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Doctrina Social de la Iglesia 06

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De la Remum Novarum al Vaticano II

a) El contexto social.-

El siglo XIX, puede ser considerado como el siglo de la consolidación de la sociedad moderna entre otras cosas, por los cambios producidos en Europa desde el Renacimiento:

1.- En lo económico, se da un crecimiento económico sostenido que causa y consolida el capitalismo liberal.

2.- En lo cultural, se prioriza al individuo frente a la tendencia de diluirlo en la sociedad.

3.- En lo político, la consolidación de los estados nacionales: el principio de soberanía nacional se convierte en la base de la nueva organización política, mientras que la ideología liberal genera instituciones que defienden al individuo de los excesos del poder estatal.

Pasemos a explicar brevemente estos cambios, sobre todo los dos primeros, en los cuales podremos mayor énfasis:

El surgimiento del capitalismo liberal.-

Para poder entender cómo se produjo, debemos fijarnos en el proceso de industrialización y en el surgimiento del capitalismo.

La industrialización es ante todo un fenómeno técnico que presupone una serie de descubrimientos, fruto del desarrollo de las ciencias experimentales modernas que conducen a la revolución tecnológica. Pero. ¿Qué estimuló la aplicación de las ciencias experimentales a la producción? Fundamentalmente fueron las siguientes causas: a) la probabilidad de vender lo que se produjera, y b) las expectativas de obtener un beneficio económico con ese tipo de operaciones. Esto generó la espiral de la productividad e hizo que el trabajo fuese más productivo, convirtiéndose así en un factor dinamizador del crecimiento económico.

El capitalismo. Para comprar las máquinas que se hicieron necesarias en el proceso de industrialización, es preciso contar con un capital previamente acumulado. El capital no tendrá problemas en ponerse al servicio de la producción, siempre y cuando prevea que serán satisfechas sus expectativas de ganancia. Además, al convertirse en el financiador del proceso de producción, este queda en sus manos.

El capital se había acumulado previamente a la etapa histórica de la industrialización mediante la intensa actividad comercial producida en las grandes ciudades de Europa, por lo menos desde el siglo XIII, incrementada con los descubrimientos geográficos que ampliaron los mercados y proporcionaron gran cantidad de metales preciosos que facilitaron la acumulación del capital. Este será el llamado capitalismo comercial, que dará paso al capitalismo industrial en el momento en que el capital comercial comience a controlar la producción de los bienes que hasta el momento sólo compraba a los productores artesanales para venderlos en uno u otro lugar. Al producirse esto, entonces sucede el cambio en el modo de producción. El nuevo modo de producción capitalista implicará la separación del trabajo y el capital.

Una cultura que prioriza al individuo.-

Fijemos ahora en el aspecto cultural ya mencionado de estos cambios. Hemos dicho que simultáneamente al proceso de surgimiento del capitalismo, culturalmente se va priorizando cada vez más al individuo.

Pero en la sociedad medieval, ¿no existía acaso una clase social, la aristocracia, que tenía ya acumulada grandes riquezas? ¿Por qué no bastó esto para la formación del capitalismo? ¿Por qué no surgió el capitalismo en la sociedad medieval? Pues, la razón apunta precisamente al cambio al que hacemos referencia. Porque faltaba en sus propietarios una manera de enteder la vida y de emplear la riqueza de modo diferente; faltaba la mentalidad, la cultura burguesa. El liberalismo es la ideología propia de esa nueva clase burguesa que va a liderar el proceso de crecimiento económico propio del capitalismo del siglo XIX.  

Para la aristocracia medieval la posesión del la riqueza es un signo de poder. Para la nueva clase burguesa es mucho más: es una fuente de enriquecimiento. El capital es riqueza, si, pero entendía como fuente de producción de nueva riqueza. Por ello podemos decir que este sentido de lucro económico es uno de los componentes de la Ideología liberal.

La mentalidad liberal subraya los rasgos más individualizadores de la persona humana y la libertad individual. Ya que la libertad es el gran valor de la persona, a él se le concede la prioridad máxima. Ahora bien, si la libertad es el factor común que identifica y dignifica a todo ser humano, resulta que todos los hombres son iguales en lo fundamental. Igualdad y libertad pasan a ser las dos grandes coordenadas que definen al ser humano.

El liberalismo pone a punto un tipo de hombre inquieto, emprendedor y aventurero, laborioso, racionalista y calculador, dispuesto al riesgo y con una fuerte sed de ganancias. Este espíritu infunde a la realidad inerte que es la riqueza una dinámica nueva: la convierte en capital. Y así pasa a ser el concepto clave del capitalismo: no basta poseer bienes, hace falta utilizarlos para producir nuevos bienes y, a través del empleo, multiplicar la riqueza de sus poseedores.

En sus comienzos, el capitalismo se configura de acuerdo con la concepción liberal del hombre y de la sociedad. Por eso suele llamársele capitalismo liberal. Consecuentemente con su interés por el individuo, su preocupación primaria consitirá en garantizar el libre ejercicio de la iniciativa empresarial como fuente de enriquecimiento personal.

b) El contexto político.-

Es sumamente importante destacar la ebullición política que generaron los cambios anteriormente señalados. Entre las principales corrientes que se gestan en esta época encontramos:

El primer socialismo y la crítica del capitalismo liberal. Inglaterra, la nación que más rápidamente ha visto progresar el industrialismo, verá también surgir un socialismo de enfoque más pragmático, el de Robert Owen (1771-1858), a quien se le considera el fundador del cooperativismo inglés.

En Francia, tampoco nace el socialismo con una vocación decididamente revolucionaria. Los primeros representantes de esta corriente Saint Simon (1760-1825)  y su discípulo Bouchez (1796-1865) y otros, propugnaron la reforma social mediante la asociación voluntaria de patronos y obreros. Pero, a partir de las revueltas de 1830, surge un fuerte movimiento que busca no sólo la reforma social, sino el llegar a ella a través de la reforma política y de la verdadera democracia. En cierta continuidad con estos, hay que situar a Pierre-Joseph Proudhon (1809-1865). La importancia de su pensamiento radica en el hecho de que confluyen en él el socialismo y el anarquismo nacientes. 

El socialismo de Marx. Para Marx, la causa última de la miseria hay que buscarla en las mismas estructuras sociales, que funcionan de forma que unos poseen los medios de producción y, al utilizarlos, explotan a los que carecen de ellos. La solución a esta situación de injusticia, por tanto, no hay que buscarla en ningún tipo de reformismo, al que desde luego no se pueden negar sus buenas intenciones, pero que adolece de una fuerte carga de ingenuidad. Según Marx, lo que hay que hacer es cambiar las estructuras sociales mediante la toma del poder por el proletariado.

c) El contexto eclesial.-

Veremos ahora cómo afrontó la Iglesia estos cambios.

El siglo XIX y comienzos del XX están marcados, ante todo, por un abierto enfrentamiento de la Iglesia con el liberalismo, que se traduce en una fuerte oposición a los modernos Estados nacidos bajo la inspiración liberal. Se trata en primer lugar, de un conflicto ideológico, que tiene como raíz, el que la ideología liberal exalta la libertad individual como factor cultural determinante de la sociedad moderna. Un segundo punto polémico radica en el intento de los regímenes liberales de reducir lo religioso al ámbito privado. El tercer punto de conflicto tiene relación con el ascenso de los nacionalismos; esto mueve a rechazar la autoridad papal, y a que haya resistencia frente a la estructura supranacional de la Iglesia. Los liberales intentan controlar la organización eclesiástica y someterla a la legislación nacional.

Este enfrentamiento entre la Iglesia y al civilización moderna se expresa en algunos documentos pontificios: Mirari vos (1832), de Gregorio XVI,  y el Syllabus (1864), de Pio IX. En estos textos, León XIII (1878-1903) inicia un proceso de reconciliación. Este proceso tenderá, no a que la Iglesia transija con los anti-valores de la modernidad, sino a que se haga capaz de discernir sus valores. Como hechos concretos, podemos recordar que fue este Papa, quien en 1890 pidió a los católicos franceses que apoyaran a la República Democrática, significando un cambio notorio en la actitud que los Papas respecto a la democracia habían tenido hasta ese momento.

Una muestra de la buena acogida que tuvo esta nueva actitud del Papado frente a los Estados modernos será el que, el Canciller alemán Bismark solicitara  la intervención del Papa para dirimir un conflicto con España a propósito de las Islas Carolinas.

d) El contexto social.-

Luego de analizar los principales factores que confluyen en el contexto en el cual surge la Rerum Novarum, es conveniente resaltar a grandes rasgos cómo vivía el obrero en ese momento todas estas circunstancias.

Como consecuencia de la implantación del capitalismo, habían sido destruidos los antiguos gremios de obreros, organizaciones que en la Edad Media amparaban a los artesanos, sin dárseles en su lugar defensa alguna. Los obreros de esta manera, se ven entregados a la inhumanidad de sus empleadores y a la desenfrenada codicia de sus competidores. En un momento en que la producción y el comercio de todas las cosas están en manos de pocos, de tal manera que unos cuantos hombres opulentos y riquísimos han puesto sobre la multitud innumerable de proletarios, un yugo que difiere poco del de los esclavos.

Asimismo, se viven las tremendas consecuencias sociales de la revolución industrial, expandida bajo el signo del capitalismo liberal: poblaciones miserables amontonadas en suburbios sórdidos, condiciones inhumanas de trabajo exigidas a mujeres y niños; salarios de hambre; inexistencia de mecanismos de reivindicación de justicia social; sindicatos policialmente perseguidos, carencia absoluta de recursos asistenciales, y el propio Estado al servicio de una economía violentamente competitiva.

En este ambiente, los llamados de los Pastores y las iniciativas dispersas, promovidas o estimuladas por la Iglesia, se revelan impotentes para enfrentar una situación de iniquidad que despertaba ya poderosas tensiones subterráneas.

Para completar el panorama, no podemos olvidar como ya señalamos que, en este horizonte emerge la alternativa socialista estructurada en el pensamiento marxista, que comenzaba a polarizar peligrosamente todos los odios generados por tantas frustraciones.

Mensaje central de la Rerum Novarum

León XIII en esta Encíclica discrepa con vigor respecto a algunos aspectos concretamente destacados del liberalismo. El primer punto de discrepancia es, la propiedad. La Rerum Novarum no sólo defiende el derecho de propiedad privada, lo que la acercaría al liberalismo; afirma además las obligaciones inherentes a la condición de propietario. En este punto, en cambio se aparta del liberalismo, que defiende el derecho ilimitado del propietario a disponer de sus bienes. El hombre, dice la encíclica, no debe usar las cosas externas como propias, sino como comunes, y tiene que estar dispuesto a dar a los necesitados.

Hay aquí una clara limitación del derecho de propiedad en cuanto a su ejercicio, pue, según la más antigua tradición de la Iglesia, el hombre es sólo administrador de los bienes que Dios ha puesto en sus manos. Es más, León XIII, consecuente con sus mismos argumentos a favor de la propiedad privada, propone como solución a la cuestión social el acceso de todos a la propiedad, como uno de los objetivos que ha de orientar la actuación del Estado.

Nos encontramos ahí con dos nuevos puntos de divergencias con el liberalismo. Ante todo, el papel del Estado, que no puede limitarse a garantizar la libertad de los individuos, sino que tiene que intervenir, defendiendo la propiedad por una parte, pero acudiendo además en defensa de los más necesitados.

Una forma de defensa será el velar para que los salarios no se establezcan sólo según el libre juego de las fuerzas del mercado. De nuevo aquí se están criticando posturas liberales. En una situación de desigualdad, la libertad formal del contrato de trabajo puede ocultar una verdadera imposición al trabajador, forzado a aceptar unas condiciones injustas porque no tiene otra alternativa para sobrevivir. Por eso el salario, para que sea justo, no basta con que sea libremente pactado; debe asegurar además, la cobertura de las necesidades básicas del trabajador y permitirle un margen de ahorro para ir constituyendo con él un pequeño patrimonio.

Esta importancia atribuida al Estado es tanto más de destacar cuanto que en esos años existe una profunda desconfianza de la Iglesia hacia los Estados, entre otras razones por la presión que ejercían sobre ella para reducir su campo de acción. La afirmación del derecho de asociación, como derecho natural, es otro de los puntos en que la Rerum Novarum se aleja del liberalismo, para el que cualquier tipo de agrupación no era más que una restricción indebida a la libertad individual. Sin embargo, sobre este punto la encíclica muestra sus preferencias por un modelo mixto de asociación (patrono y obreros juntos), aunque no excluya del todo el sindicalismo puro. Le parece esta fórmula más coherente con su opción por una sociedad basada en la armonía, donde siempre se busca resolver los conflictos por la vía de la conciliación.

La evolución del contexto social hasta el Vaticano II.-

Con el comienzo del siglo XX se producen cambios decisivos tanto en el terreno socioeconómico como en el político. En Occidente, el sistema liberal capitalista, que conoció una expansión tan inusitada en el siglo anterior, entra ahora en crisis.

La concentración de fuerzas (tanto de parte de los trabajadores para defender sus intereses, como de los capitalistas para hacerse fuertes frente a los movimientos obreros y sobrevivir a la competencia cada vez mayor) ha desvirtuado las reglas de juego que hacen funcionar el modelo ideal del mercado. El capitalismo de tendencias monopolistas niega el supuesto fundamental de ese modelo ideal: que ninguno de los agentes que intervengan en él sea capaz de imponer su voluntad a los demás. Por eso las crisis cíclicas se hacen cada vez más agudas. La más grave de todas ellas, la que estalló en octubre de 1929, no es más que la última de una larga serie; pero en este caso, recoge además los frutos retardados del descalabro económico de la Primera Guerra Mundial.

Esta crisis, que provocaría un cambio radical a más largo plazo en la orientación del modelo capitalista con la incorporación activa del Estado a la vida económica, ofreció a corto plazo el terreno propicio, abonado por el malestar social ante la crisis, para que se instalaran regímenes totalitarios en el corazón de Europa. Mussolini primero y Hitler unos años después, se presentaron ante las masas y fueron acogidos como mesías que iban a salvar el continente de un fracaso inminente, acentuando por la debilidad de las democracias pluralistas.

Otro régimen totalitario, aunque de signo distinto, se había instaurado poco tiempo antes en Rusia. Marx había previsto que el advenimiento de la dictadura del proletariado sería el fruto maduro del propio proceso del capitalismo. Para él este sistema llevaba en sus entrañas el germen que acabaría con él. Pero lo que ocurrió en Rusia nada tenía que ver con las previsiones que los líderes revolucionarios invocaban como su inspirador: la revolución se llevó a cabo en un país que no había alcanzado todavía la madurez capitalista.

Estas son las coordenadas en las que se ubica la doctrina social de los tiempos de Pio XI y, también de Pio XII. En este periodo hay, además, un acontecimiento omnipresente, la Segunda Guerra Mundial: su preparación, su desarrollo, y sus consecuencia.

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Andrés Arbulú Martínez

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