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Segunda Guerra Mundial: ejemplo de dignidad

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Segunda Guerra Mundial: ejemplo de dignidad

La dignidad es considerada un valor fundamental, propiedad que el hombre puede y debe reconocer. Es intrínseco a nosotros, nos viene dado, no es algo que podamos obtener, quitar u otorgar a otra persona, sino que es parte de nuestro ser.

La dignidad es referida al hombre, es un valor singular que fácilmente puede distinguirse. Exige de nosotros una actitud equilibrada, apropiada, pertinente: es justo reconocerla permanentemente, respetarla incondicionalmente y aceptarla como el valor supremo que es.

Eduardo Chillida, famoso escultor español, manifestaba: “Es el valor intrínseco y supremo que tiene cada ser humano, independientemente de su situación económica, social y cultural, así como de sus creencias o formas de pensar”.

Por más que en la actualidad pensemos que este valor se respeta ampliamente, no hace mucho tiempo, el mundo fue testigo de un crimen atroz contra la dignidad humana. La Segunda Guerra Mundial fue escenario de los actos más bárbaros y morbosos de nuestra historia moderna. Los judíos, quienes eran llevados a los campos de concentración, veían como su identidad era reducida a un mero número, guarismo que cual cuenta regresiva, restaba su dignidad y llevaba a cero su honor.

Tratando de entender la decisión tomada por los nefastos protagonistas del segundo choque mundial, nos encontramos con la subjetivización de los valores que se ha propagado en la filosofía moderna y en la ética actual. Estas corrientes del pensamiento explican el valor al partir de las impresiones, reacciones y juicios de los individuos que lo aplican.

Y es que el poder imperante en esa época lo decidió quizá al partir de las tendencias del Positivismo Ético que afirma que bueno y malo son decisiones producto de las emociones y no de la razón.

Probablemente fue posible al actuar desde las teorías Empíricas de la Filosofía Moderna, que establecen que los valores son el fruto de nuestra voluntad o de nuestros veredictos.

Quizás procediendo desde el Positivismo Jurídico como corriente que sentencia que el valor es una idea subjetiva que esta asociada a la voluntad de las autoridades del estado.

Nunca sabremos que supuesto utilizó, pero el poder decretó.

Así fue como un puñado de hombres dictó que los judíos eran seres indignos y que, por tanto, se les podía infligir el daño que les viniera en gusto. Un criterio de barbaridad para el cual no existe barrera, pues en este caso, los valores los crea el Estado según su conveniencia y el poder de la violencia de su imperio.

Sin embargo, la dignidad le otorga al hombre la capacidad de trascender el mundo en que vive y de trascender su propio ser, le permite contemplarse a sí mismo y contemplar el mundo como objetos, y reconocer en ellos la inteligencia y la grandeza de la libertad.

Somos los únicos seres sobre la tierra que glorificamos la dignidad, que actuamos según sus dictados. Pero también somos los únicos capaces de sacar concientemente la mente del cuerpo, podemos mentalmente salirnos de nuestra masa y observar desde afuera nuestros comportamientos, actitudes y conductas, y en consecuencia, efectuar las correcciones, tomar decisiones, cambiar de acciones, de ruta, de destino.

En otras palabras, es nuestra decisión darle o no el poder a otros, inclusive cuando ese poder se hace evidente por la fuerza de la violencia, cuando nos atropella con vejaciones, cuando nos coarta hasta en la mínima necesidad fisiológica. Nosotros siempre tendremos la posibilidad de decidir mantener la dignidad intacta, sostener la gallardía del carácter y defender el ímpetu de nuestra inteligencia, corazón y espíritu, substancias del ser que nunca se doblegarán sin nuestro permiso.

Por eso, más allá de los horrores conocidos, también escuchamos los relatos de personas que vivieron tal miseria y se atrevieron a ver el mundo desde los ojos de la nobleza, y no solo se sobrepusieron con el cuello erguido, sino que lograron contribuir en la medida de sus posibilidades, en hacer menos insufrible los últimos días de sus compañeros de destino. Seres que escogieron respirar su último aliento con la frente, la mente y hasta el corazón en alto, demostrándoles a sus opresores la verdadera fuerza de la dignidad.

Hombres y mujeres que en muchos casos hasta lograron salir con vida, pero no ilesos de aquel infierno. Que lograron gritar “libertad” con una boca desdentada y llena de sangre. Que lograron sentir la brisa del aire de independencia con la piel marchita de cicatrices. Que lograron llorar de felicidad por su libre albedrío, pero también por aquellos con los que no lo podrían compartir.

Pero que al mismo tiempo consiguieron ser demostración a cuerpo entero de que la dignidad contribuye no solo al bienestar momentáneo, no solo a la satisfacción personal, sino que te da fuerzas para alcanzar hasta tus sueños de liberación.

La dignidad propia del hombre es un valor característico que fácilmente puede reconocerse aun en las peores circunstancias, se nos presenta como un llamado al autorespeto y sin importar lo que grupos, individuos, gobiernos o escuelas filosóficas digan, sobrepone al individuo y lo eleva por encima de las condiciones meramente físicas, para llevarlo mentalmente al pedestal, en donde recupera todos sus valores, sus principios y hasta la paciencia para soportar lo irresistible y la inteligencia para accionar asertivamente hacia la extirpación de los males que atentan contra esa misma dignidad.

“Un hombre debe tener siempre el nivel de dignidad por encima del nivel del miedo”

E. Chillida

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Acerca del autor

Jaime Mora Director de www.impulsate.com

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