Isla Mauricio, un lugar mágico.

Si vas a casarte, estás planeando un viaje inolvidable, y has topado con esto en este preciso instante, ¡¡¡estás de suerte!!.

Hace un par de años yo me encontraba en la misma situación, ya lo tenía todo controlado, los preparativos, el vestido, el banquete, la iglesia, las invitaciones... ¡Absolutamente todo!. Mi pareja tenía muy claro donde iríamos de viaje de novio: un increible crucero por el mediterráneo, en un barco de ensueño, con mil y una excursiones en las que veríamos infinidad de cosas estupendas. Sin embargo, yo no lo tenía tan claro, sólo podía pensar en esos días en el barco -porque sólo de pensarlo todo me daba vueltas-, en esas excursiones desde que amanece hasta la hora de cenar, que casi no te dejan disfrutar de un rato de tranquilidad, yo lo único que necesitaba era relajarme, cambiar de aires, desconectar, disfrutar de un paisaje paradisíaco, del sonido de las olas del mar -con los pies en tierra firme, ¡claro!-. Un día, sin esperanzas de lograr mis objetivos, ya que nunca he sido muy amiga de los ordenadores, cogí el ordenador de mi marido, que entonces era mi novio, lo encendí y, sin más, empecé a buscar lugares que podrían ser mi feliz destino. Tras 5 minutos buscando el explorador, sorprendentemente dí con él -con el explorador, claro- y 20 minutos después de la misma búsqueda, una y otra vez: “viaje de novios”, de repente me sorprendió un anuncio: “Oferta Isla Mauricio”, yo nunca había oído hablar de aquel lugar, así que volví a buscar, esta vez información sobre Isla Mauricio, y ahí lo tenía, delante de mi, el lugar más maravilloso que había visto en mi vida, todo lo que deseaba para esos días después de tanta tensión acumulada, tantos nervios, tanto trabajo... sólo podía imaginarme paseando por aquellas playas de arena blanca, bañándome en esas aguas cristalinas, disfrutando de alucinantes puestas de sol... Tras un largo rato de imaginarme nadando con delfines desperté, quedaba lo peor, mi pareja había soñado con hacer ese crucero durante mucho tiempo, y no sabía como iba a lograr que cambiase de opinión. Al caer la noche él volvió del trabajo, cenamos y estuvimos viendo un poco la televisión, yo miraba el ordenador y pensaba qué iba a decirle, cómo iba a convencerlo para que hiciésemos ese viaje que tanto me apetecía. Me levanté, fui al baño, me refresqué un poco, aclaré mis ideas y fui directa a lanzarme, cuando llegué hasta él estaba delante del ordenador, olvidé cerrar la página que había curioseado en la que hablaban de Isla Mauricio, él me miró con un gesto de complicidad, entonces supe que ya lo había convencido.

Hoy creo que tomamos la mejor decisión, y recuerdo aquel viaje como algo único e inigualable, el mejor viaje de mi vida, que algún día estaría encantada de volver a repetir.