Tenedores en la mesa
Me senté en el lugar que me asignaron junto con otros nueve y frente a mí una mesa puesta con todo el lujo. No sé por qué vine a este casamento en San Miguel de Allende tan elegante y pomposa, yo soy un bohemio con un nombre monosílabo y los apellidos de los novios eran tan extensos como los cubiertos a los lados de la vajilla. Observé detenidamente uno de los tenedores e inevitablemente pensé en Teodora, una Princesa Bizantina, hija del Emperador de Bizancio, Constantino Ducas que durante el siglo XI mandó a fabricar este utensilio en oro puro para poder llevarse los alimentos a la boca sin tener que utilizar sus manos. Este evento marcó el inicio de uno de los instrumentos más utilizados por la humanidad al comer: el tenedor. La decoración de bodas mostraba unos arreglos rebosantes de orquídeas.
Los inicios de este instrumento fueron difíciles. Cuando Teodora se casó en una boda en la playa con Doménico Selvo, Dux de Venecia, llevó a Europa este fourchette y otras extravagancias, siendo tachada de escandalosa y reprobable por sus contemporáneos. San Pedro Damián lo llamó instrumentum diaboli. Esta novedosa herramienta sufrió un rechazo generalizado, principalmente por la falta de pericia de quienes lo utilizaban. Las habilidades mostradas con el tenedor no eran dignas de elogio, se pinchaban la lengua, las encías, los labios o lo utilizaban a modo de mondadientes.
En el siglo XVI se hizo realmente popular en Francia gracias a Catalina de Médicis que lo introdujo en la corte francesa al casarse con el rey Enrique II, la Reina Catalina además de usar el tenedor para comer, lo empleó para rascarse la espalda. Posteriormente el Rey Enrique III promovió el uso de este utensilio en su corte con una pequeña variante respecto al modelo original de Teodora, éste contaba con dos dientes y un mango más amplio; Enrique III, como buen precursor en Europa del uso del tenedor, estableció uno de los primeros códigos de buenas maneras para comer con las manos: "Se debe tomar la carne con tres dedos, sin tomar pedazos grandes que no quepan en la boca y evitar tener demasiado tiempo las manos en el plato".
La palabras buenas maneras repiqueteaban en mi cabeza mientras los otros nueve fingían familiarizarse con tan extravagante protocolo, así que decidí tomar el salmón con las manos y comer muy al estilo de los Bizantinos del siglo X.
Lorena Somocurcio
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