La Catedral de la Habana; historia de una parroquia mayor.
En anteriores entregas estuvimos recreando el pasado de la Plaza de la Catedral de La Habana y el de las edificaciones que la circundan, pero no nos referimos al resto de la historia que permite hoy en día observar en dicho sitio del caso histórico de la ciudad, al edificio que le da nombre: la Parroquial mayor de La Habana.
Hablamos en su momento de que ya en los inicios del siglo XVIII la orden de los jesuitas se interesaba por enclavar sus servicios religiosos en el marco de la Plaza, pero sus pedidos al Procurador de la ciudad fueron denegados. Que más tarde gracias a que el obispo habanero Diego Evelino de Compostela, compró un pedazo de terreno aledaño a la plaza fue que se pudo construir el primer y muy modesto oratorio que bajo la égida de la compañía de Jesús comenzó a brindar sus servicios en el lugar. No fue hasta 1748 que se pudo iniciar la construcción de un verdadero edificio, que según los planes de la orden, acogería a un colegio, un convento y a una iglesia.
En 1767 ya se había concluido al menos el colegio, pero los objetivos de la orden no pudieron cumplirse pues fueron expulsados de la isla por el monarca español Carlos III. En 1777 el clero habanero se aprovecha del edificio para enclavar la Parroquial mayor de la ciudad, el que aprovechan tal como lo dejaron los jesuitas pues no hasta el año 1788 que por orden del obispo José de Trespalacios, comenzaron las obras de transformación del inmueble en una perfecta iglesia transformando el colegio jesuita en lo que después sería el famoso Seminario de San Carlos y San Ambrosio.
Durante la prelacía del obispo Espada ((1802-1832) se acometiendo importantes reformas en el edificio a fin de eliminar todo lo que se estimase de mal gusto en adornos, altares, estatuas de santos y sustituyéndolos por copias de obras de Rubens, Murillo y otros grandes maestros hechas por el pintor francés Vermay, que vivió largo tiempo en La Habana, y sus discípulos. De Vermay, quien posteriormente fundaría la Academia San Alejandro , se cuenta que en una ocasión mientras pintaba uno de los frescos que se divisan a lo alto de el altar principal de la parroquia , cayó de su andamio fracturándose varias partes de su cuerpo por lo que tuvo que guardar un largo reposo de restablecimiento. Al regreso de su convalecencia el pintor tuvo que contentarse con supervisar el término de la pintura por sus aprendices, pues las condiciones en que habían quedado sus extremidades inferiores le impidieron valerse por si mismo para proseguir la obra.
El templo lo forma un rectángulo de 34 x 35 metros, dividido interiormente por gruesos pilares en tres naves y ocho capillas laterales. El piso es de baldosas de mármol negro y blanco. Entre sus capillas se destaca la muy antigua de Santa María del Loreto, consagrada por el obispo Morell de Santa Cruz en 1755, es decir, mucho antes de la transformación del oratorio de los jesuitas en catedral.
Entre 1946 y 1949 la catedral fue sujeta a un amplísimo proceso de transformación o, más bien, renovación, obra del arquitecto Cristóbal Martínez Márquez. Fue una iniciativa de Manuel Arteaga Betancourt, cardenal-arzobispo de La Habana. Y para ella, el gobierno republicano de la isla aportó la suma de 250 000 pesos.
La reconstrucción fue un verdadero éxito pues gracias a ella el templo ganó mucho en luz, ventilación, seguridad, belleza y sobre todo en grandiosidad.
Del edificio y sus características estilísticas se hablado mucho a lo largo de los tiempos, famosos escritores, críticos de arte y arquitectos de renombre, han dejado múltiples comentarios elogiosos sobre la belleza del edificio que acoge a la Catedral de La Habana.
El literato Alejo Carpentier decía que la fachada de la Catedral era “música convertida en piedra”. Otro como José Lezama Lima afirmaba que esa fachada, con sus curvas, remedaba el oleaje marino.
Emilio Roig de Leushering, quien fuera historiador de la ciudad de La Habana, era de la opinión que la Catedral, el convento de San Francisco de Asís, la iglesia de Paula, la de la Merced y también la del Ángel, son los templos de la época colonial que merecían conservarse en la Habana de todos los tiempos como monumentos representativos. A su juicio, a la Catedral la favorecían el aspecto interesantísimo y típicamente colonial de la plaza frente a la que se asienta, y los edificios netamente habaneros que se erigen en torno a dicha plaza y que parecen hacer una guardia de honor permanente al viejo templo. Por su parte, escribe el arquitecto Joaquín Weiss:
Estilísticamente el edificio de la Catedral va mucho más allá que cualquier otro monumento del sobrio barroco habanero: la concavidad de su muro de fachada, con sus columnas dispuestas en ángulo; el grado a que han sido llevadas la inscripción y la intersección de los elementos arquitectónicos, y el contorsionismo de sus líneas, lo hermanan a las obras más radicales de la escuela barroca. La Catedral de La Habana no solo prestigia la plaza a la que da nombre, sino que sin ella ese espacio perdería mucho de su venerable personalidad.
Otro de los aspectos interesantes de la historia de la Plaza es lo relacionado a si guardó o no, en su momento, los restos mortuorios de Cristóbal Colón. Cuenta la historia que en 1796, después de la llamada Paz de Basilea, cuando España cedió a Francia su colonia de Santo Domingo, los restos del almirante Cristóbal Colón, que descansaban en la isla vecina, fueron depositados en la Catedral de La Habana, junto al altar del Evangelio, bajo una lápida que decía: “O restos e Imagen del grande Colón –mil siglos durad guardados en la Urna”. En 1892 las cenizas fueron traspasadas a un monumento funerario, obra del escultor español Antonio Mélida, que se instaló en la nave central del templo, y allí estuvieron hasta que en 1898, al cesar la soberanía española sobre Cuba, se llevaron a España.
¿Eran esos en verdad los restos del Almirante de la Mar Océana? Para muchos, la presencia de los despojos de Colón en Cuba es uno de los enigmas de nuestra historia.
Colón murió en Valladolid, el miércoles 20 de mayo de 1506. Se le dio sepultura en la capilla de San Juan de la Cerda. Fue un enterramiento provisional pues en 1509 se transfirieron sus restos al monasterio de Las Cuevas, en Sevilla. Tampoco este sería el sitio definitivo, ya que entre 1537 y 1559 se llevaron a Santo Domingo los despojos del Almirante a fin de que descansaran junto a los de su hijo Diego y los de su hermano Bartolomé. Desde allí, como ya se dijo, viajaron a La Habana y luego a España.
Esta bella historia se vio perturbada en 1877 cuando monseñor Roque Cocchia, delegado apostólico en Santo Domingo, declaró haber encontrado en la Catedral dominicana la tumba del Almirante. Al decir de Cocchia, los restos de Colón nunca salieron de ahí. Siguiendo su versión, a La Habana debieron llegar los de su hijo Diego, bien por error o por la voluntad deliberada de los padres dominicos que custodiaban la Catedral en el momento en que se decidió el traslado, deseosos de conservar los preciados despojos. De esos restos hay parte en Venezuela y también en las ciudades de Génova y Pavía.
Para algunos, las revelaciones de monseñor Cocchia no merecen crédito alguno. Para ellos, los restos de Colón son los que estuvieron en La Habana y reposan ahora en Sevilla. Otros son de la opinión de que las cenizas verdaderas no salieron nunca de Valladolid y no faltan los que aseguren que se encuentran en el monasterio sevillano de Las Cuevas. Algunos más las ubican en Puerto Rico o en el lugar más imprevisible. El italiano Paolo Emilio Taviani, una autoridad insuperable en lo que a la vida del Almirante se refiere, es del criterio de que los restos de Colón son los de Santo Domingo. La figura del Gran almirante siempre ha generado innumerables polémicas. Al igual que su lugar de nacimiento, la muerte de Cristóbal Colón sigue estimulando la mitología y la fábula.
La catedral de La Habana, por el momento, sigue siendo mencionada en algunas de las teorías que existen sobre el tema por todo el mundo.
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