Hogueras en la llanura, de Shohei Ooka
Shohei Ooka, nació en Tokio en 1909. Se licenció en Literatura y se especializó en la literatura francesa, de la que tradujo al japonés gran cantidad de obras. En 1944 ingresa en la Armada. Es capturado por el ejército estadounidense en 1945. Repatriado a Japón al cabo de un año, inició una fructífera y exitosa carrera de escritor.Desde aquella ola televisiva de videos caseros japoneses, todo el mundo conoce la manera de distinguir un niño chino de un niño japonés, a saber: se coge al niño en cuestión y se le deja caer, aquél que rebote es japonés.Shohei Ooka, nos cuenta la historia, deduzco que autobiográfica en parte, de un soldado japonés que sobrevive en solitario, a la desastrosa derrota de su ejército en la batalla de la isla de Leyte. Las penurias y calamidades que sufre el soldado, tanto físicas, por el hambre, como psíquicas, por la soledad, el miedo y el hambre, sólo son soportables por un elegido… o por un japonés.La guerra es un caos. Un desorden, quiero decir. Además de muerte y destrozo es algo muy poco aseado. Inconscientemente desplazamos la geometría de los desfiles al campo de batalla. Es mentira, no hay campo de batalla ni líneas que parezcan trazadas con escuadra y cartabón. Un desfile militar es a la guerra lo que la serie de televisión Anatomía de Grey es a la vida de un hospital.La desbandada ante la derrota, el desorden, la suciedad, la sed, la enfermedad, el miedo, la ropa hecha jirones… Por eso los militares juegan a ser tan limpios y ordenados en tiempo de paz. Porque cuando tienen que desempeñar su trabajo huelen a excremento y están sucios permanentemente.La novela, a pesar de las grandes diferencias, me trae a la memoria los padecimientos narrados por Primo Levi. Una gran diferencia: los judíos eran las víctimas de la masacre y los japoneses siempre han masacrado a sus vecinos, cuando no se masacraban entre sí. Otra gran diferencia es que Primo Levi escribe mucho mejor.A pesar de que la novela está bien escrita, puede no ser interesante en determinados pasajes, precisamente porque plasma de manera muy creíble la soledad de un soldado en plena selva tropical rodeado de enemigos. Se hace largo aguantar las reflexiones del protagonista aunque nunca aburre.La historia mejora (de hecho es lo mejor del libro) cuando el hambre y el abandono hacen de la antropofagia algo presente y permanente, a pesar de la lucha interior del protagonista. Y es que cuando se pasa hambre hasta el extremo de poder morir, se mira a los congéneres con otros ojos. Y si el que te mira es un japonés, para que contar.Los momentos más interesantes de todo el libro se encuentran en esta parte. Es cuando más cosas ocurren y cuando los personajes involucrados, incluido el protagonista, se destapan como actores dignos de interés para el lector. Disfrutando de las tensiones psicológicas que se viven, me vino el recuerdo de El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad. Se puede discernir que sólo por esto el libro merece la pena.Al final, el autor se lía. Parece querer terminar de una manera pero da la impresión que cambia de idea mientras escribe el último capítulo y decide que el desenlace sea algo más irreal y extraño.
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