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Las cruzadas ... la realidad ,la historia y la leyenda oscura

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Las cruzadas ... la realidad ,la historia y la leyenda oscura

No se aplaca el debate sobre el significado de las Cruzadas. También porque la distancia de final de milenio entre el Occidente y el Islam evoca escenarios sugestivos. Según el conocido escritor católico Vittorio Messori, sobre las Cruzadas ha sido construida por los iluministas una «leyenda negra» «como arma de la guerra psicológica contra la Iglesia romana».

Messori ha escrito en el «Corriere della Sera», el principal diario italiano, que «es, en efecto, en el siglo XVIII europeo cuando, completando la obra de la Reforma, se establece el rosario de las "infamias romanas", convertido en canónico». «Por lo que se refiere a las Cruzadas, alguna propaganda  inventó incluso el nombre: igual que el término Edad Media, elegido por la historiografía "iluminada" para indicar el paréntesis de oscuridad y fanatismo entre los esplendores de la Antigüedad y los del Renacimiento. Por descontado que quienes, hace novecientos años, asaltaron Jerusalén, se habrían sorprendido bastante si alguno les hubiera dicho que estaban realizando lo que se llamaría "primera Cruzada".

Aquello para ellos era itinerario, "peregrinación", recorrido, pasaje. Aquellos mismos «peregrinos armados» se habrían sorprendió aún más si hubieran previsto que les sería atribuida la intención de convertir a los "infieles" o de asegurar vías comerciales a Occidente o de crear "colonias" europeas en Medio Oriente...». Messori revela que, lamentablemente, «en Occidente, la oscura invención "cruzada" ha acabado por apresar en el sentimiento de culpa a algunos hombres de la misma Iglesia, que no conocen como sucedieron de verdad las cosas».

Además, explica Messori, «en Oriente, la leyenda se ha vuelto contra el entero Occidente: pagamos todos --y pagaremos todavía más-- las consecuencias, con el deseo de revancha de las multitudes musulmanas que piden venganza contra el «Gran Satanás». Que no es sólo Estados Unidos, sino la entera cristiandad; aquella, justo, de las "Cruzadas": ¿No son quizá los occidentales mismos quienes insisten en decir que ha sido una terrible, imperdonable agresión contra los píos, devotos, mansos seguidores del Corán?». «Y sin embargo --revela el conocido escritor-- hay una pregunta que deberemos hacernos: en el marco más que milenario de las relaciones entre Cristiandad e Islam, ¿quién fue el agredido y quién el agresor? Cuando, en el 638, el califa Omar conquista Jerusalén, ésta era ya desde hacía más de tres siglos cristiana. Poco después, los seguidores del Profeta invaden y destruyen las gloriosas iglesias primero de Egipto y luego del norte de África, llevando a la extinción del cristianismo en los lugares que habían tenido obispos como San Agustín.

Toca luego a España, a Sicilia, a Grecia, a la que luego se llamará Turquía y donde las comunidades fundadas por San Pablo mismo se convierten en cúmulos de ruinas. En 1453, tras siete siglos de asedio, capitula y es islamizada la misma Constantinopla, la segunda Roma.

El rodillo islámico alcanza los Balcanes, y como por milagro es detenido y obligado a retroceder ante los muros de Viena. Si se execra justamente la masacre de Jerusalén en el 1099, no se debe olvidar a Mahoma II en 1480 en Otranto, simple ejemplo de un cortejo sangriento de sufrimientos». Messori concluye su reflexión haciendo algunas preguntas: «Todavía hoy: ¿qué país musulmán reconoce a los otros que no sean los suyos, los derechos civiles o la libertad de culto? ¿Quién se indigna ante el genocidio de lo armenios ayer y de los sudaneses cristianos hoy? El mundo, según los devotos del Corán, ¿no está dividido en "territorio del Islam" y "territorio de la guerra", esto es, todos los lugares todavía no musulmanes que deben serlo, por las buenas o por las malas?». «Un simple repaso a la historia --escribe Messori-- incluso en sus líneas generales, confirma una verdad evidente: una cristiandad en continua postura defensiva respecto a una agresión musulmana, desde los inicios hasta hoy (en África, por ejemplo, está en curso una ofensiva sangrienta para islamizar a las etnias que los sacrificios heroicos de generaciones de misioneros habían llevado al bautismo). Admitido --y probablemente no concedido-- que alguno, en la historia, deba pedir excusas a otro ¿deberán ser quizá los católicos quienes se hagan perdonar por aquel acto de autodefensa, por aquel intento de tener al menos abierta la vía de la peregrinación a los lugares de Jesús que fue el ciclo de las Cruzadas?»

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Cuatro mitos sobre las Cruzadas El presente artículo desmiente detalladamente cuatro mitos sobre Las Cruzadas. Fue publicado originalmente en http://www.firstprinciplesjournal.com/articles.aspx?article=1483, texto que aparece en la edición de Primavera de 2011 del Intercollegiate Review. La traducción al español es de ACI Prensa En el año 2001 el Expresidente Bill Clinton dio un discurso en la Universidad de Georgetown en el que habló sobre la respuesta de Occidente a los entonces recientes ataques terroristas del 11 de septiembre. El discurso contiene unas cuantas, pero relevantes, referencias a las cruzadas. El Sr. Clinton afirmó que “cuando los soldados cristianos tomaron Jerusalén (en 1099), procedieron a matar a todas las mujeres y a todos los niños musulmanes en el templo del Monte”. Citó las “descripciones contemporáneas del evento” como fuentes en las que se afirma “que los soldados que caminaban allí lo hacían con sangre hasta las rodillas”.

Esta historia, dijo el Sr. Clinton enfáticamente, “aún se narra en Medio Oriente y todavía estamos pagando por ello”. Esta perspectiva de las cruzadas no es inusual. Pervierte libros de textos así como literatura popular. Otro libro que suele ser confiable alega que “la cruzadas fusionaron tres características medievales impulsivas: la piedad, la pugna y la codicia. Esenciales las tres”. La película Kingdom of Heaven (“El Reino de los Cielos” o “Cruzada”, de 2005) muestra a los cruzados como fanáticos groseros, los mejores de los cuales se debaten entre el remordimiento por sus excesos y la lujuria para seguir con ellos. Incluso la información histórica para los juegos de rol –que se supone se basan en fuentes más confiables– contienen afirmaciones como esta: “los soldados de la Primera Cruzada aparecieron, básicamente, sin advertencias, inundando Tierra Santa con la misión declarada –literalmente– de matar a los no creyentes”, “las cruzadas eran una temprana forma de imperialismo”, y “la confrontación con el Islam dio inicio a un periodo de fanatismo religioso que generó la Inquisición y las guerras religiosas en la desolada Europa durante la era Isabelina”.

El más famoso historiador semi-popular de las cruzadas, Sir Steven Runciman, termina sus tres volúmenes de magnífica prosa con el juicio de que las cruzadas eran “nada más que un largo acto de intolerancia en el nombre de Dios, que es el pecado contra el Espíritu Santo”. El veredicto parece unánime. Desde los discursos presidenciales hasta los juegos de rol, las cruzadas son mostradas como un episodio deplorablemente violento en el que libertinos occidentales, que no habían sido provocados, asesinaban y robaban a musulmanes sofisticados y amantes de la paz, dejando patrones de opresión escandalosa que se repetirían en la historia subsecuente.

En muchos lugares de la civilización occidental actual, esta perspectiva es demasiado común y demasiado obvia como para ser rebatida. Pero la unanimidad no es garantía de precisión. Lo que todo el mundo “sabe” sobre las cruzadas podría, de hecho, no ser cierto. Veamos las nociones populares sobre los cruzados y tomemos cuatro para ver si pasan un examen más certero.

Mito 1: Las cruzadas representaron un ataque no provocado de cristianos occidentales contra el mundo musulmán Nada podría estar más lejos de la verdad, e incluso una revisión cronológica aclararía eso. En el año 632, Egipto, Palestina, Siria, Asia Menor, el norte de África, España, Francia, Italia y las islas de Sicilia, Cerdeña y Córcega eran todos territorios cristianos. Dentro de los límites del Imperio Romano, que todavía era completamente funcional en el Mediterráneo oriental, el cristianismo ortodoxo era la religión oficial y claramente mayoritaria. Fuera de los límites estaban otras grandes comunidades cristianas: no necesariamente ortodoxas o católicas, pero aún cristianas. La mayoría de la población cristiana de Persia, por ejemplo, era nestoriana.

Ciertamente habían muchas más comunidades cristianas en la región árabe. Hacia el año 732, un siglo después, los cristianos habían perdido Egipto, Palestina, Siria, el norte de África, España, gran parte de Asia Menor, y la parte sur de Francia. Italia y sus islas estaban bajo amenaza, y caerían bajo el dominio musulmán en el siglo siguiente. Las comunidades cristianas de Arabia fueron destruidas completamente en o poco después del 633, cuando los judíos y los cristianos por igual fueron expulsados de la península. Aquellos en Persia estuvieron bajo severa presión. Dos tercios del territorio que había sido del mundo cristiano eran ahora regidos por musulmanes. ¿Qué había pasado?

La mayoría de la gente sí sabe la respuesta, si es que se les precisa un poco, pero por alguna razón no conectan usualmente la respuesta a las cruzadas. La respuesta es el avance del Islam. Cada una de las regiones mencionadas fue sacada, en el transcurso de cien años, del control cristiano por medio de la violencia, a través de campañas militares deliberadamente diseñadas para expandir el territorio musulmán a expensas de sus vecinos. Pero esto no dio por concluido el programa de conquistas del Islam. Los ataques continuaron, focalizándose de tiempo en tiempo en los intentos cristianos por repelerlos. Carlo Magno bloqueó el avance musulmán en Europa occidental cerca al 800 pero las fuerzas islámicas simplemente cambiaron su objetivo y comenzaron por las islas del norte de África hasta las costas francesas e italianas, atacando el territorio principal italiano en el 837. Una confusa lucha por el control de la zona centro y sur de Italia prosiguió el resto del siglo IX y el décimo. En cien años entre el 850 y el 950, los monjes benedictinos fueron expulsados de sus antiguos monasterios, los estados papales fueron arrasados y se establecieron bases piratas musulmanas en toda la costa norte de Italia y en el sur de Francia, desde donde se lanzaron los ataques en lo más profundo del territorio.

Desesperados por proteger a las víctimas cristianas, los Papas se involucraron en los siglos XI y XII dirigiendo la defensa de los territorios a su alrededor. La autoridad secular sobreviviente del mundo cristiano en este tiempo fue el Imperio Romano de Oriente o Bizantino. Habiendo perdido mucho de su territorio en los siglos VII y VIII por la repentina amputación provocada por los musulmanes, los bizantinos tomaron un largo periodo para renovar fuerzas y contraatacar. A mediados del siglo IX, iniciaron el contraataque en Egipto, la primera vez desde el 645 en que osaron ir tan lejos al sur. Entre las décadas del 940s’ y el 970s’, los bizantinos lograron un gran avance al recuperar territorios perdidos. El emperador Juan Tzimiskes recuperó buena parte de Siria y un sector de Palestina, llegando hasta Nazaret, pero sus ejércitos se extendieron demasiado y tuvo que concluir su campaña en el 975 sin haber recuperado Jerusalén misma. El contraataque musulmán no se hizo esperar y los bizantinos pudieron retener, a duras penas, Alepo (Siria) y Antioquía.

La lucha continuó sin cesar en el siglo XI. En 1009, un trastornado gobernante musulmán destruyó la Iglesia del Santo Sepulcro en Jerusalén e inició una gran persecución de cristianos y judíos. Pronto fue depuesto y hacia el año 1038 los bizantinos habían negociado el derecho a tratar de reconstruir la estructura. Sin embargo otros eventos hacían difícil la vida para los cristianos en el área, especialmente el desplazamiento de los gobernantes árabes musulmanes por los turcos Seljuk, quienes desde el 1055 comenzaron a tomar el control de Medio Oriente. Esto desestabilizó el territorio e introdujo nuevos gobernantes (los turcos) que no estaban familiarizados ni siquiera con el mosaico y modus vivendi que había existido entre la mayoría de los gobernantes árabes musulmanes y sus súbditos cristianos.

Las peregrinaciones comenzaron a hacerse cada vez más difíciles y peligrosas, y los peregrinos occidentales comenzaron a unirse y a portar armas para defenderse mientras trataban de llegar a los santos lugares en Palestina: son destacables las peregrinaciones armadas que se dieron entre 1064 y 1065; y entre 1087 y 1091. En el Mediterráneo occidental y central, el balance de poder se inclinaba hacia los cristianos y se le iba de las manos a los musulmanes. En el 1034, los pisanos saquearon una base musulmana en África del Norte y finalmente extendieron sus contraataques a todo el Mediterráneo. También ellos generaron contraataques hacia Sicilia entre 1062 y 1063. En 1087, una gran fuerza aliada saqueó Mahdia, actualmente Túnez, en una campaña patrocinada por el Papa Víctor III y la condesa de Toscana. Claramente los cristianos italianos estaban tomando la delantera. Pero mientras el poder cristiano en el Mediterráneo central y occidental crecía, estaba en problemas en la parte oriental.

El alza de los turcos musulmanes varió el peso del poder militar contra los bizantinos, quienes perdieron una considerable extensión de terreno nuevamente en la década del ‘1060s. Intentando encabezar otras incursiones en el lejano oriente de Asia Menor en 1071, los bizantinos sufrieron una devastadora derrota a manos de los turcos en la batalla de Manzikert. Como resultado de esta batalla, los cristianos perdieron el control de casi toda Asia Menor, con sus recursos agrarios y sus territorios de reclutamiento militar, y un sultán musulmán estableció una capital en Nicea, lugar de la creación del Credo Niceno Constantinopolitano en el 325, a 125 millas de Constantinopla. Desesperados, los bizantinos pidieron ayuda a occidente, dirigiendo estos llamados primeramente a la persona que veían como autoridad allá: el Papa, que, como hemos visto, ya había estado dirigiendo la resistencia cristiana contra los ataques musulmanes.

En los primeros años de la década del ‘1070s, el Papa era Gregorio VII, e inmediatamente comenzó los planes para liderar una expedición en ayuda de los bizantinos. Debido a su participación en un conflicto con los emperadores alemanes (lo que los historiadores llaman la ‘controversia de investidura’), no pudo ofrecer una ayuda significativa. Sin embargo los bizantinos persistieron en su pedido de ayuda, y finalmente, en el año 1095, el Papa Urbano II hizo realidad el deseo de Gregorio VII, poniéndolo en práctica en lo que sería la Primera Cruzada. Si una cruzada era lo que Urbano o los bizantinos tenían en mente es cuestión de cierta controversia. Pero la articulada progresión de eventos que llevaron a ella no lo es. Lejos de no haber sido provocadas, entonces, las cruzadas realmente representan el primer gran contraataque del Occidente cristiano contra los ataques musulmanes que se habían dado continuamente desde el inicio del Islam hasta el siglo XI, y que siguieron luego casi sin cesar. Tres de las cinco sedes episcopales de la cristiandad (Jerusalén, Antioquía y Alejandría) habían sido capturadas en el siglo VII antes de las cruzadas.

La cuarta sería capturada en 1453, dejando solo una de las cinco (Roma) en manos cristianas hacia el año 1500. Roma fue amenazada nuevamente en el siglo XVI. Esto no significa entonces la ausencia de provocación, en vez de ello se aprecia una amenaza mortal y persistente, una a la que tenía que responderse con una defensa vigorosa si la Cristiandad quería sobrevivir. Las cruzadas fueron simplemente una herramienta en las opciones defensivas ejercidas por los cristianos. Para poner el asunto en perspectiva, basta con preguntarse cuántas veces fuerzas cristianas han atacado la Meca. La respuesta, por supuesto, es nunca. Mito 2: Los cristianos occidentales fueron a las cruzadas porque su avaricia los motivó a saquear a los musulmanes para hacerse ricos Nuevamente, no es verdad. Una versión del discurso del Papa Urbano II en Clermont en 1095 en la que alienta a los guerreros franceses a embarcarse en lo que sería conocido como la Primera Cruzada sí hace referencia a que podrían “echar a perder los tesoros (del enemigo)”, pero esto era nada más que una observación sobre la usual manera de financiar la guerra en la sociedad antigua y medieval.

Fulcher de Chartres sí escribió en los inicios del siglo XII que aquellos que habían sido pobres en Occidente se harían ricos en Oriente como resultado de sus esfuerzos en las Primeras Cruzadas, sugiriendo obviamente que otros podrían hacer lo mismo. Es necesario leer esto en contexto, que en ese momento era una falta crónica y fatal de mano de obra para la defensa de los estados cruzados. Fulcher no era del todo engañoso cuando decía que alguien podría volverse rico como resultado de las cruzadas, pero no estaba siendo del todo honesto tampoco, porque para muchos participantes, las cruzadas fueron increíblemente caras. Como Fred Cazel señala, “pocos cruzados tenían suficiente dinero para pagar sus obligaciones en casa y mantenerse decentemente en las cruzadas”.

Desde el principio mismo, las consideraciones financieras fueron importantes en la planeación de la cruzada. Los primeros cruzados vendieron tantas de sus posesiones para financiar sus expediciones que generaron una extendida inflación. Aunque los siguientes cruzados tomaron esta consideración en cuenta y comenzaron a ahorrar mucho antes de embarcarse en esta empresa, el gasto seguía estando muy cerca de lo prohibitivo. Pese al hecho de que el dinero no jugó un rol esencial en las economías europeas en el siglo XI, había un “consistente y persistente flujo de dinero” de Occidente a Oriente como resultado de las cruzadas y las demandas financieras de las mismas causaron “profundos cambios económicos y monetarios en Europa y en el Levante”. Una de las principales razones para el financiamiento de la Cuarta Cruzada, y su desvío a Constantinopla, fue el hecho de que se quedaron sin dinero antes de que se iniciara adecuadamente, y estaban tan endeudados con los venecianos que no pudieron controlar su propio destino.

La Séptima Cruzada de Luis IX a mediados del siglo XIII costó seis veces más que el ingreso anual de la corona. Los Papas recurrieron a tácticas incluso más desesperadas para recaudar dinero y financiar las cruzadas, desde la institución del primer impuesto a los ingresos en la primera parte del siglo XIII hasta hacer una serie de ajustes en la manera en que las indulgencias eran manejadas, lo que eventualmente llevó a ciertos abusos condenados por Martín Lutero. Incluso en el siglo XIII, muchos de quienes planeaban las cruzadas asumían que sería imposible atraer una suficiente cantidad de voluntarios para realizarlas, y participar de las cruzadas se convirtió en una especie de provincia de reyes y Papas, perdiendo su carácter popular original. Cuando el Hospitaller Master Fulk de Villaret escribió sobre las cruzadas al Papa Clemente V cerca al 1305, subrayó que “sería una buena idea si el Señor Papa dispusiera algunas medidas para reunir un gran tesoro, sin el que esta misión (la cruzada) sería imposible”.

Algunos años después, Marino Sanudo estimó que costaría cinco millones de florines en más de dos años efectuar la conquista de Egipto. Aunque no lo dijo, y tal vez no se dio cuenta de ello, la suma necesaria simplemente era una meta imposible de lograr. En ese tiempo, las autoridades más responsables en Occidente habían llegado a la misma conclusión, lo que explica por qué se lanzaron cada vez menos cruzadas desde el inicio del siglo XIV. En breve: muy pocos se hicieron ricos con las cruzadas, y sus números fueron empequeñecidos sobremanera por quienes quebraron. Muchos en el medioevo eran muy conscientes de eso y no consideraron a las cruzadas como una manera de mejorar su situación financiera. Mito 3: Los cruzados fueron un bloque cínico que en realidad no creía ni en su propia propaganda religiosa, en vez de eso tenían otros motivos más materiales. Este ha sido un argumento muy popular, al menos desde Voltaire.

Parece creíble e incluso obligatorio para la gente moderna, dominada por la perspectiva del mundo materialista. Y ciertamente hubieron cínicos y hipócritas en la Edad Media, –descartando las obvias diferencias de tecnología y cultura material– la gente de entonces era tan humana como nosotros, y víctima de los mismos errores. Sin embargo, como en los primeros dos mitos, esta afirmación generalmente es falsa y se puede demostrar con una sola razón: las bajas de las cruzadas eran usualmente tan altas, que muchos, sino la mayoría de los cruzados, iban a ellas sabiendo que no iban a volver. Un historiador militar de las cruzadas, por ejemplo, ha estimado la tasa de bajas en un aplastante 75 por ciento. La declaración del cruzado Robert de Crésèques, del siglo XIII, de que había “venido a través del mar para morir por Dios en la Tierra Santa” –a la que efectivamente siguió rápidamente su muerte en una batalla– puede haber sido inusual en su fuerza y su cumplimiento rápido, pero no era una actitud atípica. Es difícil imaginar una manera más conclusiva de probar la dedicación de uno a una causa que sacrificar la vida por ella… y muchísimos cruzados hicieron eso.

Esta mito también se revela como falso cuando consideramos la manera en la que los cruzados fueron animados en las prédicas. Los cruzados no fueron reclutados. La participación era voluntaria y los participantes tenían que ser persuadidos para ir. El medio primario de persuasión era el sermón cruzado, y uno podría esperar encontrar estos sermones mostrando a las cruzadas como algo profundamente apelante. Este, hablando en general, no era el caso. De hecho, lo opuesto es verdad: los sermones para las cruzadas estaban repletos de advertencias de que las cruzadas generaban privación, sufrimiento y con frecuencia la muerte. Que esta era la realidad de las cruzadas era algo bien sabido, en todo caso.

Como Jonathan Riley-Smith ha destacado, los predicadores de las cruzadas “tenían que persuadir a sus oyentes a comprometerse ellos mismos en empresas que interrumpirían sus vidas, posiblemente los empobrecerían e incluso los asesinarían o mutilarían, o que serían un inconveniente para sus familias, cuyo apoyo necesitarían… si es que iban a cumplir sus promesas”. ¿Entonces cómo tenía resultado la prédica? Funcionaba porque las cruzadas eran apelantes precisamente porque era una tarea dura y conocida, y porque emprender una cruzada por los motivos correctos era entendida como una penitencia aceptable del pecado. Lejos de ser una empresa materialista, la cruzada era impráctica en términos mundanos, pero valiosa para el alma. No hay espacio aquí para explorar la doctrina de la penitencia como se desarrolló en la última etapa del mundo antiguo y medieval, pero es suficiente decir que la aceptación voluntaria de las dificultades y el sufrimiento era vista como una manera útil de purificar el alma (y aún lo es, en la doctrina católica actual). La cruzada era el ejemplo casi supremo de ese sufrimiento complicado, y por eso era una penitencia ideal y muy completa. Relacionado al concepto de penitencia está el concepto de la cruzada como un acto de amor desinteresado, de “dar la vida por los amigos”.

Desde el principio, la caridad cristiana era propuesta como una razón para las cruzadas, y esto no cambió en todo ese periodo. Jonathan Riley-Smith trató este aspecto de las cruzadas en un artículo muy conocido para los historiadores de las cruzadas, pero inadecuadamente reconocido en el amplio mundo académico, ignorado por el público en general. “Para los cristianos… la sagrada violencia”, subraya Riley-Smith, no puede ser propuesta en cualquier ámbito excepto en el del amor… (y) en una era dominada por la teología del mérito esto explica por qué la participación en las cruzadas se consideraba como meritoria, por qué las expediciones eran vistas como actos penitenciales con las que se podía ganar indulgencias, y por qué la muerte en batalla era vista como martirio. Como manifestaciones del amor cristiano, las cruzadas fueron producto de la renovada espiritualidad del Medioevo central, con su preocupación de vivir la ‘vita apostolica’ y expresando los ideales cristianos en activas obras de caridad, como lo fueron los nuevos hospitales, el trabajo pastoral de los agustinos y los premonstratenses y el servicio de los frailes. La caridad de San Francisco podría apelarnos más ahora que entonces a los cruzados, pero ambas se originan de las mismas raíces. Con lo complicado que puede ser para la gente actual creer, la evidencia sugiere fuertemente que la mayoría de los cruzados estaban motivados por el deseo de agradar a Dios, expiar sus pecados y poner sus vidas al servicio del “prójimo”, entendido en el sentido cristiano.

Mito 4: Los cruzados le enseñaron a los musulmanes a odiar y atacar a cristianos Parte de la respuesta a este mito puede encontrarse arriba, en la parte del Mito 1. Los musulmanes habían estado atacando a los cristianos por más de 450 años antes de que el Papa Urbano declarara la Primera Cruzada. No necesitaban ningún incentivo para seguir haciéndolo. Pero hay también aquí una respuesta un poco más complicada. Hasta hace muy poco, los musulmanes recordaban las cruzadas como una instancia en la que habían derrotado un insignificante ataque occidental cristiano. Un iluminador pasaje se encuentra en una de las cartas de Lawrence de Arabia, quien describe una confrontación durante las negociaciones de la Primera Guerra Mundial entre el francés Stéphen Pichon y Faisal al-Hashemi (luego Faisal I de Irak). Pichon presentó el caso por el interés francés en Siria, recordando las cruzadas, a lo que Faisal contestó con una aguda pregunta: “¿Pero, perdóneme, quien de nosotros ganó las cruzadas?”

Esto era generalmente representativo de la actitud musulmana hacia las cruzadas antes de la Primera Guerra Mundial, es decir, cuando los musulmanes se molestaban en recordarlas, que no era muy seguido. La mayoría de los escritos históricos en árabe sobre las cruzadas antes del siglo XIX fueron producidos por cristianos árabes, no por musulmanes, y la mayoría eran positivos. No existía tampoco una palabra árabe para “cruzadas” hasta ese periodo e incluso quienes lo acuñaron fueron, otra vez, cristianos árabes. No parecía importante para los musulmanes distinguir entre las cruzadas y otros conflictos entre el Cristianismo y el Islam. No había tampoco una reacción inmediata a las cruzadas entre musulmanes. Como Carole Hillenbrand destaca, “la respuesta musulmana a la llegada de las cruzadas fue inicialmente de apatía, compromiso y preocupación con los problemas internos”. Hacia el 1130 comenzó una contra cruzada musulmana, bajo el liderazgo del feroz Zengi de Mosul (Irak). Pero se necesitaron algunas décadas para que el mundo musulmán se preocupara por Jerusalén, considerada en mayor estima por los musulmanes cuando no la dominaban que cuando sí lo hacen. La acción contra los cruzados fue con frecuencia realizada como un medio para unir al mundo musulmán bajo varios aspirantes a conquistadores, hasta el 1291, cuando los cristianos fueron expulsados del territorio de Siria. Y –sorpresivamente para los occidentales– no fue Saladino quien fue reconocido por los musulmanes como el gran líder anti-cristiano. Ese lugar de honor usualmente fue otorgado a los más sedientos de sangre y más exitosos Zengi y Baibars, o al más público Nur al-Din. La primera historia musulmana sobre las cruzadas no apareció sino hasta 1899. Por ese entonces, el mundo musulmán estaba redescubriendo las cruzadas, pero lo hacía con un giro aprendido de los occidentales. En el periodo moderno, había dos escuelas europeas principales de pensamiento sobre las cruzadas. Una de ellas, representada por gente como Voltaire, Gibbon, y Sir Walter Scott; y Sir Steven Runciman del siglo XX, veían a los cruzados como bárbaros crudos, avaros y agresivos que atacaban musulmanes civilizados y amantes de la paz, para mejorar su propia suerte. La otra escuela, más romántica y representada por figuras menos conocidas como el escritor francés Joseph-François Michaud, veía a las cruzadas como un glorioso episodio en una larga lucha en la que los cristianos habían vencido a las hordas musulmanas. Además los imperialistas occidentales comenzaron a ver a los cruzados como sus predecesores, adaptando sus actividades de un modo secularizado que los mismos cruzados no habrían reconocido o encontrado muy acordes. Al mismo tiempo, el nacionalismo comenzó a enraizarse en el mundo musulmán.

Los nacionalistas árabes tomaron prestada la idea de una larga campaña europea contra ellos de la escuela europea antigua de pensamiento, sin considerar el hecho de que constituía realmente una mala representación de las cruzadas, y usando este entendimiento distorsionado como una forma para generar apoyo para sus propias agendas. Ese fue el caso hasta la mitad del siglo XX, cuando, en palabras de Riley-Smith, “un Panislamismo renovado y militante” aplicó las metas de los nacionalistas árabes a un renacimiento mundial de lo que era entonces llamado fundamentalismo islámico y a lo que ahora algunos se refieren como, un poco torpemente, como jihadismo.

Esto llevó casi inexpugnablemente al origen de Osama Bin Laden y Al Qaeda, ofreciendo una perspectiva de las cruzadas tan extraña como para permitir a Laden considerar a todos los judíos como cruzados y a las cruzadas como un rasgo permanente y continuo de la respuesta occidental al Islam. La concepción de la historia de Bin Laden es una fantasía febril. No es más preciso en su perspectiva sobre las cruzadas que lo que es sobre la supuesta unidad islámica que cree el Islam disfrutó antes de que la malévola influencia cristiana se entrometiera. Pero la ironía está en que él y los millones de musulmanes que aceptaron el mensaje, recibieron ese mensaje originalmente de quienes ellos perciben como sus enemigos: de Occidente. Entonces no fueron las cruzadas las que le enseñaron al Islam a atacar y odiar a los cristianos. Muy lejos de eso están los hechos. Esas actividades habían precedido a las cruzadas por largo tiempo, y nos dirigen hasta el origen del Islam. En vez de eso, fue Occidente quien enseñó al Islam a odiar las cruzadas. La ironía es grande. De vuelta al presente Volvamos al discurso del Presidente Clinton en Georgetown. ¿Cuántas de sus referencias a la Primera Cruzada fueron acertadas? Es cierto que muchos musulmanes que se habían rendido y refugiado bajo las banderas de algunos señores cruzados –un acto que debería haberles dado tregua– fueron masacrados por tropas fuera de control. Aparentemente esto fue un acto de indisciplina y se afirma que esto enojaba enormemente a los señores cruzados en cuestión porque esto daba una mala imagen de ello. Implicar –o simplemente decir– que esto fue algo querido por toda la fuerza de los cruzados, o que era parte integral de las cruzadas, es en el mejor de los casos equivocado.

De cualquier modo, John France lo ha descrito bien: “este notorio evento no debe ser exagerado… Por más fea que haya sido la masacre… no estaba lejana a lo que era la práctica común en ese entonces respecto a un lugar en resistencia”. Y teniendo en cuenta el espacio, se podría anexar una lista larga y sangrienta, que se remonta al siglo VII, de acciones similares donde los musulmanes fueron los agresores y las víctimas los cristianos. Sin embargo esa lista no habría servido a los propósitos del Sr. Clinton. El Sr. Clinton estaba usando probablemente a Raymond de Aguilers cuando se refirió a “la sangre hasta las rodillas” de los cruzados. Pero la física requerida para tal alegato es imposible, como es evidente. Raymond estaba simplemente fanfarroneando e invocando las imágenes del Antiguo Testamento y el Libro del Apocalipsis. No estaba ofreciendo un hecho cierto y probablemente no quería que tal declaración fuese tomada como tal. Y si estamos o no aún “pagando por ello”, pueden ver el Mito 4 arriba. Esta es la más seria incongruencia de todo su pasaje. Por lo que estamos pagando no es por la Primera Cruzada, sino por las distorsiones occidentales de las cruzadas en el siglo XIX que fueron recogidas por un mundo musulmán insuficientemente crítico.

Los problemas con las afirmaciones del Sr. Clinton indican las trampas que esperan a aquellos que intentan explicar los textos antiguos o medievales sin una conciencia histórica e ilustran muy bien lo que sucede cuando uno toma recuentos históricos de a pocos –distorsionados o simplemente presentados selectivamente– que sostienen la agenda política de uno. Este tipo de abuso de la historia ha sido penosamente común en lo que a las cruzadas se refiere. Pero de nada sirve distorsionar el pasado para nuestros propios fines. O más bien, puede servir para muchas cosas… pero no a la verdad. Las distorsiones y tergiversaciones de las cruzadas no nos ayudarás a entender el reto que plantea a Occidente un Islam resurgente y militante. El fracaso de entender ese desafío podría ser mortal. De hecho, ya ha probado serlo. Podría tomar un largo tiempo establecer un recuento correcto sobre las cruzadas. Ya ha pasado mucho tiempo, además, para comenzar esa tarea.

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Puede que el anticatolicismo sea el último prejuicio aceptable en la sociedad actual, pero el escritor y periodista canadiense Michael Coren no cree que se deba aceptar sin más. En su último libro “Why Catholics Are Right” (Por qué los católicos tienen razón) (McClelland and Stewart), analiza algunas de las críticas más comunes contra la Iglesia. Coren, nacido en una familia laica, de padre judío, se hizo católico después de haber cumplido los veinte años. Ser judío le ha ayudado en su carrera, afirma, pero, como explicaba en la introducción de su libro, su fe católica le ha causado la pérdida de dos puestos de trabajo y muchas puertas cerradas en los medios de comunicación.

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Atacar a la Iglesia es rentable, aunque no sea lógico Un nuevo libro aclara malentendidos ROMA, domingo, 5 de junio de 2011 (ZENIT.org).- Puede que el anticatolicismo sea el último prejuicio aceptable en la sociedad actual, pero el escritor y periodista canadiense Michael Coren no cree que se deba aceptar sin más. En su último libro “Why Catholics Are Right” (Por qué los católicos tienen razón) (McClelland and Stewart), analiza algunas de las críticas más comunes contra la Iglesia. Coren, nacido en una familia laica, de padre judío, se hizo católico después de haber cumplido los veinte años. Ser judío le ha ayudado en su carrera, afirma, pero, como explicaba en la introducción de su libro, su fe católica le ha causado la pérdida de dos puestos de trabajo y muchas puertas cerradas en los medios de comunicación. Comienza con un tema del que declaraba no querer hablar y del que no habría tenido que escribir, el escándalo de los abusos del clero. Reconoce el inmenso daño causado a muchas personas como resultado de los abusos, pero también sostiene que algunas de las críticas fueron más allá de lo que estaba justificado. Los abusos no dicen nada sobre el catolicismo, insiste Coren. Los críticos ansiosos por demostrar que los abusos están vinculados a las estructuras o enseñanzas de la Iglesia ignoran el hecho de que los abusos del clero tienen lugar en otras iglesias y religiones con la misma o superior frecuencia.

Como resultado de las lecciones aprendidas del escándalo de los abusos, la Iglesia católica es ahora uno de los lugares más seguros para los jóvenes, señala Coren. Estos hechos deberían llevar con razón a una condena de los abusos, pero no a una condena de la Iglesia, concluye. Es verdad que la Iglesia no siempre ha actuado de la mejor manera, admite, pero, en general, la Iglesia ha estado éticamente muy por delante de su tiempo y ha sido una fuerza para el bien, argumenta. Las cruzadas En el tema de las cruzadas, Coren precisa que Tierra Santa era cristiana y, posteriormente, fue invadida por los musulmanes. Según Coren, es un error considerar las cruzadas como una especie de imperialismo o colonialismo. Lejos de ser un ejercicio de explotación y recogida de beneficios, muchas familias nobles caían en la bancarrota por los gastos de armar un caballero y mantenerlo con su séquito. Las investigaciones modernas han desmentido la afirmación de que muchos cruzados fueron los hijos de familias pobres en busca de botín. De hecho, a menudo eran la flor y nata de la caballería europea, explicaba Coren. En los territorios conquistados por las cruzadas, la población musulmana pudo seguir con su vida normal y no hubo siquiera un intento serio de convertirlos al cristianismo.

¿Qué podemos concluir de las cruzadas?, preguntaba Coren. "No fue el momento del que estar más orgulloso de la historia cristiana, pero no fueron las caricaturas infantiles de la mala conciencia occidental moderna ni, por supuesto, la paranoia contemporánea musulmana", responde. En cuanto a la Inquisición, señala que la premisa subyacente es que los católicos son los más malos y que sólo la Iglesia podría organizar algo parecido a la Inquisición. Esto es simplemente ridículo, afirma. Para empezar, fueron asesinados más hombres y mujeres en un par de semanas de la atea Revolución Francesa que en un siglo de Inquisición. También hubo inquisiciones en varios países protestantes, señalaba, dirigidas sobre todo a los sospechosos de brujería. Tortura El objetivo de la Inquisición era combatir los errores doctrinales y las herejías, con el fin de hacer volver a la gente a la Iglesia, explica Coren. Existía la tortura, pero era aplicada sobre todo por las autoridades seculares. La Inquisición no la utilizaba ni más ni menos que el resto de los órganos judiciales de la época, añade. La mayor parte de las críticas se centran en la Inquisición española. En un aparte, Coren se pregunta por qué se ha prestado tan poca atención a las masacres y a la tortura de muchos católicos en la Inglaterra de Enrique VIII y de la Reina Isabel I.

Es cierto que en los primeros días los papas apoyaron la Inquisición española pero pronto se convirtió en un órgano del estado y la monarquía. Tras la derrota final de los musulmanes en España un gran número se convirtieron del islam y del judaísmo al catolicismo. Muchas conversiones eran genuinas, pero como resultaba ventajoso política y económicamente hacerse católicos algunas conversiones no eran genuinas. Esto llevó a que la Inquisición investigara la situación de los convertidos. Es cierto que se cometieron abusos, afirma Coren, pero, aunque España pudo haber sido una sociedad con defectos, no sufrió las sangrientas guerras de religión que afectaron a muchos otros países europeos. Según Coren, la Inquisición pasó desapercibida hasta a mediados del siglo XIX cuando escritores anticatólicos la utilizaron y distorsionaron para atacar a la Iglesia. Otra crítica frecuente a la Iglesia tiene que ver con su riqueza.

"Nos golpean de modo regular con la vieja afirmación de que la Iglesia rebosa de dinero mientras el resto del mundo se muere de hambre", comenta Coren. Sí, hay una gran cantidad de riquezas en el Vaticano, en los museos que están abiertos a todos los que los visiten. La Iglesia ha preservado estas obras de arte durante siglos, y las guarda como patrimonio de la humanidad. La venta de las obras de arte y el dar el dinero sólo sería un hecho aislado cuyos beneficios se acabarían en seguida. En cambio, los tesoros artísticos se conservan para el futuro, a disposición de todos, en vez de estar encerrados en colecciones privadas. Por otro lado, añade Coren, la Iglesia católica construye y gestiona hospitales, escuelas y realiza un enorme número de obras de caridad por todo el mundo.

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Es necesario que los cristianos, apoyados por una "esperanza confiable" propongan la belleza del acontecimiento de Jesucristo, Camino, Verdad y Vida, a cada hombre y mujer, en una relación franca y sincera con los que no practican su fe, con los no creyentes y con los creyentes en otras religiones (A la asamblea del segundo congreso eclesial de Aquilea, 7 de mayo 2011).

Benedicto PP. XVI. Fuentes:http://www.conocereisdeverdad.org http://www.conoze.com/doc.php?doc=926 http://www.aciprensa.com/controversias/lascruzadas.htm Otros temas interesantes en . . . Vida cotidia nitica A S N Vidas ASN Noticias. ASN Gold El blog de naide !! Avia77 Eygaps Inhospitalia Hola mi amiguis Quiero ser huracan de bendición

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