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Áes Sídhe

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Áes Sídhe

Las heladas ventiscas de invierno en el campo francés hacen resaltar todavía más la colorida ausencia de las preciosas flores, que año con año inundan valles y montes con sus exquisitos perfumes, y, como nunca es (ni será) la excepción, todos esperamos con emoción.

Cuando la última lágrima de hielo desaparezca con la llegada de la primavera, la ciudad entera renacerá en una maravillosa estampa, llena de vida y alegría. Niños saliendo a jugar en los paseos, veteranos sonriendo (con esa risa, llena siempre de tanta experiencia) al ver cumplido un año más en este mundo tan raro, y muchachas deseando una puesta más de sol acompañadas por sus siempre fieles admiradores y amantes; y a fin, ¿qué mas da? Si estaremos gozando de la eterna ciudad del amor.

Más, no basta con sólo imaginármelo. Me muero de ganas por hacer realidad los tantos anhelos de la apasionada gente parisina. Pero apenas si es invierno. Y tres meses, si no es que más, hacen falta para comenzar. Por más que quiera no puedo hacer todo el trabajo, aunque tenga un ejército de mil y un faunos, ninguno se atrevería a corromper las tal vez demasiado estrictas reglas que nos han impuesto para ser “felices”.

Pero trataré de ver lo positivo de éste entristecedor asunto: Podré descansar un poco de la vieja “rutina de las hadas y las flores”, y quizás pueda viajar fuera por un tiempo. Siempre he querido saber con exactitud qué cosas existen más allá del oscuro bosque. ¿Qué hacen las personas para ser felices? ¿Cómo es que siempre que se vienen de visita al bosque se ven tan contentos? ¡Quiero saberlo! Esa duda me ha acompañado siempre…

Cuando era pequeña, mi hermana mayor me repetía cada mañana, que, distintamente de los humanos, las Dríades podemos ser felices con facilidad. Que existe algo que nos diferencia de las demás clases. Pero nunca me dijo realmente lo que nos hace encontrar la felicidad. Es por eso que viajaré a la ciudad. Quizá allí descubra lo que es desconocido para mí hasta ahora.

Tomo algunas prendas y salgo  de la habitación. Sin cuidado, ya que mis hermanas seguirán encerradas en un profundo y duradero sueño (del cuál, por suerte, no fui víctima éste año, puesto que me eligieron como una de las guardianas, y debo velar y proteger a mis compañeras (¿De qué? No sé). Me envuelvo en un suave abrigo de pelaje, aliso mis alas, e inicio mi travesía.

Segura de mi decisión, abandono el bosque. Sé que cuando regrese (si es que eso llegase a pasar) las Adríades van a castigarme fuertemente. A pesar de eso, espero que este viaje, con todo y sus riesgos, valga la pena.

¡Qué emoción! Creo que estoy nerviosa. Ya puedo ver los hogares de los citadinos. Esos enormes árboles de piedra a lo lejos. Son algo extraños. Y esa gigantesca enredadera, con personas dentro, en lo alto, almorzando (me parece) y disfrutando el panorama invernal. Es impresionante.

Por fin me adentro. Algo llama mi atención, pero no me sorprende que en los jardines no haya ni una sola flor abierta, porque sé que no han de tardar para mostrar sus colores.

Sigo mi vuelo, y sucede algo inesperado, conforme me acerco a los raros árboles, aparecen poco a poco algunas hadas, muy bellas (como yo, por cierto), pero debo ignorarles. Por más que quiera saludar, no puedo arriesgarme a hablar con  alguien desconocido. He escuchado muchísimos rumores (todos falsos, según mi criterio) acerca de nuestra especie. Y no sé si las que he visto hasta ahora tengan la misma cultura que yo, pero sería mejor tener cuidado con ellas.

De repente, una de ellas comienza a seguirme. Vuela a mi costado, más su presencia es intermitente. Trato de acelerar mi ritmo varias veces, pero ella siempre me alcanza.

Desconozco totalmente sus intenciones, pero no necesito saber cuáles son. Lo que necesito es esconderme de ella, perderla. Debo hallar un buen lugar. “¡Ahí!”, en una de las cortezas, hay un estrecho orificio. Y creo que puedo entrar y perder a mi acosadora.

Está oscuro por aquí, pero estoy segura de que ya nadie me sigue. Más, comienzo a sentir algo anormal. El lugar despide un extraño hedor. A ciegas, trato de investigar qué hay aquí. De repente, algo me golpea la cabeza. Caigo al suelo, y miro a mi agresor. Esto no es bueno. Dirijo la vista hacia lo alto, y estallo en histeria al notar que son muchas, muchas personas, pero con un rostro muy peculiar. Trato de escapar, pero unas enormes zapatillas me hacen tropezar. Desesperada, lanzo un fuerte grito, temiendo lo peor. Pero al parecer, ellos no reaccionan de ninguna manera, tal vez no saben ni que estoy aquí. Me acerco cautelosamente a uno de ellos, y me doy cuenta de que no tienen cuerpo, ni extremidades, ni rostro. Suelto un suspiro tremendo. Debo ser más atenta. Nunca he estado acostumbrada a estar cerca de una vestimenta humana, y ahora se qué tan grande y espantosa puede ser en la oscuridad.

Busco alguna salida. Pero es un tronco muy peculiar. No sé por dónde caminar. Pero poco apoco encuentro otra abertura. Puedo ver algo así como un andador, pero dentro de la casa. Está algo sucio y resbaloso. Algo me inquieta demasiado. Y es que a lo lejos, puedo escuchar gritos y risas que se aproximan. Me oculto detrás de una roca con forma de flor. Y veo pasar corriendo a varias niñas. Que, a pesar de ser apenas unas crías, para mí son como unas enormes ondinas.

Observo todo lo que ocurre: las niñas traen consigo un objeto redondo, y corren tras él, golpeándolo y estrellándolo en las paredes. Temo que en un momento pudiesen agredirme, por lo que me alejo hacia un orificio, muy grande y cercano. Al entrar encuentro a dos mujeres sentadas, ésta vez adultas, me parece. Una de ellas trae algo extraño en la cabeza, es una especie de corona o gorro, y trae un vestido  muy triste, en blanco y negro. Están diciendo algunas cosas, y no es que sea muy curiosa, pero tampoco puedo evitar escuchar su conversación. Creo entender, que este lugar es parecido a uno de nuestros sauces, pues aquí también cuidan de muchísimas crías, hasta que se les asigne una vocación (?). Pero escucho algo que me intriga. Es que las dos damas se entristecen al hablar sobre una niña en especial. Está muy enferma, y parece que podría morir en cualquier momento.

Estoy muy consternada. Cuando viajé hasta aquí no esperaba encontrarme con algo como esto. Pero no puedo hacer nada. Lo más que podría sería estar al pendiente de ella. Además, según lo que escuché, ésta pequeña es muy solitaria, por lo que sería bueno hacerle un poco de compañía. A fin de cuentas, ¿Qué podría pasar?

Vuelo por los corredores, buscando alguna señal de su paradero. Pero por más que busco por aquí, no le encuentro. Sería mejor buscar por el exterior. Así que salgo hacia las afueras del tronco, y rodeo el árbol. De repente, aparece de nuevo un hada más, que se para frente a mí. Más, en un suspiro desaparece, y la corteza se levanta. Del interior se asoma el rostro de una humana pequeña, que me da la espalda y se recuesta sobre un tablón que amolda su cuerpo sobre sí, y le cobija con hojas de suave y tierno pelaje. Entro en la habitación, y bajo al suelo para caminar hacia su cama. Me acerco lentamente, y le doy unos cuantos tirones a sus sábanas, pero no me pone atención. Así que subo cerca de su rostro, y le llamo: “Hola, amiga, ¿cómo te llamas?”. Su rostro gira drásticamente, pero no parece ni un poco sorprendida, es posible que ya esté acostumbrada a la presencia de seres como yo, siendo que por aquí hay muchas más.

Dirige totalmente su atención hacia mis ojos, pero los suyos son preciosos, me atrapan inmediatamente, y responde a mi saludo: “Hola, yo me llamo, (tose fuertemente) me llamo Fabiola. Y tú, ¿quién eres?”. Me sorprende la tranquila actitud que toma, pero aún así le contesto amablemente, como sé que debo: “Yo, me llamo Yosira. Soy un hada proveniente del bosque de Vincennes”. Su gesto cambió de repente: “¿Un hada? Qué curioso (de nuevo una tos muy escandalosa). No creí que fuesen reales”. “Estás muy enferma, ¿no es cierto?”, le pregunto para confirmar la veracidad de mi encuentro. Ella no contesta. Trato de hablar con ella, pero no me responde. Busco su rostro, que tiene ya algunos segundos de ocultarse del mío, pero sus ojos están cerrados. Un escalofrío tremendo corre por mi espalda. “No puede ser” repito para mí misma, suponiendo que he llegado tarde. Pero en fin. Ya no da para más. Será mejor que me retire. Salgo por donde vine. Y no pienso mirar atrás.

Por ahora, creo que necesito reposar. Ha sido la peor experiencia que he tenido que sentir, y no quisiera repetirla nunca más. No quiero ver a la muerte de cerca otra vez. Ha sido demasiado.

No sé a donde ir. No conozco la ciudad para nada. Así que el primer instinto es volver al guarda ropa donde llegué la primera vez. Allí estaré segura por un tiempo, en que pueda reflexionar sobre estos acontecimientos. Al entrar, ya está mas oscuro que hace unas horas. Busco y camino a ciegas entre estas cosas enormes y apestosas que los humanos usan en los pies. Y encuentro una roca muy extraña: tiene una forma definida, y está totalmente hueca. Pero muy probablemente aquí nadie me encontrará. Me recuesto y cierro los ojos, mas no puedo dormir. Me invade un sentimiento de terror y asombro: ¿Cómo es que a pesar de ser tan enormes y fuertes, las personas pueden ser tan frágiles? No comprendo tal ironía. Pues. ¿Fue acaso éste el fin de la felicidad para esa pequeña, Fabiola? No sé si realmente quiera buscar la felicidad en sitios como estos. En fin. Lo que pasó hoy, será mejor que se quede aquí. Creo que lo mejor será tratar de dormir un poco, y prepararme para volver a casa mañana.

La noche pasó más rápido de lo esperado. Me levanto lentamente. Pero mi cuerpo está cubierto de algo extraño. Es una rara sustancia. Mis brazos y piernas están demasiado pegajosas, y en el aire hay un hedor por mucho distinto del que había percibido antes. Salgo de la piedra y del árbol de un solo empujón. Estoy muy sucia, pero poco a poco se va desprendiendo un extraño polvo de mi cuerpo, y termino limpiándome con ayuda del viento. Y comienzo mi viaje de regreso. Y existe algo peculiar que debo pensar un momento, y es que me da muchísima curiosidad saber qué es lo que ocurrió con aquella niña. Ayer la abandoné en su habitación sin dejar un solo suspiro mío, pues todo mi aliento había sido ya raptado por la intriga y el terror. Y no puedo evitar un poco el deseo de pasar de nuevo a su recámara y averiguar de una buena vez cuál ha sido el paradero de su lindo y delicado cuerpo.

No me es difícil encontrar el hueco que da a su dormitorio. Ni entrar. Pero… ¡No es posible!... ¡Ahí!... ¡En la cama!... ¡Ahí está ella!... ¡Y está con vida!... Pero, ¿cómo? No lo sé. Pero nunca había sentido un alivio tan inmenso.

Me ve, y salta de la cama para correr hacia mí, dando un enorme grito, y con una sonrisa en su rostro: “¡Yosira! ¡Hola!”. Se inclina un poco para ver mis ojos de cerca: “¡Hola! ¿Te encuentras bien?”, “Sí, ya estoy mejor. Qué bueno que viniste. Te quería enseñar algo…”, unos estremecedores sonidos provenientes de fuera de la habitación interrumpen a la niña, y captan nuestra curiosidad. Nos asomamos un poco, y en el pasillo podemos ver a las dos señoras que ya había yo visto en aquella habitación. Esta vez lloraban con mucha mas fuerza: “…Madre Superiora, esto no puede ser. ¿Cómo ocurrió esto? ¿Quién es el responsable de tan horrible tragedia?”, “Tranquilícese, profesora. Le aseguro que pronto lo averiguaremos. Ya hemos informado a la policía. No hay nada que temer.”, “Pero, ¿quién sería tan desalmado para cometer tal atrocidad?”, “Eso lo sabremos pronto. Por ahora, lo mejor será que las demás niñas no sepan de esto. No debemos asustarlas.”, “Pero, ¿sus amigas no merecen por lo menos despedirse de ella?”, “¡Por supuesto que no! Por muy inhumano que parezca, no podemos arriesgarnos a que el pánico les invada. ¡Son sólo niñas! No tolerarían esto.”, “Y, ¿qué haremos entonces?”, “Les diremos que a Alexandra, la han adoptado ya. Pero que su nueva familia venía de muy lejos, y por ello tuvo que marcharse a prisa. Que no tuvo tiempo para despedirse.”, “Pero hay otra cuestión: ¿Cómo verá la sociedad éste hecho? Es decir, ¡La han asesinado! ¡Seguro que saldrá en primera plana mañana!”, “¡Ya le he dicho que se calme! La muerte de esta pequeña es un hecho lamentable, está en lo cierto. Pero no podemos permitir que nos invada el miedo. Es exactamente eso lo que nos hace falta para caer en la locura. El orfanato correrá un gran riesgo si no tomamos la situación como se debe. ¿Entendió?...”.

Fabiola cierra rápidamente la puerta. Se queda pasmada por un momento. Luego reacciona: “¿Ale está muerta? Esto no es justo. ¿Quién lo hizo?”.

Se desploma sobre el suelo. Comienza a llorar. Repentinamente, suelta un tremendo grito: “¡Maldigo a quien se haya atrevido a hacer esto! ¡Maldito seas!”…

Un montón de gritos y maldiciones más. Entonces se calma un poco y me acerco un poco a ella. Pero tiene una respuesta inesperada: “¡Fuera! ¡Lárgate! Quiero estar sola. ¡Que te vayas te digo!”, grita y me lanza un objeto extraño y aparentemente suave, pero muy grande para mí. Levanto el vuelo y escapo rápido del cuarto para evitar un accidente más.

Pienso en lo que ha ocurrido. Claro que no es justo que pase esto. Ni tampoco es justo que se permita. Pero no puedo hacer nada. Mejor vuelvo a mi escondite. Quiero reposar un poco, y esperar ahí hasta que venga la noche, y descansar de verdad entonces.

Comienza otro día. Lo curioso es que no tengo ganas de comer nada. Así que inmediatamente salgo de la guarida y… “¡Ah! ¡No de nuevo!”. Estoy ahora mas empapada del líquido raro que me cubría la mañana de ayer. Sigo sin saber qué es esto. ¡Me desespera! Pero tengo que asearme. La peste es aún más fuerte que la vez anterior.

Voy rápidamente a buscar a Fabiola. Quiero saber cómo se siente hoy. Aunque no sé si aceptará mi compañía esta vez.

Entro a su habitación. Más, no hay nadie. Totalmente vacía. Me asomo al pasillo y voy en su búsqueda. Pero ni una señal aún.

Escucho un tremendo llanto, proveniente del cuarto de las señoras que había visto antes. Al echar un vistazo, noto a la pequeña, liberando sus lágrimas sobre el vestido de la Superiora, quien le consolaba cariñosamente: “…Escucha, hija mía. Lamento mucho que te hayas enterado de todo esto. Así como lamento la pérdida de tus otras compañeras…”. ¿Qué? ¿Acaso han sido asesinadas más niñas? ¿Quién es el desgraciado que acaba con las ilusiones de estas pequeñas?

“…Fabiola, te quiero pedir que, por lo que más quieras, no tengas miedo…”, “¿Por lo que más quiera? ¡Si lo que más quería me lo han arrebatado ya!”, “Niña. Te prometo que todo estará bien. No dejaré que nada te pase. De ahora en adelante, dormiré en la habitación de al lado, junto a ti…”.

No quise esperar a que mi amiga saliera de ahí para pedir su opinión sobre lo que acabo de decidir. Pero estoy tan frustrada por este asunto, que quiero comenzar a investigar por mi cuenta. Saber de una vez quién es el asesino.

Salgo del árbol rocoso. Pienso recorrer la ciudad. Por todos los rincones. Siguiendo su huella hasta dar con él. Aunque no estoy segura de qué es lo que haré cuando lo encuentre.

Veo cosas muy extrañas. Hay animales muy curiosos corriendo entre los callejones y haciendo ruidos muy fuertes. Pero dudo que haya sido uno de ellos.

Esto va a ser algo complicado. No conozco nada de por aquí, y comienzo a sospechar de todo lo que veo.

¡Maldita sea! Tengo que huir de aquí lo más pronto posible. De nuevo esas otras hadas me están acosando sin consideración. Trato de alejarme de ellas, pero me alcanzan inmediatamente: Parecen peligrosas.

Por fin logro perderlas de vista. Y tomo un ligero descanso. De pronto me llega ese tonto pensamiento: ¿Qué tal si son ellas? Son lo suficientemente pequeñas y ágiles para cometer una atrocidad de este calibre. Y por lo que veo, podrían ser agresivas.

Quisiera poder dedicar más tiempo a mi búsqueda por hoy. Pero con todo lo de la persecución, la tarde ha caído ya. Estos días de invierno no duran lo suficiente.

Sin embargo, creo tener una pequeña idea: me quedaré despierta hoy. Así es. Velaré por las niñas, y vigilaré el sauce para tratar de encontrar al asesino (esperando que sea alguna de las otras dríades).

Es tarde. La luna está en su punto más alto. Mientras tanto, lo único que he logrado conseguir, es sueño. Pero hago un esfuerzo para mantenerme despierta.

Pasan las horas, y mis ojos están ya muy irritados. Creo que no vendrá. Me dirijo a la habitación de Fabiola. Estaría bien pasar el resto de la noche con ella.

La veo ahí, soñando, viajando fuera de estas tierras hacia su mundo de fantasías que sólo ella comprende. Me recuesto a su lado. Creo que dormiré un poco. Pero trataré de agudizar mis sentidos lo más posible ante cualquier cosa. Lo que menos quisiera, sería despertar y ver a la niña, mutilada, a mi lado, sin haber intentado hacer algo para evitarlo.

Cierro los ojos, y sólo duermo…

Un delicioso aroma traspasa mis sentidos. Siento un exuberante sabor en mi boca. Quizás sea un sueño, pero no logro ver nada en él. Sólo está esa sensación en mi cuerpo de algo tibio, rico y vigorizante. Lo mejor que había sentido en mi vida. Creo que he encontrado lo que buscaba. Esto sin duda me hace sentir… ¡Feliz!

La tranquilidad es asombrosa. La paz que siento es algo bellísimo. ¡Y no dejo de sentir ese sabor exquisito!

Veo una luz que se acerca a mí. Creo que estoy despertando.

Rápidamente abro mis ojos físicos, y noto que la luz proviene del pasillo. Alguien abrió la puerta. ¡Es la madre superiora! Pero su rostro se torna en un gesto de terror al verme, y al notar la fatídica escena que era representada sobre el cuerpo de la pequeña.

“¡Aaaaah!”, ha soltado tremendo grito de terror. Y vuelvo a mi realidad. Me había salido de mi conciencia por un momento.

Pero es ya muy tarde para volver en mí. Observo lo que me rodea: una señora asustada, al punto de desmayarse, un cuarto invadido de tinieblas, y yo, encima de la pequeña Fabiola, con mis afiladas garras sobre su cuello. Con mi boca y mi cuerpo lleno de sangre, alimentándome de su espíritu. Robándome todos sus sueños, todas sus esperanzas,

Miro fijamente el rostro de la niña. Estoy realmente apenada. Pero a la vez, me siento extasiada: Por fin conozco la razón de la felicidad…

…y me fascina…

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