Hace unos meses escribí lo siguiente
Hace unos meses escribí lo siguiente:
“Desde que era niño he oído decir que nuestra vida queda moldeada por hechos que nos dejan huella, que nos marcan para bien o para mal.
No deja de ser curioso que en este instante tan decisivo, los recuerdos que me vienen de mi propia vida, para muchos no tendrían la calidad suficiente para ser considerados cruciales. Pero ¿acaso no es tan importante el grosero pellizco con que el alfarero arranca la pella de arcilla como el delicado tacto con que la trata dándole forma en el torno? ¿No es todo ello parte de lo mismo, parte del resultado?
Debo pensar, por tanto, que los recuerdos que trae la memoria deben de ser tan esenciales como cualquier otra vivencia olvidada. Al menos ese pensamiento me consuela. Me consuela porque a estas alturas la vida se me manifiesta como algo con sentido y fin en sí misma. Y mi vida hace tiempo que dejó de ser algo parecido a eso.”
Ahí lo dejé. Esperando. Sería el comienzo de algo pendiente de hacer: una novela corta o un relato largo. Mi idea era comenzar la narración con un señor que estaba tendido en el suelo, moribundo, que iba a relatar su vida sin abrir la boca.
Ocurre con estas cosas algo muy habitual en las persona aficionadas a la escritura, a saber: que lo escrito acaba convirtiéndose en algo pétreo e inamovible. No son capaces de destruir lo sobrante, cuando la escritura consiste fundamentalmente en desbrozar antes de que los brotes se hagan ramas fuertes que impidan ver la belleza natural y simple de lo que se quiere contar y transmitir.
Stefan Zweig consideraba fructífero un día de trabajo cuando conseguía eliminar un pequeño párrafo del material ya escrito. Raimond Carver dijo que su libro ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor?, tardó trece años en publicarlo porque todo ese tiempo lo usó para eliminar todo aquello que sobraba.
Con independencia del criterio que a cada cual le merezca la calidad del texto o la originalidad de la idea, fue leyendo a William Saroyan que descubrí, en su cuento Un día de frío, el siguiente párrafo:
“El siguiente libro era “Inez: A Tale of the Alamo”, y estaba dedicado a los Tejanos Patriotas. Su autora había escrito otro libro que se llamaba “Beulah”, y otro titulado “Saint Elmo”. Se decía que era la clase de libro que corrompía la moralidad de una joven muchacha. Pues bien, abrí el libro y me puse a leer: “Me estoy muriendo; y, puesto que tengo la sensación de que me quedan pocas horas, no dudaré en hablar libre y sinceramente. Alguien pensará que me desvío de la delicadeza propia de mi sexo; pero, dadas las circunstancias, creo que no es así. Te he amado durante mucho tiempo, y saber que mi amor es correspondido para mí es una fuente de profunda e indescriptible alegría.” Y el texto seguía.
“Aquello era tan malo que acababa por ser bueno, así que decidí que en cuanto pudiera leería el libro entero. Un joven escritor puede aprender mucho de nuestros peores escritores.”
Mientras leía el relato me venía a la memoria el texto que escribí unos meses antes. Con independencia de las dudas que ya tuviera sobre su calidad, decidí extraerlo del directorio de textos definitivos. No obstante, como no paso de ser un mediocre aficionado a la escritura, lo mantengo en reserva con la secreta esperanza de poder acoplarlo en un futuro relato.
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