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El Ave y el Pez

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El Ave y el Pez

Se encontraba el pez paseando cerca del coral y observando a las demás pecesillas multicolores sintiendo que, más allá de su atractivo exterior todas eran iguales por dentro.

Él hubiera podido nadar hacia ellas y e intentar conocerlas pero no sentía interés alguno por ello, por lo que resolvió nadar de allí e irse.

Y así dejándose llevar por las olas se perdió.

Pero al pez no le importó, él buscaba, sin saber que buscaba.

¿Era un rostro lo que buscaba? ¿Una sonrisa? ¿Unos cálidos ojos de los cuales enamorarse?

Sabía que sí, aunque prefería ignorarlo a sufrir.

Al no saber como volver decidió acercarse a la superficie del profundo océano para ver todo desde más altura.

Y allí la vio. Un ave.

Quedó hipnotizado ante su majestuosa belleza, y su corazón latió mas fuerte mientras observaba a aquella criatura perfecta. De la cual amaba pasionalmente sus grandes ojos, su hermosa sonrisa, y más aún, aquella aura que era percibible como un exquisito perfume de rosas y jazmines.

Era una maravilla para la visión.

Y así quedó varias horas contemplándola danzar en el aire.

Luego de un tiempo salió de su admiración para asomar su cabeza sobre el agua.

Entonces vio como el sol bañaba todo el ser de la hermosa ave a la cual se moría por besar y supo que debía abandonar todo pudor y conocerla.

Al acercarse notó que ella lo miraba de reojo, siempre sonriente; y, justo cuando iba a decir palabra ella lo abrazó y comenzó a bailar con él.

El pez se sentía radiante de felicidad al sentir el dulce tacto del ave.

Luego cruzaron palabras.

Los ojos del ave inspiraban miles de pensamientos en la cabeza del pez, aunque él no podía más que balbucear palabras sin sentido por su nerviosismo.

Aunque a ella no parecía importarle, ella siempre contestaba a todo lo que el pez decía con un interés puro y sincero, preocupándose por llenar silencios que amenazaban con tornarse incómodos.

Aunque un día aquel silencio llegó y ambos se sintieron incómodos, o tal vez fuera solo el pez quien había perdido sus ojos por varios minutos en los labios de ella. Y así el levantó su vista y vio que ella también miraba los suyos, y el silencio dejó de ser incómodo para él, luego ella también levantó su vista a los ojos de él y éstos se encontraron.

Él podría jurar que los ojos de ella le sonreían, y así se besaron bajo las estrellas.

Ella lo invitó a amarlo a su nido y el pez, que no podía respirar fuera del agua respiró amor, y así continuaron los días mientras que su amor se hacía más grande.

Pasaban días y noches juntos fuera del agua, así el ave le fue mostrando el maravilloso mundo en el cual vivía.

Cada tanto los dioses bramaban "¡Es sacrilegio! ¡Aquella unión es una aberración! ¡Vosotros estáis hechos para estar separados! Agua y aceite, eso sois ustedes dos"

Ella no pudo más que intentar ocultarle a los dioses de su unión, en tanto el pez no creía en ellos así que ignoró sus palabras. Tanto más que gritó a los 4 vientos:

"¡Ho necedad! No puedo parar, ya no me importa. ¡Te amo necesaria y dulce necedad!"

El pez, avergonzándoce del lugar en que vivía jamás se lo mostró. Impidiendo que la mediocridad de su hogar lo deje en verguenza y provocase una reacción negativa en el ave, la cual disponía a su morada para el encuentro en el cual celebraban su amor.

Pero el ave quiso que su morada se convirtiera en un nido y deseó hijos, y desde allí comenzó a llover para nunca parar.

Ella solía pensar en ello que el pez no podía darle con fervor creciente, y el pez no podía comprender porque era tan importante para ella, pero sabía que lo era. Y ante la impotencia no podía evitar pasar sus noches en vela pensando como el ave lloraba por dentro por lo que nunca podría tener con él.

El ave tenía un remedio para ello, el cual era cerrar sus ojos y dejarse besar por el pez, y así olvidaba temporariamente.

Pero cuando se riega una planta con la ignorancia ésta crece hasta llegar un momento que tapa la visión.

Y así ambos comenzaron a notar sus diferencias, sus estilos de vida, y sus mundos tan contrapuestos.

Un día más lluvioso de lo común el pez fue a verla, y en ese instante resolvió correr hacia ella para besarla como acostumbraba, pero algo lo detuvo.

Algo se le rompió en el corzón cuando vio a su amada ave toda mojada y triste.

Sus ojos eran bañados por lágrimas que parecían puñales para el pez, sus labios ya no sonrían, y sus ojos transparentaban un alma desecha.

El pez miró largo rato y se acercó de a poco. Al verlo, ella secó sus ojos y el pez bañó los suyos en lágrimas comprendiendo que mienstras estuviesen juntos podían ser felices, pero que ellos sufrían al estar ausentes uno del otro.

El ave miró a su amado pez y pudo leerle la mente.

Y ambos no tuvieron alternativa más que dejar de verse.

¿Y que es ahora de la vida del pez?

Él pasa el tiempo sin ganas de nadar, dejando que las olas lo lleven a donde quieran.

La leyenda dice que el volúmen del mar aumentó al doble de su caudal gracias a las lágrimas del pez y que sus ojos tristes han hecho del océano un agrio lugar donde vivir.

Cada tanto, sin poder evitar el grito de su corazón, nada hacia la superficie y asoma su cabeza, contempla al ave volar mientras ella no lo ve y nuevamente, por un instante, él es feliz.

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El Ave y el Pez (Online)

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