Llegó la hora de comer
Las horas de la comida en familia son importantes como oportunidades para establecer una estrecha relación en las vidas cargadas de presiones tanto de los padres solos como de las familias en las cuales ambos padres trabajan. Las rutinas como el desayuno y la comida, cuando se conversa y se comparten experiencias, pueden compensar los largos períodos de separación.
Las familias donde ambos padres trabajan y permanecen ocupados todo el día, tienen que hacer un esfuerzo para respetar esas horas compartidas como un medio de fortalecer sus vínculos. Recomiendo a los padres que trabajan que procuren por lo menos compartir la hora del desayuno.
La hora de la comida es la oportunidad para que los niños aprendan sobre su propia autonomía, a la vez que forman parte del grupo familiar. Debe ser divertida, no una lucha.
Es frecuente que los alimentos se conviertan en una lucha destructiva, que es en sí misma una recompensa; en esos casos los alimentos pasan a un segundo lugar. Además, en ocasiones se convierten, en un soborno por afecto: “Comete ese bocado por mí”; en un medio coercitivo: “Si no comes, no te daré postre”; en recompensa: “Si dejas el plato limpio, mami te dará un chocolate”. Este regateo le roba el significado al momento de la comida. Los padres pueden suministrar la comida, pero no pueden obligar al niño a que la coma. Para que el niño pueda valorar los alimentos y esperarlos con ilusión, éstos deben asociarse con su propia motivación, su apetito y su placer.
Valorar la capacidad del niño para decidir lo que comerá y lo que no comerá es la forma más segura de evitar desacuerdos. Con mucha frecuencia los padres se esfuerzan por superar rechazos que no pueden controlar. Tampoco deben apurarse a sustituir un alimento por otro. No presentarle al niño demasiados alimentos para escoger y hacerle entender que comer es importante, aunque no se le obligará a hacerlo, evitan estos conflictos. Empezar con menos cantidad de la que el niño desea, reduce la presión.
Un niño de cuatro o cinco años puede recurrir a caprichos, antojos o negaciones de alimentos para establecer su independencia o como una oportunidad de expresar su conflicto en relación con la independencia. Las alteraciones en los hábitos alimenticios pueden ser un mensaje, una oportunidad de convertirse en el centro de atención de la familia de otros sucesos o interacciones más preocupantes.
Además, si se le da la oportunidad, el niño ensayará ingiriendo chucherías en un intento por imitar a los de su misma edad. La influencia de la televisión y los medios de comunicación intensifican este impulso de ensayar cosas nuevas. Una vez que se han introducido las chucherías en la alimentación del niño, puede haberse creado otro punto de lucha. Sin embargo, no es factible esperar que los niños de esta edad resistan la tentación de disfrutar estos alimentos poco sanos.
Prohibir tajantemente el consumo de chucherías puede despertar aún más su curiosidad. Ser demasiado rígido puede tener el efecto contrario. Sin embargo, sin darle mayor notoriedad al asunto, los padres pueden mantener esos alimentos fuera del hogar. No hay nada malo en que el niño los consuma ocasionalmente, como por casualidad, pero no en ocasiones especiales ni como recompensa.
Conviene también que el niño tenga acceso a información sencilla acerca de lo que necesita su organismo para desarrollarse y crecer fuerte. Otra medida efectiva puede ser ofrecerle al niño platos apetitosos como alternativa a las chucherías (y ofrecerle alternativas de actividades más productivas que la mirar televisión.
Entre los tres y cuatro años, cuando los niños comienzan a imitar el comportamiento de los padres, copiar sus modales en la mesa y probar los alimentos de los grandes es algo que se va dando con naturalidad.
Si los padres han logrado que las horas de las comidas no sean batallas, un niño de cuatro años comienza a adoptar los patrones de la familia. Es casi increíble cuando uno oye al niño de cinco años decir: “pásame la mantequilla, por favor” o “gracias por la leche”. Es aún más increíble cuando pregunta: ¿Puedo repetir, por favor?, pero estas cosas suceden e indican que usted ha dado un buen ejemplo.
Cuando un niño que se ve sano insiste en negarse a comer durante varios meses, es preciso buscar ayuda. No hay que desesperarse, pero tampoco hay que esperar demasiado tiempo. Si aún queda algún problema de los primeros años relacionado con los alimentos, como malos hábitos alimenticios, peso muy bajo, vomitar después de las comidas, esconder la comida o rechazar los alimentos uno tras otro, los padres deben reevaluar la situación. Todo esto sugiere el riesgo de problemas nutricionales a futuro.
Ante todo trátelo con cariño y respeto, pero también muestre su autoridad; explíquele la importancia de la alimentación y busque ayuda especialista de ser el caso.
Lic. Pedro Borrero
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