Nuevas Visiones
En el presente artículo se analizan los fenómenos que juegan un papel relevante en la distribución del poder dentro de las Relaciones Internacionales, enfatizando las variables ambientales como nuevo factor tendiente a modificar dicha distribución.
La distribución global del poder estuvo, históricamente, signada por la posesión de recursos naturales, económicos y militares, estas condiciones se entrecruzaron durante la mayor parte de la historia.
&n bsp; &nbs p; A partir de la aparición del armamento nuclear y, en especial, de la guerra fría, la humanidad vivió a merced de la incertidumbre que este conflicto generaba. En este sentido, la posibilidad de una guerra nuclear descansaba sobre algunos funcionarios de los estados que poseían este armamento. Tan sólo un error habría desencadenado la catástrofe. Sin embargo, la decisión última residía en actores (aparentemente) racionales, lo cual implicaba un proceso y una estrategia de toma de decisión. Dentro de esta realidad, cabe remarcar que quienes detentaban la posibilidad del uso de esta tecnología, eran quienes la habían desarrollado. Este tipo de fenómenos (la posesión y posibilidad de utilización de armamento nuclear) puede catalogarse conceptualmente como fenómenos de “primera generación”. En este contexto, los marcos analíticos se centraban en las rivalidades político ideológicas (este – oeste) y sus variables abordaban en mayor o menor medida la posesión de recursos militares y económicos. Con el advenimiento de la globalización y el fin de la confrontación entre los dos bloques, se vislumbraron nuevos escenarios posibles con desafíos aparentemente diferentes a la seguridad de los países. En primer término, tanto el desmembramiento de la URSS y sus consecuencias (reaparición de nacionalismos contenidos, secesiones, transferencia tecnológico – militar hacia países en desarrollo, multiplicación de estados fallidos) así como la propagación del terrorismo internacional, presentaron un panorama global signado por la incertidumbre respecto de las nuevas amenazas. Bajo esta línea, los vínculos entre terrorismo internacional, armas de destrucción masiva y estados fallidos fueron (y aun son) el foco principal de atención de los países que padecieron el flagelo del terrorismo en particular, y de la comunidad internacional en general. Puede decirse que estos fenómenos (de “segunda generación”) se caracterizan por la imprevisibilidad y porque no necesariamente quienes ejecuten un acto de tales características sean quienes han desarrollado los medios e instrumentos para llevarlo a la práctica. Sin embargo, estos fenómenos de segunda generación comparten un elemento con la categoría anteriormente definida: un acto volitivo. Es decir, la voluntad de realización de una acción como eslabón último de un proceso. Del mismo modo, la literatura de las relaciones internacionales, y una de sus derivaciones como son los estudios de seguridad, depositaron su atención en el estudio de las amenazas “asimétricas” (como es el terrorismo), los Estados fallidos, el tráfico de armas y material radiactivo, el crimen organizado y los regímenes autoritarios. En tercer término, y de creciente relevancia en la actualidad, hay un grupo de fenómenos que escapan a las clasificaciones y que los marcos conceptuales de las ciencias sociales en general no alcanzan (o no se atreven) a abarcar, se trata de los fenómenos de naturaleza ambiental. La característica central de estos fenómenos es la imprevisibilidad y la no-dependencia de un acto voluntario. Tanto un sismo, un tsunami, como una inundación provocada por un huracán no pueden preverse con demasiada anterioridad. Lógicamente, muchos de estos fenómenos responden a desequilibrios ambientales generados por el hombre como lo son por ejemplo, las sequías e inundaciones, producto de la deforestación y del calentamiento global. La particularidad de estos fenómenos, que podrían catalogarse como de “tercera generación”, es la siguiente: si en un principio los principales damnificados fueron, casi exclusivamente, los países en desarrollo (debido a la falta de recursos para prever la ocurrencia de estos fenómenos y de una inadecuada infraestructura para enfrentarlos), hoy la tendencia muestra una generalización en los efectos a lo largo de todo el planeta, tanto en países del tercer mundo como en economías desarrolladas. Al mismo tiempo, el aumento de las interrelaciones comerciales y de comunicaciones contribuye a que una catástrofe en la periferia afecte directamente a los grandes centros económicos. Pueden incluirse dentro de esta categoría a catástrofes de tipo sanitario como son las epidemias, pandemias, etc. Al igual que los desastres naturales, los efectos de estos fenómenos pueden determinar cambios importantes en las relaciones interestatales. Aun si la gripe aviar no se extiende como se prevé, tanto el movimiento preventivo como el dinero invertido en seguros, consultorías y alteraciones del comercio, expresan la sensibilidad e interrelación entre los agentes de la economía y la salud. Entre los efectos generados por estos fenómenos pueden encontrarse desde una reducción sustancial del comercio transnacional de alimentos hasta una baja en el tráfico aéreo de personas lo cual, si consideramos los vínculos entre los grandes conglomerados de empresas transnacionales y los mercados financieros, podría generar especulaciones que finalmente lleven a la quiebra a numerosas empresas. Las pérdidas materiales y económicas generadas por estas catástrofes pueden hacer tambalear (casi) cualquier economía. En la medida en que estos fenómenos se repitan con más frecuencia y sus magnitudes alcancen dimensiones sobrenaturales (como lo demuestra la tendencia actual), debería considerarse la ocurrencia de una modificación en la distribución geopolítica y económica del poder mundial, pero ¿qué tipo de cambio? Desde una visión de economía política, las catástrofes naturales en países en desarrollo exportadores de alimentos, podría afectar severamente a las economías importadoras del primer mundo, forzando a estos países a buscar otros proveedores con los consecuentes gastos que ello implica. Llevan ya décadas las demandas de los países en desarrollo cuyas economías dependen exclusivamente de productos primarios (frecuentemente sólo uno o dos productos) para liberar el mercado de obstáculos. Estos reclamos, que tomaron la forma de batallas contra molinos de viento en cada foro de comercio, podrán ser satisfechos de una manera inesperada cuando las consecuencias alimentarias de los desequilibrios ambientales (fenómenos de tercera generación) se materialicen, principalmente en los países centrales. En caso de que estos fenómenos tengan lugar en países desarrollados y productores de alimentos, éstos deberían aumentar sus importaciones lo cual, inmediatamente elevaría el precio mundial de estas comodities. Al mismo tiempo, la persistencia de estas situaciones derivaría en una posición negociadora más robusta de los países en desarrollo que producen y exportan productos primarios, de modo que podrían negociar con éxito aumentos de volumen en los accesos a mercados con mayor permanencia. Esta es sólo una de las múltiples variables que parecen factibles en los próximos tiempos. De esta manera, los fenómenos de primera y segunda generación, aunque resulte impensable hoy, podrían ser desplazados a un papel secundario frente a los cambios que efectivamente están generando los fenómenos de tercera generación, en tanto y en cuanto continúe la tendencia en aumento de su frecuencia e intensidad. En esta realidad, la cooperación con el desarrollo del tercer mundo suma un nuevo fundamento a su causa, lamentablemente vinculado a consecuencias comunes que padecen todos los países por los vínculos económicos que los une. Otro aspecto está referido al efecto de estos fenómenos en países en desarrollo. Este hecho, (como una inundación) considerando la interdependencia económica de la economía mundial, forzaría cada vez más a las economías grandes (a través de sus organismos) a redoblar esfuerzos en inversión para la infraestructura y previsión de estos fenómenos. El fundamento en este caso puede no ser de carácter plenamente humanitario pero sí de seguridad en el abastecimiento de determinados recursos que los países desarrollados obtienen de estos estados en desarrollo. Son hoy catástrofes sanitarias (como la gripe aviar), ambientales (intensas nevadas, sequías e inundaciones) u otros inesperados sucesos los que tienden a condicionar las dinámicas en la distribución del poder mundial. Los cambios ambientales son una carta que los países en desarrollo deben estar preparados a utilizar en el futuro próximo. Si bien la teoría dice poco al respecto, podrá ser una variable relevante en la redistribución del poder económico global, seguida por la escasez de recursos no renovables. Depende de la sagacidad de los países en desarrollo intentar dar el gran salto.
Álvaro Gabriel Zopatti – Magíster en Relaciones y Negociaciones Internacionales
alvarozopatti@gmail.com
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