Perdonen si los matamos.
Escenario: la guerra en Yugoslavia, 14 de abril. Acto primero: un piloto "experimentado" americano ve desde una altitud de 5000 metros, un grupo de vehículos dirigiéndose hacia Djakovica, cerca de la frontera albanesa. Acto segundo: el piloto afanado porque ya se le va a acabar el combustible de su F-16, suelta rápido una bomba y regresa de inmediato a tanquear. Acto tercero: varios tractores (sí, ¡tractores de esos de arar la tierra!) pulverizados, muchos cuerpos de albaneses esparcidos por varios metros a la redonda y muchos otros gimiendo del dolor ante la pérdida de sus miembros. Acto cuarto: Jamie Shea, el vocero de la OTAN, en rueda de prensa mundial, sin hacer el menor gesto de arrepentimiento o vergüenza, afirma que "Ningún conflicto en la historia ha estado exento de errores... Es necesario aceptar la muerte de algunos para salvar a un gran número de humanos... No puedo garantizar que ese tipo de errores no se repetirá en el futuro... Sentimos profundamente la pérdida de vidas civiles".
Ese terrorífico drama de la guerra en los Balkanes no nos parece importante debido a la lejanía de Yugoslavia y a la poco comprensible causa del conflicto. Lo observamos como cuando los niños se divierten frente a su computador con uno de esos videojuegos de llamas virtuales y de víctimas luminosas que mueren emitiendo un curioso sonido electrónico. Creemos que no nos afecta en lo más mínimo. Pensamos que no es nuestra guerra. Sin embargo, ahí está. Puede en cualquier momento convertirse en una nueva Guerra Mundial y acabar, practicamente, con la vida humana. Entonces recordamos la respuesta de Einstein cuando le preguntaron cómo podría ser la Tercera Guerra Mundial: "no me imagino, dijo, como será. Pero la Cuarta Guerra Mundial se hará ¡a piedra y palo!" Y no sólo por eso nos debe preocupar la guerra de los Balkanes. Ella es una muestra más de la interferencia de las potencias mundiales en los asuntos internos de los países en vía de desarrollo, es decir de los países como el nuestro: socialmente pobres, pero con una riqueza extraordinaria en recursos naturales. A ellos, los países desarrollados, les importa un comino el derecho internacional. Aducen siempre razones humanitarias, agresiones inminentes contra su seguridad y ¡claros fines pacifistas! Fusilan mientras investigan y al final sólo se excusan, mostrándose generosos en las "ayudas" (lease "créditos a intereses fluctuantes") para la reconstrucción. Los comentaristas internacionales hacen grandes debates en torno a las intervenciones armadas, escriben montones de páginas sobre sus causas, explican de mil maneras sus fines y enloquecen a todo el mundo con sus datos históricos, estadísticos y políticos. Pero la cosa es simple: detrás de cada intervención de esa naturaleza están el poder y el dinero.
Colombia no escapa a esta horrorosa mecánica. Se ha hablado, incluso, de "balcanizar nuestro país" o de pedir la intervención americana para resolver nuestro conflicto armado. ¡Qué ilusos! ¡Como si ellos necesitaran de nuestras peticiones respetuosas para bombardearnos! Sencillamente aun no es tan atractiva, económica y políticamente una intervención armada americana en nuestra patria. Pero lo será si nos descuidamos. Y si sucediera volveremos a oir esa aterradora frase de "perdonen si los matamos. ¡Lo hacemos por su propio bien!"
Carlos Mauricio Iriarte Barrios http://carlosmauricioiriarte.blogspot.com
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