Irse
El teatro está triste, el mundo tal vez también esté triste, el arte se volvió triste…
Será que por un instante nos estamos atreviendo a mirar en silencio nuestros vacíos, el desperdicio del tiempo que pasó, la soberbia que lleva a la soledad absoluta, la consecuencia de la definición total de la “inmigración”.
Irse… tomar cualquier cantidad de objetos no indispensables, colocarlos en un contenedor portátil, beso de despedida, lágrima, miedo, cruzar la puerta, despegar… irse. Cuando uno se va se despierta, cuando uno se va se alerta, trasciende el miedo y lo convierte en otra cosa, un escudo, una defensa, una fuerza que siempre estará sin dormir y con el corazón de pie tratando de encontrar descanso, tal vez es el mismo miedo disfrazado de todo esto. Cuando uno se va los días son de otro color, indefinido, a veces más brumoso, a veces más luminoso… cuando uno se va, lo que quedó atrás se va haciendo más grande, como si uno se fuera viajando sobre una lupa y la distancia no existiera gracias a ella. Cuando uno se va se cree que puede más, pero llega un día en que la soledad se sienta a lado y te toma de la mano… te acaricia y voltea tu rostro hacia ella, para mirarte directo a los ojos, y te das cuenta que la soledad tiene tu propio rostro, sus ojos son los tuyos, su silencio es el tuyo propio y su hambre es la tuya también.
Irse… es estar en medio de un campo sin cerros y es medio día, el sol está arriba (no he visto las pampas todavía pero debe ser como estar en la pampa), el viento acaricia tus pestañas y el interior de tus brazos si prestas atención lo sientes… y no pasará nada a menos que tus pies comiencen a llevarte a algún lado… el que elijas. Es enorme la felicidad, tanto como el miedo que se renovó porque te dice al oído con su voz gruesa y en bajito “¿cómo sabes que ese es el mejor camino?” ay de aquel que dude, creo que la respuesta más acertada sería “¿y cómo se que no lo es?”.
Irse es… asumir que donde uno ya no está, un día de sol ya no te extrañarán más, ahí donde uno dejó el hueco las aguas siguen corriendo, las chimeneas se siguen prendiendo en las noches frías, la gente sigue comiendo, mirando, respirando, andando, la felicidad no es monopolio de nadie (qué fortuna). Irse es vivir en la piel, en cada llamada, que uno efectivamente nunca es indispensable y entonces, si estás despierto, aprendes a agradecer la enorme libertad que te regala eso, si no… seguramente regresarás para volver a esos huecos que dejaste, pero nada será igual… te lo advierto, porque irse es asumir, haber pasado la página y cuando uno vuelve aquella página ya no está más.
Irse es abrir una puerta en el corazón propio y quitarse los lentes oscuros, dejarse afectar por la gente desconocida. Irse, o más bien llegar, debiera ser sinónimo de abrir, los ojos -cerrar la boca- abrir los oídos, el corazón, las palmas de las manos y los dedos para sentir y probar todo aquello interminable que uno no conoce. En el propio corazón, también los huecos que uno abrió antes de irse exigen ser llenados. Pero ten cuidado.
Irse es llegar, volver a donde uno no recordaba, irse es perder para encontrar y atesorar, irse es dolor y gusto, es añoranza eterna porque no importa luego uno dónde pare de irse, nunca podrá volver.
Tal vez a través del teatro me he dado cuenta de la tristeza enclavada en el alma de mi especie, porque un día nos fuimos de casa, salimos demasiado afuera de nosotros mismos y, tal vez a esta altura, nos estemos dando cuenta que la televisión no es suficiente para nada y perdimos la lupa y perdimos la brújula y matamos al guía y le dimos el micrófono al primer imbécil que pasó, nos asustamos de la soledad y no nos dimos cuenta que éramos nosotros mismos, que había que abrazarla y no echarla , pero la echamos, la quemamos en hogueras, la excomulgamos, la desconocimos, le quemamos los libros, le cerramos las ventanas, le levantamos muros, la desollamos , la torturamos viva, le contaminamos el alma y después agotados nos detuvimos a mirarla a detalle, se hizo un silencio exquisito… pero ya Paul Tibbets* había presionado el botón para terminar de destrozarla (y no se arrepiente).
*Paul Tibbets, el hombre que liberó la bomba atómica en el avión para que cayera sobre Hiroshima y Nagasaki.
V.

V. www.brahmavadini.wordpress.com





































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