El porvenir secuestrado
El secuestro de los niños es un asco. No tiene justificaciones. No es un acto que pueda concebir una persona mentalmente sana y tengo la convicción de que los dementes capaces de retener un infante son incurables e inadaptables a la sociedad, por lo menos utilizando los métodos actualmente conocidos y, mucho menos, recluyéndolos en los centros de resocialización que hoy tenemos. Por eso, sin duda, mucha gente ha planteado la pena de muerte para estos casos aberrantes en donde no sólo se atenta contra la vida misma de la inocencia sino contra el porvenir de la humanidad. En lo que a mi respecta, por mis convicciones profundamente cristianas, sigo reprobando la solución de la pena de muerte, pero creo que este flagelo merece un tratamiento particularmente excepcional que incluya no solamente el aislamiento eterno de esa categoría de criminales sino la garantía del juzgamiento de esas conductas execrables por cualquier Tribunal, en cualquier país del mundo, como quiera que se trata, precisamente, de un delito contra la humanidad.
Y es que el secuestro, aunque no es el único delito que deben soportar los menores del mundo (varias ONG han detectado, en un reciente estudio, muchos factores que hacen a los menores vulnerables a todo tipo de vejámenes como por ejemplo la mutación de los sistemas de valores, la reducción de los individuos a la calidad de mercancía por parte de la sociedad, la existencia de una subclase, a causa de las diferencias étnicas o debido a grandes disparidades en el nivel económico, la dislocación de las familias y una ambivalencia y contradicción por parte de la sociedad con relación al fenómeno de la explotación sexual) sí es uno de esos que podríamos denominar imperdonables. El secuestro de niños es repudiable e inhumano. Es lo peor que nos está ocurriendo, en este país que parece haberse especializado en cualquier clase de actividades capaces de asombrar al mundo por su crueldad y sus niveles estúpidos de violencia.
Recientemente, el secuestro de la niña paisa Luisa Fernanda nos conmovió y nos hizo protestar enérgicamente contra esa clase de barbarie. Nos volvimos a indignar y a enfadar. Lanzamos maldiciones por sentirnos tan impotentes ante ese grado de maldad bestial. Pero hoy, cuando solamente esa niña ha sido liberada, parece que nos olvidamos de nuevo de esa fatídica realidad que tiene privados de la libertad a muchos menores en nuestro país. Menores que bien podrían ser nuestros hijos o, peor aun, que bien podrán ser nuestros hijos. Y cuando digo nuestros hijos, entiéndase nuestro porvenir. Nuestro futuro. Nuestra última esperanza.
Por eso, defender nuestros "culicagaos", mantenerlos fuera de esta absurda guerra y recobrar aquellos que hoy aun se encuentran en manos de criminales desquiciados es un compromiso que nos debe tener listos ¡para lo que sea!
Carlos Mauricio Iriarte Barrios http://carlosmauricioiriarte.blogspot.com
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