México celebra su Bicentenario envuelto en la tragedia

Hace unos días nos preguntábamos en nuestra página de viajes, ViajeAhorro.com si era seguro viajar a México a la vista de los violentos acontecimientos que llevan teniendo lugar en el país azteca desde hace meses, especialmente por el ataque sufrido mediante cócteles molotov por un club de Cancún, así como el ataque mediante una granada en un local turístico en Puerto Vallarta, unos ataques que se aproximan peligrosamente a una de las industrias más importantes de México: la turística.

Efectivamente, hasta ahora parecía que la guerra abierta entre el Gobierno de Felipe Calderón contra los cárteles del narcotráfico se centraba únicamente en las zonas donde los narcos tenían sus feudos, aquellos Estados en los que se ha producido lo que el periodista Mexicano ha venido en llamar "feudalización" del narco, una suerte de mezcolanza endogámica entre los narcos, el empresariado regional, sus políticos y, desde luego, buena parte de las capas sociales, ya sea directa o indirectamente estas últimas, generándose así un círculo vicioso de intereses y silencios, en los que la corrupción sempiterna en México ha sido el aderezo perfecto. Sin embargo, ese fenómeno de la "feudalización" apuntada por el periodista mexicano parece que se está extendiendo a otros territorios de México, como es el caso de Tamaulipas, Coahuila, Chiapas, Colima, Chihuahua, Baja California, Sonora, Sinaloa y Nuevo León, lugares en los que el "mestizaje" de terror apuntado parece que se ha consolidado, amenazando con extenderse a otras zonas del país, especialmente a las más turísticas, lo que determinaría una grave quiebra en uno de los sectores claves para la economía mexicana, lo cual, desde luego, podría llegar a poner en jaque al gobierno azteca, ya sea el actual de Calderón, ya sean los que le sucedan.

México celebra este año 2010 el "Bicentenario de la Independencia Mexicana", una ocasión de júbilo y celebración para los mexicanos, algo que es difícil de entender desde la óptica europea si no se ha viajado alguna vez a algún país americano durante la celebración de las llamadas "Fiestas Patrias", celebración que llena de orgullo a los nacionales de cada país y que es festejada por todo lo alto, de la misma forma que lo es el 4 de julio en los Estados Unidos de Norteamérica. Sin embargo, en el caso de México las celebraciones de los 200 años de su independencia tienen un sabor amargo, celebraciones que se enmarcan en una tragedia humana de dimensiones incalculables, una tragedia humana que va mucho más allá de las consecuencias provocadas por la guerra abierta entre el Gobierno de Vicente Calderón y el narco, guerra que se ve empequeñecida por la catástrofe humana y social que se cierne sobre México.

Constántemente vemos en las portadas de los periódicos una noticia procedente de México en la que la violencia es el titular, noticia que aterroriza más que la anterior: el asesinato de un niño de sólo 10 años secuestrado en México; las matanzas de inmigrantes por parte de las mafias; la violencia y muertes diarias en las calles de México D.F.; y así un largo etcétera que nos indican que México parece haber perdido el norte, instalado en una violencia social en la que la vida humana carece de valor alguno y a la cual parece que no son capaces de hacer frente las autoridades políticas de aquel país. Efectivamente, la violencia en México parece ser ya social, enquistada en la misma médula de la sociedad, alcanzando a todos y cada uno de sus estamentos, manifestándose de forma terrible en un país que, hace sólo unas décadas, constituía un remanso de paz y libertad para quienes escapaban de la persecución política, como ocurrió con un gran número de exiliados españoles tras la Guerra Civil.

La violencia se ha instalado en México, amenazando con extenderse a todos y cada uno de sus rincones si los cárteles del narcotráfico deciden atacar al sector turístico para poner contra las cuerdas a los gobernantes mexicanos, en una escalada que no tiene visos de parar y que tiene sus orígenes en la desidia y en el mirar para otro lado que desde años las autoridades mexicanas practicaron, una desidia que no sólo se practicaba con respecto al narcotráfico, sino que también se extendia al resto de actos de violencia del país, siendo el caso más sangrante el de las mujeres desaparecidas por cientos en Ciudad Juárez, un hecho que en cualquier otro país, con independencia de su posición económica, hubiese movilizado a las autoridades (o al menos éstas hubiesen recurrido a la ayuda internacional) para su esclarecimiento. Todo ello es sólo la punta del iceberg de una "manzana podrida" que parece ser México y que amenaza con intoxicar a toda Latinoamérica, o al menos a la región de Centroamérica, una afirmación que parece demasiado contundente, pero que, si analizamos bien el fenómeno, es más real de lo que parece.

Efectivamente, la violencia en México siempre ha existido, un país inmerso en la corrupción policial y política desde hace años, algo que, sin embargo, se podía capear y, hasta cierto punto, era asumible al estar concentrada en determinados lugares, como el caso de la capital federal o el norte del país, en la frontera con Estados Unidos, una zona indómita e inóspita al que el brazo de la ley apenas alcanzaba, dominada por los cárteles del narcotráfico que vivían a sus anchas con el beneplácito de las autoridades locales, limitando sus acciones delictivas a pequeños ajustes de cuentas entre bandas, a condición de que se les dejara dominar el tráfico de drogas en la frontera con los Estados Unidos de Norteamérica. Eran buenos tiempos para el narco, ya que controlaba el comercio de sustancias prohibidas con el gran vecino del norte y vivía tranquilo en su feudo, sin importarle apenas que los cárteles de la droga sudamericanos también introdujeran sus mercancías en los Estados Unidos de Norteamérica por otros lugares. Sin embargo, los atentados del 11-S en Nueva York lo cambiaron todo: Estados Unidos aumentó los controles de seguridad en sus fronteras y, por ende, los controles aduaneros, endureciéndolos y poniéndoselo más difícil a los cárteles sudamericanos, los cuales, ahora, se veían obligados a tener que negociar con sus homólogos mexicanos que controlaban la frontera con Estados Unidos, a lo que se unió el cambio de los hábitos en los consumidores de drogas norteamericanos, quines comenzaron a optar por las llamadas "drogas de diseño" procedentes de países como los asiáticos, por lo que los cárteles mexicanos se vieron en un escenario en el que habían cada vez más comensales y menos tarta para repartir, por lo que se plantearon la necesidad de extender el consumo de drogas a su propio territorio, algo que están comenzando a hacer también los cárteles sudamericanos en sus respectivos países, lo que comienza a generar una terrible situación de violencia en el marco de unas sociedades en vías de desarrollo con escasos recursos para combatir esta nueva situación, especialmente mediante la concienciación social y la educación, sociedades que, por lo demás, ya presentaban en muchos de los casos una fragilidad endémica en sus estructuras sociales, como era el caso, precisamente, de México. Así las cosas, México en estos momentos no es más que la punta del iceberg de lo que puede estar ocurriendo en toda Latinoamérica, ya que países que hasta ahora sólo eran productores de cocaína y otras sustancias psicotrópicas se están convirtiendo en países consumidores, todo ello impulsado por cárteles de la droga con un poder económico descomunal si lo comparamos con el de los gobiernos de la región, un escenario nada esperanzador para algunos países que están mirando con esperanza al futuro por las cifras de crecimiento económico que están teniendo a pesar de la crisis actual.

México pues celebra su Bicentenario inmerso en una grave crisis social, de valores y humana de difícil solución, con una violencia sin par larvada durante años por la irresponsabilidad de los responsables políticos de aquel país. Realmente una tragedia humanitaria para la que no hay telemaratones ni grandes campañas humanitarias porque no se trata de una catástrofe concreta, sino del día a día, enquistada hasta en el último rincón de la conciencia común de los mexicanos y que amenaza con extenderse hasta el último rincón de un país en el que los llamados "narcofans" proliferan como setas, atraídos por un estilo de vida que las instituciones políticas no pueden ni por asomo prometer, instituciones que, por lo demás, están totalmente desacreditadas tras años de complicidad y de silencio ante la violencia. Toda una tragedia social a la que México se enfrenta en este año del Bicentenario de su Independencia, un Bicentenario que, tal vez, sea el año cero de la lucha por una nueva independencia social que, por ahora, parece tan lejana.