El poder de lo mínimo
Y Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza…
Y nos lo creímos…y no nos conformó.
Desde que nos paramos y andamos, creemos que nuestro norte es infinito y voluntario.
Somos humanos y Dios es Dios…No cualquiera puede ostentar orgullo semejante, entonces, nuestros cumpleaños y soberbia se deslizan en inconcientes vías paralelas.
Y si la directora de la escuela se asombra de la inteligencia del niño y predice un futuro de científico o artista únicos, la estupidez familiar alimenta el ego conformando una figura que excede nuestro contorno físico. Empezamos así a robar espacio con nuestros fluidos de sabiduría y en algunos, esto hasta se materializa en gordura. Otros –inapetentes- adoptan una actitud autista que genera la gula envidiosa de los que apenas pueden garrapatear con un lápiz.
Con el paso de los años, devenimos en reyes del planeta y acumulamos conocimientos persiguiendo eliminar la distancia en la imagen y semejanza…cada vez más cerca de la igualdad con ése que nos hizo creer que todo lo podíamos.
Pero nadie…ni Dios es tan generoso. Subrepticiamente y con una astucia que demuestra la imposibilidad de emparejarnos, se ha guardado un as en la manga, sencillo a primera vista pero insondable y contundente a la hora de la verdad.
Al unísono mueren –casi con seguridad, uno en una clínica privada; el otro, en un hospital sin turnos- el sabio y el tonto…de una peritonitis.
Incomparable broma macabra del Altísimo fue poner en nuestros envases terrenales el arma inconspicua.
¡Sí! Todos tenemos APÉNDICE…pero no uno cualquiera. ¡No! Estoy hablando del APÉNDICE VERMICULAR o prolongación delgada y hueca (para contener nada), de longitud variable (para hacer cosquillas mortales más o menos intensas según donde llegue), que se halla en la parte interna y terminal del intestino ciego (bien ciego) del hombre, de los monos (de allí una de las teorías de nuestra ascendencia) y de algunos roedores (no de todos por eso, algunos somos más o menos ratas).
¡Salve, Señor omnipotente! Con un pedacito de carne nos mantienes a raya y haces infranqueable tu trono.
Tu ignominia sin límites tiene su manifestación máxima cuando permites que se inflame. Sí, porque sólo depende de tu veleidad que nuestros encarnizados esfuerzos por endiosarnos se corten de cuajo.
Pero te advierto: en estos tiempos de velocidad cibernética y sobre todo, de batallas ganadas a enfermedades, otrora incurables, nos estamos acercando peligrosamente a descubrir tu secreto. Nuestra lucha encarnizada en el desarrollo del cerebro no se detiene y puedo prever la placa de Crónica –más roja que nunca, con las letras blancas que exceden la pantalla- mientras corro hacia el televisor acicateada por su inconfundible música de marcha…Y puedo oír mi carcajada acompañando la voz del locutor: ¡Noticia de último momento! Se ha descubierto para qué sirve el APÉNDICE.
Believe! That's the secret! ¡Creer! ¡Ese es el secreto! Retthewriter
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