La marea
No pretendo pontificar sobre la muerte o la brevedad de la vida, sólo que hoy me he acordado de mi padre. A ver, en realidad de mi padre me acuerdo con mucha frecuencia, quiero decir que recordé una escena que vivimos hace tiempo.
Era verano, estábamos en una playa de Rota, no he vuelto allí desde entonces, así que imagino que de aquella playa salvaje al pie de un barranco, ya no queda nada que pudiera reconocer.
No sé decir por qué, pero aquel día paseábamos por la playa temprano, muy temprano, solos él, mi hermano y yo, que rastreábamos la orilla descubriendo algas extrañas, o conchas peculiares. Con los pulmones repletos de aire de mar, íbamos y veníamos preguntando a mi padre por esto o aquello. La marea estaba baja, así que la orilla era un auténtico filón de tesoros. Removíamos la arena para intentar coger coquinas, husmeábamos en los agujeros que aparecían al recogerse la ola para ver si pillábamos una navaja… Mirábamos a un lado y estaba el mar, que parecía infinito, mirábamos al otro y una pared de piedra y tierra amarilla por la que asomaban raíces, nos hacía inclinar el cuello hacia atrás para ver las copas de los árboles que la coronaban.
De repente, recuerdo, mi padre nos propuso algo que me pareció una de las mejores ideas que había oído. Algo tan simple como escribir el año en la arena y rellenar la forma con pequeñas piedras. Escribió unos números del tamaño de su pie y los fuimos rellenando con pequeños chinos y conchas que la marea había ido dejando en la orilla. Cuando estábamos a punto de terminar la tarea (mi hermano y yo empezábamos a estar algo cansados de aquello), me di cuenta de que nuestro trabajo desaparecería en breve.
–Papá, pero en cuanto suba la marea, se llevará los chinos y no quedará nada –dije.
–Claro, para eso lo hacemos.
No supe por qué pero cuando nos marchábamos de la playa me sentí triste, apenado, giraba la cabeza constantemente para mirar el número que jamás volvería a ver, porque en poco tiempo se iba a desintegrar, y de eso estaba seguro. Por vez primera conocí la certeza del final de algo, la imposibilidad de recuperar algo perdido.
1979.
Ese era el año que se llevó la marea.
Año y medio más tarde murió mi padre.
Hasta hoy, aún hoy, veo cómo se van los años y las personas, y lo aprendido en la lección de aquel día sólo tengo que aplicarlo el instante necesario para recordar que nada nos retendrá aquí y que el trabajo que hagamos hay que hacerlo con la mayor delicadeza, aún sabiendo que se lo llevará la marea. Para eso lo hacemos.
Safe Creative #0912025044160
http://irasyvenidas.blogspot.com/
Registro automático