La bendición del Nazareno
Isaías 40:31: "Los que esperan en el SEÑOR renovarán sus fuerzas; se remontarán con alas como las águilas, correrán y no se cansarán, caminarán y no se fatigarán".
En una mañana de mi infancia mientras escuchaba con interés a mi profesora de preescolar, conocí a Jesús y desde entonces se inició entre los dos una amistad que, además e perdurable ha crecido con el paso de los días y de los años. La anciana maestra nos hablaba de un ser bueno en un mundo lleno de maldad y con inusual entusiasmo relataba paso a paso la vida del Maestro, y en cada una de sus hazañas nos enseñaba una lección que nos serviría para toda nuestra vida.
“Ustedes tienen que ser como Jesús” nos decía una cada vez que tenía la oportunidad. “Jesús es una bendición para ustedes y para mí”, la escuché decir más de una vez. Cuando sonaba la campana para el cambio de clases algunos de los estudiantes nos quedábamos en el salón de clases leyendo los libros que nos prestaban con generosidad y en que podíamos observar dibujos con episodios destacados de la vida de Jesús y sus discípulos.
Faltaba algún tiempo aún para hacerme un seguidor decidido de Jesús, pero siento que en esas mañanas calurosas y radiantes me hice amigo de quien sería mi mejor compañero de viaje a través de los sinuosos caminos de la vida. La voz de Jesús se convirtió en un elemento orientador de mi vida y cada vez que me enfrentaba a una decisión, por sencilla que fuera, su voz venía a mí para darme consejo y ayuda. Cuando debía tomar un camino u otro, pensaba en lo que Jesús pensaría de esa determinación mía; cuando me veía enfrentado a una disyuntiva muy difícil, de esas en que uno se siente como al filo del reglamento, consultaba a Jesús y entonces decidía no hacer aquello que por un buen tiempo iba a lacerar mi conciencia.
Así fueron pasando los años de mi infancia y luego los de la adolescencia. Jesús, además de ser mi amigo, era mi consejero: en la práctica no tomaba decisiones sin someterla a su juicio y actuaba según las recomendaciones que él me ofreciera. Pero más adelante la relación fue cambiando. Un día sentí que Jesús no era solo la voz de mi conciencia sino una persona viva y real que me amaba de manera ilimitada, mucho más de lo que yo amaba a mis padres, las personas a quienes más quería en la vida. En las arrugadas páginas de una Biblia envejecida por el tiempo y por el desuso entendí que el maestro era mucho más que un amigo y por eso, en obediencia a mi creciente fe, decidí confesar que Jesús era el Señor. Aprendí además que era el hijo unigénito de Dios y que su sangre, derramada con dolor en la cruz del calvario, fue una ofrenda entregada por el Creador para el perdón e nuestros pecados y para permitirnos el acceso a la salvación y a la vida eterna.
A partir de ese momento Jesús no solo fue mi amigo, sino mi Salvador: y por sus obras maravillosas pasé a considerarlo mi héroe. En este punto debo aclarar que mi generación estuvo siempre sedienta de héroes y creyó encontrarla en los rudos hombres que protagonizaban violentas series de cine o en los seres con poderes sobrenaturales que inundaban la televisión o las tiras cómicas de los diarios. Otros encontraron a sus ídolos en reconocidos personaje de la canción popular o en las estrellas del deporte que con un esfuerzo titánico brillaban en las competiciones internacionales.
Por un tiempo fui seducido también por los semidioses de mi época, pero los abandoné a todos y decidí quedarme con uno que era el más poderoso de todos: Jesús de Nazaret. Y he tenido la ventaja de seguir a alguien tangible, real, visible, presente e inmortal. Tengo, además la dicha de que mi héroe me conoce, me quiere, me tiende su mano amiga, me envuelve en sus brazos protectores y me ha ordenado que deje ante él mis cargas y él me hará descansar. Por eso me convencí de que Jesús era mi héroe y amigo y lo creí de manera tan intensa que (en compañía de él) escribí un libro al que, precisamente titulé “Jesús, mi héroe y amigo”
Conocer a Jesús ha sido lo mejor de mi vida. Hoy vivo según sus normas y mandamientos, leo ávidamente su Palabra y he levantado a mis hijos en la forma en que él me ha indicado que lo haga. Siento que a su lado soy muy fuerte y recuerdo que no es una casualidad por la Biblia me enseña que “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil. 4:13).
La vida en Cristo ha sido, es y será una bendición, la bendición del nazareno. Espero que este libro sea una bendición también para nuestros queridos lectores y que éstas enseñanzas se conviertan en una gran bendición como lo ha sido para tantas personas a lo largo de los tiempos. Espero que tu vida se inunde también con la bendición del Nazareno.
Alejandro Rutto Martínez es un destacado escritor italo-colombiano que ha dedicado una buena parte de su vida a la enseñanzasobre temas de ética y liderazgo en congresos, seminarios y universidades. Es administrador de empresas egresado de la Universidad de La Guajira y especialista en Administración de programas de Desarrollo Social en la Universidad de Cartagena. Especialista en Orientación Educativa y Desarrollo Humano en la Universidad El Bosque y Especialista en Docencia Universitaria en la Universidad Santo Tomás. Actualmente cursa la maestría en Ciencias de la educación en un convenio entre la Universidad de Matanzas (Cuba) y la Universidad de La Guajira (Colombia). Es autor de seis libros y de numerosos artículos que se pueden leer en www.articulo.org y en su página www.maicaoaldia.blogspot.com. Puedes contactarlo a través del correo electrónico: alejandroruto@gmail.com o seguirlo en twitter: @Alejandrorutto
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