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8. El Celibato Católico en Realidad no los Conduce a la Pureza y los Aparta del Camino de Cristo

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(Este artículo corresponde a la parte Nº 8 del ensayo: “Defendamos a la Iglesia Católica, del Ataque de  ‘De las Puertas del Infierno’”; del mismo autor)

Leemos en el Catecismo Católico: "Los consejos evangélicos están propuestos en su multiplicidad a todos los discípulos de Cristo. La perfección de la caridad a la cual son llamados todos los fieles implica,para quienes asumen libremente el llamamiento a la vida consagrada,la obligaciónde practicar la castidad en el celibato por el Reino, la pobreza y la obediencia. La profesión de estos consejos en un estado de vida estable reconocido por la Iglesia es lo que caracteriza la "vida consagrada" a Dios (cf. LG 42-43; PC 1)." (Catecismo 915)

Se lee en el Canon 277: ”1. Los clérigos están obligados a observar una continencia perfecta y perpetua por el Reino de los cielos y, por tanto, quedan sujetos a guardar el celibato, que es un don peculiar de Dios mediante el cual los ministros sagrados pueden unirse más fácilmente a Cristo con un corazón entero y dedicarse con mayor libertad al servicio de Dios y de los hombres.”

En este Canon 277 se aprecia una grave inconsistencia de conceptos sobre el celibato, lo que demuestra realmente, es que el asunto del celibato, para las autoridades eclesiásticas, es más una figura, poco responsable, que una norma necesaria. Veamos, dice:  “Quedan sujetos a guardarel celibato, que es un don peculiar de Diosmediante el cual los ministros sagrados pueden unirse más fácilmente a Cristo con un corazón entero”.Pero el celibato no es un “don” de Dios exclusivo a los “ministros sagrados”, sino que sería un “don” dado absolutamente a todos los hombres; porque el “celibato” es un “don” inherente a la vida, pues todos nacemos célibes (solteros). Tampoco, guardar el celibato (decidir no casarse), es un don de Dios; no casarse es una decisión totalmente personal. Tal ves el “don peculiar de Dios” se refiera a “observar una continencia perfecta”, pero ello tampoco es un don de Dios, porque observar la continencia es una decisión del libre albedrio de cada persona. Lo que sí sería un don de Dios, es la fuerza de voluntad para vencer y no ceder a sus instintos en el momento de la tentación a un acto o pensamiento fornicario. Pero la fuerza para vencer la tentación es un don que lo otorga Dios, no solo a “los ministros sagrados”, sino a cualquiera que realmente desee vencer la tentación y se mantenga en oración y penitencia, sea quien fuere. Y esa fuerza no es un “don perpetuo”, es “un ‘don´ para cada tentación”; pues para mantener una “continencia perfecta” se requiere una fuerza de voluntad que venza en cada oportunidad de tentación. Y las “tentaciones”, que son numerosas cada día según las circunstancia particulares de cada persona; las tentaciones ni las pone Dios ni las pone su enemigo, porque son inherentes a la vida. Por lo tanto el don de la fuerza de voluntad para vencer las tentaciones, lo necesitamos tanto los célibes (sacerdotes o no) como los casados; necesitamos gran fuerza de voluntad para ser fieles sea a los votos sacerdotales (en celibato o no), como a los votos matrimoniales.

Sin embargo, de acuerdo al apóstol Pablo, no todos vamos obtener siempre, en todas las ocasiones de tentación, el don de la fuerza de voluntad suficiente, para mantener la continencia permanente; mucho menos por el simple hecho de la consagración como sacerdote. Cada uno sabe si a obtenido ese don o no, cada uno sabe si necesita casarse o no para no caer en las tentaciones. Y en la encuesta del jesuita profesor de la Universidad de Harvard se refleja la verdad del clero norteamericano, el 92% pide que el sacerdote elija libremente ser soltero o casado; porque ellos dentro de su corazón quieren abandonar la hipocresía y vivir en matrimonio bendito.

Por la redacción del Canon 277, falsamente, pareciera que observar la continencia perfecta y perpetua, guardando el celibato, fuera un don de Dios otorgado a los que se consagran como sacerdotes o religiosas. Posiblemente los jóvenes seminaristas y novicias, al principio lo creen y lo consideran así, pero su humanidad, luego les muestra lo contrario; unos se retiran y otros se mantienen dentro, atrapados por el mal. Un ángel, conversando con la hija muy amada de Dios, refiriéndose a la situación actual de la clerecía, le manifestó “viven como si Dios no existiera”. Pero otros muchísimos sacerdotes prefieren terminar con la hipocresía y se retiran, solo desde el Concilio Vaticano II, concluido en 1965, más de 80,000 sacerdotes han renunciado a su ministerio para casarse.

Pero la peor desorientación del Canon 277 es considerar que observando la continencia perfecta y perpetua los “ministros sagrados” pueden unirse más fácilmente a Cristo, lo cual es falso. Un monje asceta del siglo III, luego de vivir algunos años en estado monacal, en oración y penitencia, le preguntó al Señor Jesucristo cuan cerca estaba de Dios, y el Señor le respondió: “que estaba tan cerca de Dios como lo estaba un zapatero o un mercader”. Porque no es la abstinencia lo que acerca a un hombre a Dios, sino el grande amor que irradie su corazón; un real amor a Dios y un verdadero amor al prójimo. Solo el amor nos acerca a Dios. El mandamiento nuevo es “amar al prójimo como a ti mismo”, el que en la práctica ha sido sustituido por la jerarquía de la iglesia católica por: “amar a la iglesia y no compartir el patrimonio de Pedro con nadie ni mucho menos posibles herederos intrusos”, aunque de los labios para afuera digan que aman a Dios y al prójimo; aunque es posible que algunos de ellos lo crean.

Manuel Otaolaurruchi, L.C. escribe: “Este domingo estamos celebrando la ascensión del Señor y es una invitación a mirar hacia las realidades del cielo, donde "no se casarán". (Mt. 22,30) La castidad es una virtud de aquellos que tienen limpio el corazón. "Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios". (Mt. 5,8) Cuando optamos por seguir a Cristo somos conscientes de lo que significa esta decisión y Dios no pide a nadie nada por encima de sus fuerzas. Nadie ha muerto por falta de sexo, pero sí de exceso” http://www.vidasacerdotal.org/index.php/valores-sacerdotales/36-el-celibato-sacerdotal/385-abolir-el-celibato-

Es cierto que la castidad es una virtud de aquellos que tienen “limpio el corazón”, o de acuerdo a otras versiones bíblicas, de aquellos “puros de corazón”; pero, la castidad no limpia o hace puro el corazón (o el espíritu). Veamos:

De acuerdo a la Real Academia de la Lengua Española, el celibato es: “soltería”

Célibe: “Dicho de una persona: Que no ha tomado estado de matrimonio.

Casto, ta: “Dicho de una persona: Que se abstiene de todo goce sexual, o se atiene a lo que se considera como lícito”.

Pureza: “Cualidad de puro”;

Puro: “Libre y exento de imperfecciones morales”.

Desde este punto de vista, casto es alguien, o que no tiene intimidad sexual con nadie o que siendo casado o casada tiene relaciones íntimas únicamente con su cónyuge. Puro es aquel que siendo célibe “por el reino” es absolutamente fiel a su estado sacerdotal aún con el pensamiento; y siendo casado, es fiel a su cónyuge aún con el pensamiento. Pero además de ello la pureza implica tener el “corazón de niño”, exento de envidia, exento de deshonestidad, o ambición por los bienes materiales, etc. Por lo tanto el celibato no implica castidad; ni la castidad implica pureza. Como que, siendo el 100% de sacerdotes católicos célibes, de acuerdo al estudio estadístico efectuado en la Universidad de Harvard por sacerdote jesuita P. Fischler, el 98% de sacerdotes católicos son célibes pero no castos y por su práctica fornicaria, serían impuros; el 2% de sacerdotes son célibes y castos, pero solo Dios sabe si son puros o impuros, porque solo él conoce su corazón.

La calidad de pureza, necesariamente requiere de la castidad; pero ni la pureza ni la castidad requieren del celibato. Tampoco “unirse más fácilmente a Cristo con un corazón entero”, requiere del celibato, porque para estar unido a Cristo con un corazón entero se requiere pureza, castidad y un corazón ardiente de amor al prójimo, por lo tanto a de amor a Dios; lo cual no tiene nada que ver son ser célibe o no. Porque todos están llamados a ser castos y puros para ganar el reino de Dios, pero nadie está llamado a ser célibe o soltero.

Los sacerdotes, y también los laicos, pueden vivir en matrimonio y guardar la pureza; como Pedro y los apóstoles, como Moisés y Aaron. Porque no son las relaciones maritales bendecidas por Dios, las que hacen impuro el corazón humano, sino los pensamientos y actos carnales que prohíbe Dios. Los pensamientos y actos fornicarios de adulterio, sodomía, zoofilia, pederastia, etc.

Estamos seguros que cualquiera preferiría confesarse y recibir la comunión de un sacerdote casado, como Pedro y los demás apóstoles, que de sacerdotes solteros hipócritas, que fingen parecerse a Pablo, pero que en realidad serían “sepulcros blanqueados”, como los llamó el Maestro Jesús a los fariseos, y como los llamaría a los actuales sacerdotes hipócritas; salvando de estos duros términos del Señor, a los muchos sacerdotes honestos, verdaderamente castos.

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Omar Stanley

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