¿Adonde fue el corazón grande?
Como lo han expresado múltiples analistas colombianos, es evidente que lo que
tenemos en nuestras manos no es una violencia que se solucione con una intervención
armada, con las fumigaciones del Plan Colombia, con el creciente ejército de la actual
presidencia colombiana. Esta violencia, como otras contemporáneas, está caracterizada
por una multiplicación y sobre-imposición de diferentes tipos de violencia, como dice Daniel Pécaut:
"En este momento la violencia es una situación generalizada, es la regla. Todos los
fenómenos están en consonancia unos con otros. Se puede considerar, como
es nuestro caso, que la violencia puesta en obra por los protagonistas
organizados constituye el marco en el cual se desarrolla la violencia. No
obstante no se puede ignorar que la violencia desorganizada contribuye a
ampliar el campo de la violencia organizada. Una y otra se refuerzan
mutuamente. Habría que ser muy presuntuoso para pretender todavía trazar
líneas claras entre la violencia política y aquella que no lo es... Lo seguro es
que ya nadie está al abrigo del impacto de los fenómenos de la violencia"
(2001: 90).
Desde la multiplicación de estos espacios la sociedad se va convirtiendo, expresa
Daniel Pécaut, en un no-lugar donde las relaciones del espacio privado y del público
están mediadas por la sobre-imposición y multiplicación de las tácticas de la sospecha, tan hábilmente promulgadas por los distintos actores violentos (Pécaut 2001: 239)
El caso de violencias que se superimponen unas a otras no es sólo colombiano.
Como bien lo enuncia Teresa Caldeira al analizar el caso de Sao Paulo:
"El incremento de la violencia es el resultado de un ciclo complejo que incluye factores tales como el patrón violento de reacción de la policía; la desconfianza en el sistema de justicia
como mediador público y legítimo del conflicto y proveedor de una reprimenda justa; respuestas violentas y privadas al crimen ;resistencia a la democratización; y la débil percepción de la población de los derechos individuales y su apoyo a formas violentas de castigo" (Caldeira 2000: 105).
En Colombia, un país donde, como bien lo dice Marco Palacios, el fratricidio colectivo
ha sido fuente de la nacionalidad y la violencia uno de los factores identificatorios
poblacionales generalizados, la regla es precisamente la manera como el estado de
violencia se constituye en mediador de las relaciones sociales y en factor cultural
generalizado. El relato violento no aparece como aquello que está presente en la sociedad como estado de excepción: aparece como aquella experiencia que la permea ).
Dice el psiquiatra Luis Carlos Restrepo:
"Este país adolorido necesita una exploración, a la vez cultural y sensorial, que permita avanzar en el camino de las reparaciones colectivas, pues nuestra vida depende en gran parte del tipo de pacto que establezcamos con los muertos... Cuando una cultura empieza a convertirse en un campo de difuntos insepultos - que nos acechan con su hedor para que derramemos de nuevo sangre y saciemos sus anhelos de venganza- se hace imprescindible aclimatar la profesión de enterradores... El poder de los vivos sobre los muertos, reside en que, a diferencia de ellos, seguimos generando lenguaje a borbotones, exuberancia que resalta frente a la patética mudez de los difuntos. Para no ser marionetas en las manos caprichosas de la memoria, es importante entender nuestro diálogo con la muerte como un campo de decisión que nos abre la posibilidad de resignificar una vida compartida (1997: 188).
Dice Walter Benjamín: "La tradición de los oprimidos nos enseña que el estado de
excepción es la regla. Tenemos que llegar aun concepto de historia que le corresponda.
Entonces estará ante nuestros ojos, como tarea nuestra, la producción del verdadero
estado de excepción; y con ello mejorará nuestra posición en la lucha contra el fascismo" (Benjamin ¿ 53).
Hay dos tipos de relatos que deberían entrelazarse para intentar darle un lugar apropiado a la violencia: el relato íntimo que permite llevar a cabo el duelo y el relato de palabras responsables de los portadores de la voz pública. La condición para salir de la catástrofe radica en la posibilidad de entrelazar ambas narraciones. Con la voz de estos dos relatos se le da forma narrativa al estado de excepción y como tal se moviliza. Nuevamente, su condición de posibilidad pública es precisamente alguna mediación que negocie el conflicto armado como tal.
Pero la responsabilidad social de los privilegiados, aquellos que han tenido la posibilidad de estudiar, de hacerse profesionales, en un país sin balanzas y sin justicias, no se puede olvidar, es necesario que se retribuya en la sociedad, para trabajar en las falencias sociales y políticas, y si es necesario cambiarlo todo, que se haga, porque las posibilidades de concebir una verdadera democracia por lo menos en el caso colombiano, aún están perdidas, y los medios siguen promoviendo cierto amaño al orden actualmente establecido, creando aceptación, obedeciendo maquiavelos.
Cuando llegará el día en que se vean en Colombia una clase política llamada a ser la verdadera representación del pueblo (como debería ser la democracia), cuando se acabarán los delfines, cuando terminará la imposición, cuando la idea se convertirá en hecho.
Trabajar, trabajar y trabajar debe ser el lema de la oposición, de los jóvenes, porque el país no cambia con cifras maquilladas, ni con más armas para la guerra, ni con el reforzamiento de la fuerza pública que a los únicos que aterroriza es al mismo pueblo.
¿Cuándo llegarán las respuestas?
Juan David Rojas Guzmán, es estudiante de historia de la Universidad del Valle en la ciudad de Cali, Colombia, es un prospecto de escritor, que ha publicado artículos en diferentes revistas como SEMANA.COM, y revistas locales.
j1drojas@yahoo.com
Registro automático