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El Caballero sin Cabeza

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El Caballero sin Cabeza

Hubo una vez un cuerpo humano bastante extraño. Su rareza no consistía en razones como que poseyera una gran nariz o una gran boca, ni tampoco en que le faltara cabello. Lo verdaderamente raro de aquel organismo era que sus miembros se podían comunicar entre sí, y esto por medio de un lenguaje que únicamente entendían ellos mismos. En este insólito cuerpo se encontraban miembros tan extraños, como aquel pie que se había postulado diez veces para ser elegido como oreja, y siempre “se había quemado en las elecciones”; o como aquella barriga que tenía vocación de pie, y siempre estaba regañando a los pies porque, según doña barriga,“se equivocaban mucho al escoger el camino más corto para ir a comer”. Era un organismo bastante atípico, en el cual cada miembro podía manifestar su propia opinión al interior del cuerpo.

En alguna ocasión se encontró que, por causa de que el tiempo había pasado y había hecho de las suyas, los ojos de este “cuerpo extraño” ya no podían ver como antes, y por tanto necesitaban usar lentes. ¡Qué lío se formó cuando la nariz se enojó! Se escuchó por todo el cuerpo "una voz" que provenía de las fosas nasales (algo así como un ronquido), que decía “yo no estoy dispuesta a llevar ‘sobre mis espaldas’ unas pesadas gafas, porque ni es mi culpa ni mi responsabilidad lo que le sucede a esos ojos tan mirones”. Añadió que “esos ojitos negros lo que quieren es poderme vigilar más de cerca; y verse más coquetones, para así poder concretar su romance con las cejas. Conmigo que no cuenten para esas vagabunderías”. ¡Ah vaina o vainilla! Ante tal reacción, los pobres ojitos se quedaron sin gafitas, y eso que lo que pedían no eran unas Ray Ban de sol para verse más coquetos, sino para poder cumplir su labor de dirigir los movimientos del cuerpo, dentro del cual estaba incluida la “egoísta nariz”, que desde entonces fue conocida como “La Llanera Solitaria”.

La cuestión fue que, un día infortunado o afortunado, por causa de la poca visibilidad que poseían “los directores del cuerpo” (alias “los ojitos”), pues los pies se tropezaron mijo, ¡y qué costaleada tan macha!, ¡ay bendito! La nariz terminó hospitalizada y entablillada, y varios de los demás miembros de aquel cuerpo resultaron lesionados luego de la desventurada trilla. ¡Pobre nariz! ¡Pero quién la manda! Los pies inmediatamente después de la caída, sin reparo y apresuradamente, corrieron dirigidos por los ojos, quienes hacían su mayor esfuerzo al no poder ver bien, con tal de que fuera atendida prontamente su egoísta y ahora avergonzada amiga, la Nariz.

Esta es una corta anécdota que alguien en cierta ocasión me compartió, con un poco de efectos especiales fabricados en el laboratorio de nuestro grupo investigativo de cabecera, y que me parece perfecta para reflexionar hoy sobre algo que ronda mucho por mi cabeza últimamente: La importancia de los miembros del Cuerpo de Cristo.

Por estos días, al estar trabajando en todo lo relacionado con la publicación de mi primer libro, Dios me ha bendecido rodeándome de personas con dones grandiosos, y me he quedado maravillado al ver sus talentos y ser bendecido por medio de ellos. Mientras que escucho sus excelentes ideas, reflexiono en que es necesario que reconozcamos que hay personas que poseen talentos que nosotros no, y que entendamos que escucharlos y recibir sus consejos será nuestra decisión más sabia. Necesitamos de los demás para alcanzar grandes triunfos, y esto es algo que confirma la Palabra de Dios en Proverbios 24: 6 "...Y en la multitud de consejeros está la victoria".

No entiendo cómo algunas personas pueden vivir como islas en el mundo (incluso algunos que se autodenominan creyentes en Dios), con argumentos tales como “yo no necesito congregarme en una Iglesia”, "a mi me gusta es orar solo en mi casa", “yo solo puedo hacerlo” o “las ideas de los demás no son buenas”. Resulta bastante triste ver que esto sucede mientras que Dios ha preparado toda una estructura maravillosa denominada “El cuerpo de Cristo”, con el fin de beneficiar a todos y cada uno de sus miembros, los cuales a su vez cuentan con talentos distintos y maravillosos para complementar la vida de los demás, llenando los vacíos de otros con los dones que poseen.

Es cierto que hay personas que rehúsan ser parte del maravilloso cuerpo de Cristo, al rechazar de manera directa las Palabras de la cabeza, o sea del mismo Dios. Sin embargo, al interior de la misma Iglesia también podemos encontrar algunos “caballeros sin cabeza” que, tristemente, desechan a Dios “de manera indirecta”, al no aceptar la ayuda de los miembros del cuerpo que Él preparó para bendición de todos. Desechan a los miembros, lo cual a su vez se convierte en un rechazo a la cabeza que los dirige.

Renunciar a recibir bendiciones por medio de aquellas personas a las cuales Dios capacitó para hacernos bien, no es una sabia decisión en verdad; y, tarde que temprano, sino decidimos de manera contraria, terminaremos “como narices solitarias y estrelladas en el piso”.

Dios nos ha entregado por lo menos un don a cada uno de nosotros, para que lo pongamos al servicio de los demás, pero también nos ha impuesto la necesidad de depender de otros que poseen talentos diferentes. Sería verdaderamente lamentable que dejásemos de disfrutar lo que Dios preparó para nuestro propio bien, y todo por desechar a los miembros del mismo cuerpo del cual hacemos parte.

1 Corintios 12: 19 – 21: “Porque si todos fueran un solo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo? Pero ahora son muchos los miembros, pero el cuerpo es uno solo. Ni el ojo puede decir a la mano: No te necesito, ni tampoco la cabeza a los pies: No tengo necesidad de vosotros”.

¡Hasta la próxima!

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Acerca del autor

Juan Diego Llanos... Algo así como un escritor que ama a Jesucristo... http://www.juandiegollanos.com/

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