Soberbia absoluta
Camino entre las calles, las oficinas, en el interior de los hospitales, los hogares, o comercios y observo la carencia de él, ¡cuanta falta hace! ¿Desde hace cuanto dejó de ser parte de nosotros? Con seguridad fue menospreciado y espero paciente el momento de ser llamado de nuevo, momento que jamás llegó, obligándolo a permanecer en el exilio.
La rebeldía, el autoritarismo, la persuasión se instalaron en lo que un día fue su sitio. Desde entonces lloro su ausencia en mis tardes inquietas, en mi deseo nato por transmitir su esencia, y traerlo de vuelta, no encuentro eco, solo seres indispuestos, deshabilitados por voluntad o imposición. Deambulan enamorados de sí mismos, se yerguen portentosos ganando terreno, fingiendo irónicos humanidad justifican sus actos y los revisten de verdad absoluta. No hay solución que sembrar, ni terreno que abonar, ni frutos que esperar. Por eso oscilo entre la esperanza y el abandono; la negación y un nuevo intento. ¿Creer o ignorar?, ¿ser valiente o unirse a los cobardes que roban el pan sin remordimiento, mientras tanto, avanzo lento, ante ese destierro inicuo que parece inevitable. Incrédula reposo en el perímetro del camino, los veo avanzar ufanos, obstinados, fingen tejer y destejen, quieren crear y deterioran lo existente. Cierro mis ojos para no contemplar su miseria.
El peso del vaivén de sus pasos y el alarde de los absurdos me hacen fijar de nuevo la vista en ellos. No puedo eludir. ¡Es vergonzoso! los inocentes a punto de nacer pagarán el precio de la insensatez de nuestros “pasmosos miedos” nuestro cúmulo de omisiones a favor del bien ¿Cómo conciliar los intereses humanos? ¿Cómo dar paso al diálogo y dejar atrás la cerrazón cimentada en el abuso del poder, intolerancia e indiferencia? La comunicación fructífera se volvió utopía frente a lo real: El débil arrojado a su infortunio es víctima de la estupidez del fuerte (sin sabiduría no hay diálogo), falta la luz, todo es sombra. Al fuerte le falta humildad, sin ella no hay receptor veraz. Por eso el diálogo no llega y el daño se acrecienta. Bien lo cito Victor Hugo: «El que no sabe dialogar, es un fanático: ni se conoce a sí mismo, ni conoce a los otros. Quien no ha sido nunca contradicho, aunque fuera el mismo rey, será un hombre sin educación, inculto, incapaz de auténtico conocimiento» y por tanto, estaremos perdidos… La esperanza ondea en lo alto la bandera del diálogo, la igualdad y fraternidad sincera.
Asalia Solís
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