Reencuentro
Es una tarde calurosa. Noviembre trajo el verano como si quisiera adelantar el fin de año. Los chicos pasan por la calle con sus mochilas cansadas pero con una energía que la proximidad de las vacaciones les inyecta. Este fin año parece estar apurado por llegar. Durante mucho tiempo me pareció que las fiestas eran como un gran circo. Algunos lucían su sonrisa payasesca mientras otros domaban fieras salvajes que de todos modos ni si quiera intentaban salir de sus jaulas. Algunos, como yo practicaban malabarismo y lograban ejecutar el más difícil de los trucos combinando tres o cuatro malabares al mismo tiempo. El circo, con esa particular mezcla de alegría y melancolía, me recordó siempre a las fiestas de fin de año. Este año será diferente. No más circo. Este año por primera vez no tendré que hacer malabares. Este año vamos a repartir las fiestas: Navidad con él, año nuevo conmigo. Es algo extraño...no sé si es angustia, ahogo o desolación...no sé si es por él, por ellos o por mi. Aunque lo niegue, de una u otra forma me lo veía venir. Pero siempre tenía una buena excusa para hacerme la distraída. “Que si vino tarde es porque tiene mucho trabajo”... “Que con los cuatro chicos nos resulta difícil encontrar un momento de intimidad”... “que si la comida está lista, la ropa limpia, la casa en orden...todo está bien”... Pero las caricias que se fueron espaciando, los besos se volaron como pájaros que emigran hacia otro verano, la piel ya no se arrebataba, ni si quiera se entibiaba un poco bajo las sábanas en la noche, ni en las siestas, ni en las mañanas. Me volví mamá, cocinera, lavandera, maestra particular...pensé siempre en todos y en cada uno. Sus horarios, la ropa que necesitaban para cada actividad, hasta sus intereses, deportes, programas de tv...todo era una prioridad para mi. Pero me olvidé de un gran detalle. De mi. Yo sentía que tenía el hogar y el matrimonio asegurado contra todo riesgo, y pagaba mi seguro a diario con dedicación y puntualidad. Tuve la fantasía de ser imprescindible y por ese simple motivo sentí que nunca iba llegar este momento. Miro a mi alrededor. La casa está casi como siempre. No hay grandes modificaciones. Los mismos muebles, el perro que se hecha a mis pies donde quiera que me detenga unos momentos, el sol que entra por la ventana de la cocina por la tarde. A pesar de todo la casa se ve tan diferente...yo no encuentro lugar que me acoja. Es extraño que la puerta no se abra a las seis de la tarde con el característico ruido de su llavero. Los chicos hoy no vienen después del colegio, no vuelven hasta el domingo. Es una época de fines y de comienzos. De balances y de proyectos. De reencuentros y de desencuentros. ¿Por qué será que antes de que llegue diciembre ya empiezan a brotarle luces, guirnaldas y globos a los árboles de la ciudad? Antes pensaba que era por una cuestión comercial, ahora creo que la gente quiere tener más tiempo para despedirse de todo lo que ha de terminar. Creo que ya es suficiente de despedidas y balances. ¿A quién le debo? ¿Con quién no cumplí? ¿Acaso soy culpable o víctima? Tengo un fin de semana por delante, un fin de año por delante...el resto de mi vida por delante. Todavía hay sueños postergados, emociones ávidas de brotar por mis ojos, por mis venas, por mis poros. El miedo sólo me alerta de lo desconocido, pero no me paraliza. El futuro por primera vez es incierto...o por primera vez me doy cuenta de que el final de la historia nunca está escrito porque lo tengo que ir escribiendo. Es eso, tal vez había dejado de escribir la novela de mi vida. Pasé a ser una actriz de reparto en la novela de otros. Ahora voy a recuperar el papel principal de mi historia. Voy a elegir cuidadosamente las escenas y los personajes y voy a escribir día a día mi guión. Ya nada está escrito. Este fin de año es diferente. Es verdad que hubo grandes desencuentros. También es verdad que siento una inmensa melancolía. Pero después de tantos años vuelvo a encontrarme a mi misma. No sé bien a donde voy todavía, no sé ni si quiera a dónde estaba yendo, o si iba a alguna parte o sólo daba vueltas como una noria. Abro el placard, saco la valija y ahí está. Aquel vestido celeste que me ponía hace tiempo y cambié por ropa más práctica, menos delicada. Está un poco arrugado, pero cae como una suave brisa por mi cuerpo. Suena el teléfono. “Hola ma, ya llegamos.” Me contaron del colegio, de algunos regalos que su padre les compró y los planes que tenían para el fin de semana. Nos despedimos con un beso hasta el domingo. No me sentí tan sola. En realidad tenía una cita con una gran amiga. Ella siempre estuvo, aún cuando hace tiempo que no iba a su encuentro, que no la llamaba ni para ver cómo estaba. Es de esas mujeres capaces de llorar hasta desgarrarse y luego reír a carcajadas. Tiene la habilidad de curar con sus manos, y calmar con su voz. Es alguien con quien todos cuentan y saben que siempre está para acompañar, para escuchar, para abrazar...hoy yo voy a su encuentro. Le debo un café, una larga charla. Seguramente tiene mucho para contarme después de tanto tiempo...Va a ser un poco como volver a conocernos y otro poco como que nos conocemos de toda la vida. Hoy voy al encuentro de una gran amiga que tenía olvidada. Me puse mi mejor vestido, quiero que me encuentre linda. Hoy me encuentro otra vez conmigo.
Marigel Indart Counselor Grafóloga Pública Acompañante Terapéutica
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