Payasos detrás del Mito
Antes de consultar las fuentes que me llevaran a conocer los orígenes de los payasos, sea hace miles de años en China o en las cortes reales del Medievo, me vi tentado a explicar el origen del payaso no desde una perspectiva histórica o bueno, si bien histórica, no tan ambiciosa como para remontar a los orígenes de las cosas. Sería explicar al payaso situado en la actualidad, a la luz de varios acontecimientos y fenómenos que nos han constituido, en mayor o menor medida, como una sociedad moderna en decadencia, o lo que es lo mismo, una sociedad posmoderna.
El payaso, pues, es un ser enigmático, disfrazado, que oculta su identidad detrás de una sonrisa pintada, predominantemente roja. Algunos dicen que su finalidad es hacer reír a la gente común mediante sus palabras y acciones. Es aquí donde podemos identificar una primera distinción: La gente común que necesita a alguien que los haga reír y los payasos, que vienen a satisfacer esa necesidad. Si partimos del supuesto de que la risa es en realidad una necesidad biológica tan fundamental como la comida, entonces deberíamos ver estadísticas similares a las que hacen acerca de los servicios de salud. En tal lugar hay un doctor por cada tantos miles de habitantes, ¿cuántos payasos habrá por habitante en el mismo lugar? ¿sería posible hablar de un déficit de payasos en ciertas sociedades? Tal déficit podría identificarse simplemente viendo las caras de la gente. Si predominan los ceños fruncidos, las caras largas o incluso rostros bañados en lágrimas, sólo entonces podríamos intuir que tal vez a todas esas personas les hace falta estar en compañía de un payaso. Sin embargo, si no se han visto tales fenómenos por la ausencia de payasos es porque mucho de lo que es el ser humano se ha vertido en los medios electrónicos en forma de entretenimiento digital, después de todo, ¿para qué tener un payaso de carne y hueso en una presentación efímera cuando lo podemos tener en el momento que queramos y cuantas veces queramos? Los aparatos receptores y transmisores de información, que van desde la radio hasta el internet, han posibilitado no sólo la comunicación masiva sino también una sustitución de ciertas conductas y una alteración sustancial del modo de vida.
En un mundo individualidades mediáticas, los payasos de carne y hueso, los verdaderos payasos, sobreviven en las calles realizando actos públicos. En medio de un sinfín de pantomimas esperan que la gente común, aquella que todavía tiene la posibilidad de reír, arroje unas monedas al sombrero que va dando la vuelta entre la multitud. Otros cuantos payasos, minoría ilustrada del oficio, desempeñan sus labores en televisión, radio y otros medios lucrativos. ¿Cuántos niños no han crecido creyendo que un payaso es aquél que ven en televisión presumiendo los atributos físicos de sus edecanes, burlándose del auditorio que concurre el set de grabación y cuyas acciones, por crueles que sean, están justificadas por una voz chillona y fingida?
Hasta ahora hemos reflexionado un poco sobre los payasos que se pintan, que ocultan su identidad, pero ¿qué hay de aquellos que no hacen nada de esto? ¿pueden ser considerados como payasos? Podría ser un payaso, aquél que por su sola condición de vida hace reír a todo aquél que se siente superior a él. Es un payaso aquél que realiza un acto poético para honrar, para expresar sus más profundas ilusiones. Es un payaso, aquél que es visto con curiosidad, hasta con cierto desdén, por coquetear con la muerte. El payaso que no se pinta es el que está muerto en vida, el que no puede hacer reír a sí mismo y por ello, tiene que hacer reír a los demás.
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