Azahar de la India
Aquella planta, que una vez fuera hermosa, ahora estaba seca y estéril. Silenciosa pedía auxilio, pero ella no lo notaba. Caminaba cerca de la reja de entrada, pensando que pronto sería la última vez que pasaría por allí. No le gustaba ese sitio, ni esa ciudad ni la gente, pero no era la primera vez que le ocurría, se puede decir que no existía lugar en el mundo en que se sintiera a gusto. Estaba aburrida, había llegado allí desde lejos, reconocía que aquel dicho popular “el que no sabe para donde va, llega a donde no quiere ir”, encajaba muy bien en su situación. No le gustaban los lugares comunes, sin embargo para ella, su vida se había vuelto monótona, poco excitante y mal remunerada.
Tenía todo lo que había planificado, un hogar armónico, estudios, trabajo, pero inconscientemente se había propuesto ser infeliz y lo estaba logrando. Entró a la casa, llegó al cuarto donde dormía desde hacía más años de los que hubiese querido, y dio un salto al encontrar la cama ocupada. Un perfume penetrante de azahares la envolvió, corrió al cuarto de los niños, allí estaban a pesar de que no era hora de dormir, se suponía que aún no llegaban del colegio. Su pecho no podía detenerse, respiraba con dificultad. Estaba confundida, trató de regresar a su cuarto, pero las piernas no le respondían. Miró sus pies convertidos en fuertes raíces adheridas al suelo, sus manos estáticas pedían ayuda, ya no le respondían. Levantó la mirada pero no registraba imágenes, solo percibía sonidos, sintió frío, estaba mojada por la lluvia que comenzaba a caer. Se dio cuenta que estaba fuera de la casa, no sabía si era de día o de noche.
Muchas veces intentó moverse sin lograrlo, se enfureció, gritó en silencio, lloró pero estaba sola, nadie la escuchaba, nadie la buscaba ni la necesitaba. Todo estaba en calma. La brisa rozaba sus mejillas mojadas, su pensamiento volaba buscando explicación. Pasó toda la noche con la esperanza de despertar de aquella pesadilla hasta que poco a poco fue sintiendo el calor del sol sobre su piel y los primeros ecos de la mañana. Los pájaros cantaban después de la lluvia, los niños se bañaban y vestían para ir al colegio, siempre despertaban antes que ella, conocían el sentido de la responsabilidad en el cumplimiento del horario. Trató inútilmente de abrir los ojos, de moverse, y otra vez el olor de azahares inundaba el ambiente. Alguien anunciaba que el desayuno estaba servido, no identificaba la voz, los niños conversaban y reían de forma diferente a como lo recordara, podía sentir una ola de energía agradable que por un momento la tranquilizó. Su compañero se despedía cariñosamente y partía en su vehiculo, sus hijos también se alejaban sin notarla y lo mas extraño, no sabía quién era la persona que estaba ahora hablándole. No entendía bien sus palabras, pero ese sonido vibraba bajo su piel y todo su cuerpo se fortalecía al mismo tiempo que la embriagaba aquel intenso aroma de azahares. Pero ¿quién era esa mujer tan agradable y quién o qué era ella? No sentía sed ni hambre, pero seguía angustiada al ver que no podía despertar, que todo denotaba una realidad increíble y que nadie parecía extrañar su ausencia.
Muchas veces había deseado alejarse de allí, porque su mente deambulaba lejos, por lugares fantásticos e inexistentes a donde nunca llegaría, y ahora estaba aferrada a aquella tierra que parecía no dejarla ir y que la nutría de todo lo necesario para desarrollarse. Le costaba reconocerlo, pero en ese momento se dio cuenta que había cambiado, no recordaba parte de su vida porque se negaba a verla, pero su búsqueda consciente y constante de la felicidad había dado resultados. No sabía como había ocurrido, jamás sería la misma, desde ese día supo quién era y para donde iba, se percató de que el secreto estaba en saber disfrutar del camino sin la ansiedad por llegar. Podía verse claramente a sí misma y a su alrededor, su apariencia volvía a ser como antes, mucho mejor que antes, amaba y se sentía amada por todos, comenzó a descubrir seres inadvertidos hasta entonces, y emprendió un aprendizaje continuo que supo nunca acabaría. Sorprendida notó que las rejas del frente de su casa ya no existían, en su lugar ella misma había sembrado un cerco natural. Desde entonces, a donde fuere, deja siempre impregnado el ambiente de una confortable armonía y de un exquisito aroma de azahares de la India.
Silvia Atrio
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