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domingo 28 de abril del 2024
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La verdadera historia de las mujeres jirafa

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Me dispongo a salir de Mae Hong Son, una pequeña ciudad de las montañas, base de asentamiento idóneo para explorar algunos de los últimos rincones que todavía quedan infecuentados por el típico turista de sol y playa que acude a Tailandia. Alquilo una pequeña motocicleta (por el mismo precio de lo que me costaría una cajetilla de tabaco en mi ciudad) e inicio mi camino en dirección Nai Soi. Atravesando por bellos parajes a campo abierto, bordeados por una delgada pista de tierra polvorienta, por la que circulo en plena armonía con el entorno que me rodea, sobrepaso alguna pequeña aldea con su riguroso templo budista, a orillas del río Pai, río en donde realizo una primera parada de rigor para saborear ese exquisito momento de calma y libertad.

Han sido solo 30 los kilómetros recorridos por donde el tiempo parece no pasar. Las leves crecidas del río en estos primeros días de Enero no me dificultan el atravesar con la moto a través de sus aguas.

La temperatura parece acompañar a estas horas matinales, cosa que no sucede durante la noche, donde se hace indispensable el uso de algo más de ropaje. Una señal de tráfico me indica que voy por el buen camino. Al ver escrito en ella “cuello largo Karen” y no el nombre en sí, de la aldea (Nai Soi), me imagino esa dura y triste realidad de lo que ya leí en algunos escritos, acerca de la situación por la que atraviesa esta particular etnia llamada Padaung, perteneciente al subgrupo de los Karen, nombre con el que se aplica a los diferentes pueblos tribales de la Birmania meridional.

Llego hasta el final de la travesía, en una minúscula explanada rodeada de vegetación, en donde un puesto de control militar, me hace saber que he llegado por fin a mi objetivo. Aparco la motocicleta sin atarla, por la evidente vigilancia existente y camino atravesando la barrera de acceso para adentrarme al poblado, hasta que recibo de un militar el aviso de que de marcha atrás para pagar peaje. ¡Sí! efectivamente, un maldito e injusto peaje de entrada de unos 6 $ por el simple hecho de entrar, eso sí, de forma amable.

La excitación aumenta segundo a segundo, hasta que diviso al fondo la primera mujer Padaung. Mi ferviente curiosidad se vuelve tímida al pasar junto a ella. El respeto que mi rostro desprende se hace evidente a medida que doy cada paso, pues los serios y entristecidos habitantes de la aldea me hacen dar cuenta de una de esas injusticias, aun por erradicar.

Las pequeñas chozas, donde habitan y trabajan se podría decir que están orientadas al turismo, cuando ves que en cada una de ellas hay habilitada una pequeña mesa principal con productos artesanales propios para su venta. Así pues, sus gentes están más que acostumbradas a que el visitante llegue con la única finalidad de sacar una foto para rápidamente irse por donde ha venido. Llevo media hora de recorrido y la complicidad que siento hacia esta gente, hace que no desee sacar la cámara. La tranquilidad con la que todos viven, hace que no tengan la necesidad de insistirte en que compres algunos de sus productos, a diferencia de como haría cualquier otro comerciante normal del resto del país. He visitado ya todo el poblado, pero no me puedo marchar tranquilo pensando que fui como el resto de los pocos visitantes que llegaron, vieron y se esfumaron. Deseo encontrar una forma natural y humana de acceder a ellos, con lo que se me ocurre montar un nuevo aparato masajeador de cabeza que guardaba para una ocasión especial. Comienzo a probar el aparato a una anciana, sentada junto a su sonriente nieto, de forma muy suave (para que no le dé un sobresalto con todo lo que eso podría implicar para su cuello), hasta que otras habitantes se acercan a mí, para probar el escalofriante artilugio de cobre.

Al rato, una de las señoras masajeadas empieza a hablarme en castellano para mi sorpresa, con lo que aprovecho para iniciar una charla junto a ella acerca de su situación. Al verme interesado en el tema, me saca un enorme libro escrito en Birmano donde se explican datos acerca de sus orígenes, como esa leyenda que;

“Cuenta que una mujer dragón de extraordinaria belleza fue poseída por el viento y como fruto de esa sorprendente unión se extendieron por la tierra sus descendientes que fueron llamados padaung por la simbología de sus cuellos en honor al dragón”

También me explica la curiosa relación que tienen con diferentes tribus sudafricanas como los ndebele de Zimbawe en el que mujeres y hombres también usan aros alrededor de sus cuellos tal y como observo en una fotografía que me muestra de un hombre de color con dorados anillos por su elevado cuello. Mi mente se queda en blanco cuando la amistosa señora me suelta al aire la pregunta ¿Cómo puede haber esa tradición peculiar, en dos zonas tan opuestas y alejadas una de otra? Uno se queda de piedra cuando averigua que ni ellos mismos saben con certeza acerca de los orígenes de sus tradiciones. Por lo que me explica, otra de las teorías se basa en que antiguamente cuando trabajaban en el campo había constantes ataques de tigres que les seccionaban el cuello, reventándoles la yugular, con lo que se cuenta que la intención de los anillos era la de simple protección contra los ataques del feroz animal. Existen demás suposiciones más realistas, como la que representa el hecho de asociar mayor número de anillos a un mayor rango social o el simple canon de belleza como adorno corporal. Una última idea menos convincente es la de que los anillos servirían para garantizar la fidelidad conyugal: en caso de adulterio, los anillos serían retirados, así la culpable sería obligada a pasar el resto de su vida acostada o bien sujetándose el cuello con las manos.

Jamás sabremos el auténtico orígen de tan misterioso suceso, pero la costumbre ahora es mantener la tradición únicamente en las niñas nacidas en miércoles de luna llena, a razón de colocar un aro por temporada desde que cumplen los 5 años de edad. Además de los anillos, la mayoría de las mujeres llevan tobilleras de latón e incluso brazaletes de plata.

La confianza junto a mi nueva mentora va creciendo, lo que hace que ahora sí saque la cámara con la finalidad de regalar copias de recuerdo. Inaugurada la impresora con la mujer con la que he establecido un primer contacto, proseguirán el resto de mujeres, algunas de las cuales no tienen reparo incluso a la hora de maquillarse ante mí, para demostrar que quieren aparecen en las fotografías lo más bonitas posibles. No es que me haga mucha gracia, pues con el maquillaje se pierde un poco la naturalidad de sus rostros. Para que no todas se maquillen, tomo una pequeña silla de plástico, para colocarla rápidamente en medio del poblado sin que les dé tiempo a arreglarse en exceso.

La cosa se empieza a animar cuando el boca a boca se hace presente en la población. Estoy acaparando toda la atención en la zona, en cuanto sus asombradas caras contemplan perplejas, como va saliendo cada una de las copias imprimidas. Llevo realizadas unas 20 copias mientras me cerciono de que a este paso acabaré el papel sin que pueda retratar a todos los que lo deseen.

Tomo un descanso bajo la sombra de la tienda de mi contacto en la que aparece su hija; una bonita jovencita de 18 años que se me presenta bajo el nombre de Maso o traducido MªJosé.Con un español perfecto me pregunta acerca de mi procedencia. Al decirle Barcelona, me inicia una conversación con algunas frases en catalán. ¡No me lo puedo creer! tiene conocimiento del catalán, vasco y gallego, sin olvidar que según me cuenta tiene en su haber 8 idiomas. Al preguntarle dónde aprendió castellano, me responde que charlando con los visitantes que conoció en el poblado, pues solamente ha salido de aquí en una sola ocasión, cuando les llevaron a un parque de atracciones en Mae Hong Son. Le pido permiso para sentarme encantado en la tienda junto a ella, para saber más acerca de su vida y de su gente.

Su preciosa sonrisa adornada sobre el maquillaje de sus labios y bajo el reflejo de los dorados aros de latón que cubren su delicado cuello, me hace saber que no me ve como al resto de los pocos turistas que hoy veo en la zona. El interés que esta chica me está suscitando hace que de forma coqueta se desmelene su preciosa y larga cabellera lacia para centrar mi interés en ella. Por momentos he de reconocer que mi corazón late más fuerte de lo normal.

La confianza llega a tal punto, que es ella quien me solicita que nos tomemos unas fotografías juntos mientras me presenta a sus hermanos e incluso a su padre en una de las muchas modestas cabañas que componen el poblado y en las que penetran algún evidente rayo de luz.

Al preguntarle sobre lo que podría suceder si se les retirasen los aros me muestra la fotografía de un libro en el que se ve a una señora sin los aros sometida a un estudio médico en una clínica de Tailandia, donde le realizaron diferentes pruebas científicas. Eso que se escucha que perecerían si se les retirasen los aros está entonces descartado, aunque la débil fragilidad de sus cuellos desnudos les podría ocasionar serios problemas ante un mal movimiento. Mientras sigo con la interesantísima charla observo a su madre, tejiendo en el fondo de la cabaña unas coloridas telas que más tarde colocará en el mostrador para venderlas. Es precisamente ella quien tiene mayor longitud de cuello, 27 centímetros tal como dice de forma orgullosa la simpática Mªjosé.

Por lo que me explica, la historia de su llegada a Tailandia estuvo condicionada por la situación casi esclavista a la que están confinados en su país de origen (Birmania), donde les obligan a trabajar en los campos de arroz por una miseria y sus derechos no son para nada respetados. En Tailandia al menos les dan la opción de elegir. Y no se siente en absoluto ofendida, porque diariamente su pueblo sea visitado por extranjeros que nunca más volverá a ver. “Seguimos viviendo como siempre pero como si estuviéramos todo el rato en la TV”, me dice. Le encanta hablar con los extranjeros porque aprende mucho más rápido que con un libro y se divierte mucho más, además a los españoles les gustan mucho las bromas, según me cuenta.

Dejo mi equipo en su caseta para acudir a las cuatro maderas que componen una escuela. Varios compartimentos hacen a la vez de diferentes aulas en función de la edad de los estudiantes. Me adentro en la primera de ellas, atraído por los dulces sonidos emitidos por los más pequeños aprendices quienes repasan sus primeras sumas y letras de una forma original y amena para memorizarlo todo, como es el canto.

Sus caras parecen estar acorde a sus pequeñas miradas tristes y algo cabizbajas, fiel reflejo de la condición por la que atraviesan y de la que parece que fue lo primero que aprendieron en esta vida que les ha tocado vivir. Mi rostro se cae con disimulo hacia ellos mientras una sensación compasiva me hace reaccionar para cambiar por unos instantes sus expresiones. Me acerco frente a ellos donde esta situado un joven maestro de apenas 20 años al que amablemente le muestro mi masajeador para que adivine su autentica función. Tras contemplarlo y toquetearlo de forma más que curiosa, al igual que haría un científico, se lo tomo para demostrarle (como si de una nueva materia escolar se tratase), el verdadero efecto que está a punto de descubrir. Una nueva y extraordinaria carcajada emite, bajo la atenta mirada estupefacta de sus alumnos, quienes alzan su vista varios grados arriba. De forma súbita y precipitada, jugando todavía con el factor sorpresa, inicio ordenadamente los masajes a los pequeños, uno por uno, desde la primera fila a la última.

Hay pocos contagios que se puedan decir que son más que positivos y el caso de la risa no es una excepción. Risa llama a risa en el vocabulario humano de la gesticulación.

Tras varios minutos en un sinparar de sacar sonrisas múltiples, aprovecho para rematar la faena, sacando varias fotografías de los pequeños que parecen haber olvidado el significado de la palabra “problema”.

.

Le comento al maestro, que les traduzca a su idioma, la magia que les voy a realizar en un minuto a mi nuevo regreso. Salgo rápidamente de la escuela para imprimir las fotografías en compañía de MªJosé para retornar con las copias bajo un folio de uno de los escolares, para hacer aparecer como por arte de magia sus imágenes salidas bajo el folio. Están todos anonadados, pero locos de alegría y felicidad. Esa cosa llamada alma o sentimiento me brota a raudales al sentirme más que satisfecho por lo único que he podido hacer de mi persona, por distraer a esos críos, que tendrán colgadas del aula unas fotografías de recuerdo de cuando ese extranjero paso por aquí. Me adentro en las otras dos aulas para repetir la historia de nuevo. Una pequeña y hermosisima doncella tribal me mira con rostro serio y tímido. La dulzura que me desprende su carita será recompensada de inmediato, con unas risas, al igual que el resto de sus compañeros a quienes finalmente hago posar a todos juntos para rematar las últimas hojas de papel que me quedan. Este es el mejor máster que por desgracia podrán tener, del que espero que sepan que una risa en el fondo es muy fácil de sacar. Retorno junto a la entrañable Mª José, para compartir unos turrones de Jijona que me enviaron por Navidad.Están duros como una piedra, pero parece que son de su agrado con lo que le regalo el paquete entero para su familia.

Dando una segunda vuelta por el final del poblado, ahora de manera más convencida, me siento ya plenamente integrado, a diferencia de algunos de los escasos turistas que veo, deseosos de sacar sus cámaras para conseguir su particular trofeo. Visito también una tribu vecina conocida como los Red Karen “big ears”. Se diferencian de las Karen Padaung por tener anillos en el cuello menos adherentes y unos enormes lóbulos producidos por el peso o tamaño de los anillos que decoran sus orejas. Adornados con artesanías de lo más variopintas y collares de monedas y piezas de metal en forma de luna y cauri, se caracterizan también por el rojo intenso de sus trajes. Una de las primeras ancianas que observo me sonríe en señal de que conoce ya el aparato que amago entre mis manos. Las noticias por el pueblo deben volar a velocidades de impresión, sobretodo al tener en cuenta la poca extensión habitable en la que están asentadas las cabañas. Sin permitirme realizarle el masaje por el liante enredo que dispone en su cabellera me despido de ella devolviéndole la sonrisa. Los Red Karen al igual que los padaung disponen de telares para hilar y tejer sus propios productos o los destinados para el visitante. Hago otro alto en el recorrido, para observar a una señora que tiende la ropa, lavada a mano con el mismo agua del río. Parece que es la hora de salida escolar. Los estudiantes no reflejan esa alegría universal que tendrían los estudiantes de una escuela metropolitana al abandonar las clases, pues por aquí, imagino que se divierten más en las aulas que ayudando en las labores artesanales de sus chozas, situadas a cuatro pasos.

Bordeo el final de lo que sería la segunda calle principal en donde tímidamente (…y con toda la razón) se está duchando ante mi presencia, una señora que no se cubre el pecho en un principio. Me imagino que pasaría si sucediera una situación surrealista como esta en mi país, en donde las mujeres mirarían para mal y los hombres para bien.

Al llegar a la última casa del poblado, me detengo pacientemente para observar las técnicas que utilizan para la construcción de unas nuevas cabañas revestidas mediante los manojos de palmas y hojas secas entrecruzadas con tiras de bambú.

Da la sensación de que en el país tailandés han encontrado un refugio más pacífico y tranquilo que al otro lado de la frontera. De los 7.000 padaung censados en Myanmar, 300 se encuentran refugiados en los 3 pequeños asentamientos habitados por la zona y eso se debe a que hacia finales de los años 80,durante la guerra entre el ejército de Birmania, y los grupos rebeldes Karen y los señores de la droga, los habitantes de muchos poblados buscaron territorio al otro lado de la frontera.

El colofón final del poblado lo pone la imagen del “Sagrado Corazón de Jesús”, que engalanaba la fachada de una iglesia de hoja de palma que han construido en un extremo del poblado.

La gente sigue con sus quehaceres de forma natural. Unas muchachas juegan con el balón mientras una familia me muestra su guitarra artesanal de varios kilos de peso, con la que asombrosamente consiguen sacar algunos sonidos melosos, acompañados de la letra de alguna triste canción que sacaría las lágrimas a más de uno.

Los últimos momentos de la jornada los aprovecho para pasarlos junto a Mª José, antes de que deba abandonar el poblado de forma obligatoria, puesto que no está permitido alojarse con ellos. Sincerándome junto a ella, de mi enorme sentimiento de tristeza hacia su gente, le pido que me explique si sufren algún percance por parte de los militares. Al contarme que no se puede ir de la lengua, es cuando percibo que realmente hay algo oculto, que solo ellos conocen. Le insisto educadamente a que me cuente una verdad que parece querer esconderme, debido a posibles represalias, según me cuenta. Me pongo nervioso al ver que no soy capaz de sacarle una confesión que deseo grabar en vídeo con la finalidad de tener una prueba denunciable acerca del incumplimiento de los derechos humanos.

Por otro lado me comenta que todos los beneficios obtenidos con las ventas de sus productos, van destinados a sus personas. Particularmente me extraña mucho, pues ¡de que les sirve el dinero! si no pueden gastarlo siquiera en comprar su propia libertad. Corren rumores de que son varios los empresarios que realmente se benefician de sus actividades. Incluso se cuenta, que en una ocasión fueron varias las mujeres que transportaron a una feria, para mostrar a la población sus largos cuellos, al más puro espectáculo circense.

Ha sido uno de los días más felices de mi existencia, al haber conseguido cambiar algunos de esos ojos apagados y tristes por el de unas miradas mas bien esperanzadoras.

Me despido de MªJosé con mucha pena, mientras me guardo su dirección de contacto, que no es más que un simple código postal ( todo lo que reciben debe ser supervisado por sus controladores). Soy la última persona en abandonar este poblado que me quedará grabado de por vida, mientras pienso lo triste que sería también el ver a estas muchachas con minifalda y escote en alguno de los múltiples bares de Chiang Mai o Pattaya frecuentados por maduros occidentales. LO MEJOR Mª JOSÉ

Alex

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Comentarios
maritza 13 de Jul, 2010
0

De verdad Alex gracias por compartir este articulo en la web.
Graciaz a esto me di cuenta como es que viven ellos, puesto que estoy haciendo un proyecto donde me toco representar tailandia y andaba indagando en temas y fue asi como encontre y leei hasta tus ultimas palabras...que envidiable experiencia de verdad...
gracias de nuevo y espero poder algun dia leer otro articulo tuyo.

Gabriella 19 de Ene, 2011
0

Cuando escuche por 1era vez esta historia no podia creerlo!!! y buscando mas información es como llegue a tu post!!! me encanto!!! es muy lindo, y muy humano lo que hisiste con esas personas!! pues son personas con sentimientos igual a nosotros!!!
Gracias por compartir esta experiencia! con nosotros!!!!

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