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El sueño de Mirel

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El sueño de Mirel Como cualquier día de mercado en Dragomiresti, la gente va y viene por los puestos de frutas y verduras, pan recién cocido, telas y un sinfín de mercancías variopintas colocados con esmero. En uno de ellos, está Mirel con Andrei, su padre, vendiendo un par de terneros, entre otros productos de la tierra que obtienen de una granja situada a diez kilómetros del pueblo. Su familia se reparte el trabajo como puede; sus padres se dedican al cultivo de la tierra y a una panadería en una cooperativa cercana, mientras que su hermano pequeño y él, ayudan en la granja cuando terminan las clases en el colegio. Mirel siempre ha sido un chico introvertido y solitario, incluso sus aficiones, coleccionar monedas o pescar, hablan de su afán de estar sólo. A él no le gusta este tipo de vida, por ello observa con curiosidad y esperanza a su vecino Alexandru, que ha vuelto hace poco de Francia. Se fue hace un par de años a trabajar, y parece que no le ha ido mal, se pasea con un buen coche por el pueblo y alardea de dinero. Mirel cree que esta es la solución, escapar de todo, salir de su país y buscarse una nueva vida. Habla con sus padres, estos le dicen que tiene que acabar el bachillerato, y ayudarles en la granja, además de cuidar de su hermano, mientras ellos trabajan, asiente resignado a los planteamientos rotundos que le hacen, pero no desiste en lo más profundo de su corazón a llevar a cabo sus planes. Sabe que su madre va guardando pequeñas cantidades en una caja que tiene en su dormitorio, pequeños ahorros para cuando hagan falta. Aprovecha que su hermano está en el colegio y sus padres en el trabajo, coge mil quinientos euros, y escapa de su casa hacia Bucarest. Su intención es viajar hasta Madrid, donde cree le espera una nueva vida. Durante el trayecto hacia el aeropuerto se ha arrepentido de lo que ha hecho, escapar de su casa, robarles el dinero a sus padres, huir hacia un destino incierto, pero le puede más el ansia de iniciar esta aventura que los miedos y las incertidumbres. Llega a Madrid, con la ilusión intacta, deambula por las calles. El primer obstáculo que se encuentra es el idioma, y el que está sólo, y no conoce a nadie que le ayude a dar sus primeros pasos de “libertad”. El dinero se va acabando, sobrevive durmiendo en pensiones baratas, y comiendo lo que puede. Trata de hallar una solución a su precaria situación económica. Busca trabajo en obras, garajes, tiendas, pero no tiene papeles. La realidad de su situación se hace presente en él, y recorre las calles sin rumbo, donde el miedo, y la angustia llenan su corazón. Unos africanos le ayudan y durante unos días está en un albergue, por lo menos duerme bajo techo. Un día conoce a un cura rumano que promete ayudarle, el problema es que vive en Valencia, y tiene que desplazarse hasta allí, aunque se pone en la carretera haciendo autostop, llega a la ciudad del Turia y busca al que creía que le ayudaría. El “padre” le da largas, y las promesas quedan en eso. De nuevo sólo, en una ciudad desconocida, con las cuatro palabras que ha aprendido, sigue buscando trabajo, va a los mercados y rebusca en los contenedores, comiendo lo que encuentra. Se da cuenta de que su sueño era sólo eso, un sueño, cada vez se acuerda más de su familia, de su vida en Dragomiresti, pero no quiere volver, le puede más la vergüenza de cómo se fue, creía que retornaría como su amigo Alexandru, pero su realidad es la que tiene ahora. A las afueras de Valencia, vive en una chabola que se ha construido con palets de madera, subsiste de lo que roba en los huertos cercanos. Noches de frío, de desesperación y amargura, y piensa en los que lleva tres largos meses viviendo en esa “casa”, en el borde de la nada. Unos de los días en los que se siente más angustiado, baja hasta el pueblo, por un camino bordeado de huertas y acequias, llega a la plaza, a los sitios donde se reúnen los que como él, buscan trabajo. Hay marroquíes, somalíes, gente de mirada huidiza deambulando por un jornal de miseria. No hay suerte .Cansado de dar vueltas retoma el camino hacia su “casa”, pero al pasar delante de una anciana, esta le saluda en su lengua, Mirel sorprendido le contesta, y empieza a charlar con ella, justo en ese momento todos los recuerdos de su tierra, su familia, se le agolpan en la garganta. Le cuenta lo que hizo, sus deseos de mejorar, las circunstancias por las que está pasando, su desesperación, la mujer lo escucha y promete ayudarle. Pasados unos días vuelve a la casa de esta señora, su hijo le ha encontrado trabajo en una obra. La cara de Mirel se llena de alegría, su suerte ha cambiado. Comienza a trabajar y con lo que va ganando deja la chabola en la que vive y se traslada al pueblo, su vida se normaliza poco a poco. Una tarde llama a sus padres; son más de dos años sin hablar con ellos, y les explica lo que ha pasado, su arrepentimiento por haberles quitado el dinero. Ellos le perdonan, y le piden que vuelva a casa. El les explica que está trabajando, que les quiere devolver el dinero, que le den tiempo, porque no quiere volver como un fracasado. Ya tiene casa y la comparte con varios amigos. Uno de ellos le propone hacer otro tipo de trabajo que es más peligroso pero mejor remunerado y se deja llevar, entrando en un mundo oscuro, del que es muy difícil salir. El final es previsible; Dragomiresti queda ya muy lejos. Sitio Oficial Galeria de Arte

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