Un mundo de ruidos
En esta época en que nos ha tocado vivir, tenemos dos opciones para afrontar el brutal ataque acústico que sufrimos cotidianamente: volverse insensible ante él, como parece ser que ha elegido la mayor parte de los mortales, o rebelarse y huir, que es la opción que yo he tenido que elegir ante la particular imposibilidad psicológica de adaptarme a la primera opción. Y yo me pregunto: ¿Es este el peaje que debemos pagar por ser consumidores del progreso? ¿Esta sociedad de “bienestar” exige este implacable tributo? En algunos casos es obvio que sí, los ruidos producidos por los automóviles de los cuales la mayoría usamos o la maquinaria para la construcción son dos ejemplos claros de “ruidos necesarios” que debemos asumir siempre que estén regulados y controlados por una normativa que se haga cumplir, pero hay una gran mayoría de ruidos innecesarios que se podrían evitar con algo de buena voluntad, diálogo y esta normativa que ha de ser más coherente con el tiempo en que vivimos.
Tantas cosas se podrían evitar....se podría evitar la música a alto volumen impuesta en los trenes y el hiriente sonido de aviso de las puertas al cerrarse, tanto en trenes como en metros, sustituyéndolo por otro sonido menos ofensivo. Se podría evitar, o por lo menos reducir, el sonido de las campanas, que en el caso particular del pueblo dónde vivo, produce alrededor de 744 campanadas al día, anunciándote por triplicado cada cuarto de hora que ha transcurrido de tu vida. Se podrían evitar las estridencias de algunos motoristas sin escrúpulos, que parecen gozar con este ensordecedor ruido. Se podría evitar y se debería regular el ruido producido por las máquinas de un horno de pan que en la noche rompe el deseado y necesario silencio. Se podría evitar que un vecino irrespetuoso ponga la radio a su máximo volumen mientras realiza sus tareas de bricolage. Se podría evitar que el otro vecino baile encima de tu cabeza, mueva continuamente los muebles como si siempre estuviera de mudanzas, y cierre las puertas de su casa como si andase cabreado a todas horas. Se podría evitar que el vecino de al lado utilize su vivienda, de tabiques parecidos al papel de fumar, como estudio de música para sus ensayos de piano y saxofón. Se podría evitar que los teléfonos móviles sonasen como discotecas y conseguir que sus propietarios hablasen sin alzar la voz para que sean oídos únicamente por su interlocutor. Se podría evitar que al entrar en una boutique de moda creamos que estamos en un bar musical. Se podría evitar el sonido de un claxon innecesario producido por un ataque incontrolado de mala leche. Se podría evitar que la juerga nocturna de unos cuantos deje sin dormir a muchos...se podrían evitar tantas cosas, pero es más cómoda la sumisión, el conformismo y ese tan nombrado “ya te acostumbrarás”, como si la solución ideal estuviese en aceptar sin remisión aquello que puede evitarse, haciendo “oídos sordos” y engullendo de forma inconsciente dosis de veneno acústico.
Siempre he pensado que si una persona de otras épocas en las que el silencio era un estado natural, aterrizase en nuestro venerado siglo del “bienestar”, en este mundo de ruidos del que ya somos esclavos, enloquecería sin remedio deseando con fervor la vuelta a su silencioso y añorado siglo.
Ceballos
Registro automático