de viaje, aunque ya su padre le había comprado el Mini Cooper, no le dejaría mucho tiempo libre para Sophie, comparado con el que había dispuesto hasta ese momento.

Los tres sentían como si la distancia quisiera interponerse en su amistad.

-Jamás lo logrará- habían dicho en una oportunidad, cuando mencionaron el tema. -Jamás lo logrará! -Habían respondido casi al mismo tiempo con énfasis. Eso lo sabían los tres. Estaban muy seguros de que así sería.

Ese verano tratarían de vivirlo con gran intensidad los tres juntos sintiéndose más inseparables que nunca.

Habían estado pensando durante los últimos meses pasar ese verano en Weston-Super -Mare.

Los tres decidieron conseguir un trabajo temporario como camareros para disponer de algo de dinero propio, y consideraron que Weston era el lugar apropiado. Estaba cerca de sus casas. Poco más de media hora de auto.

Era un lugar turístico con importante movimiento de gente durante el verano, y sabían que no era difícil conseguir esa clase de trabajo. Lo eligieron pensando en que era un trabajo que les permitiría sumar a la paga mensual el dinero obtenido por las propinas, y eso a su edad, tuvo mucha ingerencia a la hora de elegir. Además lo veían divertido.

Alquilaron un pequeño departamento. No querían tener que viajar diariamente, prefirieron quedarse en el lugar, y aprovechar el tiempo libre como si estuvieran de vacaciones.

Disfrutaron de la playa, de los paseos por la arena, del sol, aunque no lo veían con demasiada frecuencia, porque el sol no es muy poco generoso en Inglaterra.

Los tres trabajaban en distintos lugares, pero los turnos de salida casi siempre coincidían, puesto que cada lugar cerraba cuando no había más clientes y eso ocurría en todos los lugares aproximadamente a la misma hora. Si alguno terminaba primero, iba a buscar al otro y lo esperaba hasta que terminara su trabajo, haciéndose servir por su amigo una cerveza, y en broma le dejaba una propina. Su amigo la tomaba, la miraba con desprecio y se reía diciendo que era una propina bastante miserable. Lo hacía en voz alta y los pocos clientes que quedaban volvían sus cabezas para observar la escena. Y ellos disfrutaban de su actuación.

Luego cuando todos terminaban de trabajar se iban a tomar cerveza a la playa. Ya no había bares abiertos pero ellos siempre tenían un acopio importante en su poder. Empezaban con una a la que luego le seguía otra y otra, hasta terminar bastante mareados, mientras bailaban descalzos en la playa mientras tarareaban sus canciones preferidas. Si bien el clima generalmente no era muy apropiado a ellos no les importaba demasiado. Las cervezas y el baile hacían que no sintieran el viento aunque muchas veces soplara con intensidad.

Y muchas veces se quedaban en la playa y, sin dormir se iban a trabajar. Otras, se quedaban dormidos en la playa exhaustos de tanto bailar, hasta que la luz del día despertaba a uno de ellos quien se encargaba de despertar a los demás para ir todos juntos al departamento y otras, salían corriendo pues una brusca lluvia los empapaba de repente.

Hicieron el clásico juramento de los adolescentes de ser como los tres mosqueteros, siempre ayudándose los unos a los otros y no separándose jamás.

De esta forma transcurrió todo ese verano. Fue un verano donde por primera vez los tres habían aprendido lo que era trabajar. E independiente de esto, lo habían vivido muy bien. Hasta el trabajo por intenso que a veces les pareciera, lo habían tomado como parte de las vacaciones puesto que les permitía charlar y hacer chistes con los clientes.

Cuando volvieron faltaban muy pocos días para que comenzaran las clases y por ende que sus vidas tomaran distintos rumbos.

Sophie seguía sin decidir que hacer. Por mucho que lo pensara no encontraba nada que realmente la apasionara como para pensar en dedicarse el resto de su vida.

Optó por buscar trabajo y darse un año para pensar a que se dedicaría.

Pete se marchó a Exeter, quería conseguir los programas de estudio y los horarios de las clases.

También quería ver si podía conseguir un trabajo part time que le permitiera manejarse con sus gastos.

Para pagar la universidad ya había conseguido su crédito de estudiante.

Alex no tenía nada para hacer pues ya se había anotado en el colegio hacía un tiempo.

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