¡Arde Troya!
El mundo que nos rodea parece incendiarse por los cuatro costados, todos los puntos cardinales parecen hacer frente común contra la existencia del ser humano. No quiere decir esto que la madre tierra se este revelando contra sus moradores, mas bien somos nosotros mismos los que la hacemos sangrar, la matamos lentamente y los últimos hálitos de gaia, las ultimas expiraciones de nuestro planeta comienza a ser evidentemente sonoros.
Nada parece ser suficiente, no tenemos limite en nuestra expoliación. El ser humano es, sin duda de ningún tipo, el cáncer del planeta, la imparable metástasis que devora a unas, por el momento, débiles legiones que a gritos y abordajes pretenden frenar algo que ya no tiene control, pero cuidado que nadie ose tapar esas bocas que parecen marginales pero son las únicas que nos hacen mantenernos en pie, como un boxeador noqueado a punto de caer a la lona.
Altos mandatarios mundiales con complejos de vaqueros malcriados en ambientes de un rancio puritanismo se saltan a la torera, y sin pudor publico, cuantos tratados intentan poner orden en este manifiesto caos. Y no contentos con ello se enardecen de llevar al dios Marte allá donde exista un reducto de oro negro, con la excusa de hacer prevalecer la ¿libertad?.
Angustia y desesperanza, apelativos ambos que definen un tiempo de clara incertidumbre, de un malestar pasivo, de una indómita generación que parece entregar sus destino al que mejor sonríe ante la cámara. ¡Pan y circo!, que decían tiempo atrás, sabia doctrina que vuelve a supurar en estos tiempos donde con coche, hipoteca, Visa y televisión por cable ya tenemos bastante. Atrás quedaron épocas y generaciones que se lanzaban a la calle a gritar pacíficamente por un mundo mejor, por un futuro que se nos entrego y no sabemos gestionar.
Un triste lamento recorre nuestro tiempo, lastima que la sordera sea un mal tan extendido, que pena que los sofás sean tan cómodos, que fatalidad que la variedad de la televisión nos haga imbuirnos en una fantasía de confort y felicidad que no es más que un lento trasiego hacia un tiempo, un futuro, permítanme decir inestable, incierto. Donde nuestros hijos tendrán que lidiar, que gestionar, lo que tristemente van a heredar.
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