Miedo al ridículo
Decía Juan Antonio Vallejo-Nájera (el tito de Colate, novio de Paulina Rubio) que a los españoles nos inculcan desde la niñez el pánico a hacer el ridículo y nos resulta difícil liberarnos de este complejo.
Un cúmulo de situaciones favorecieron que desde pequeño tuviera dificultades en la expresión, sobre todo cuando había terceros. Poco a poco, con la ayuda de los amigos, algún que otro profesor en el instituto (gracias por su paciencia) y mi instintiva cabezonería por superar ese contexto personal, posibilitaron que pudiera encadenar varias frases completas sin entrecortarme.
Ya en la facultad le tenía cogido el truquillo y cuando aventuraba alguna palabra que se me iba a encajar, procuraba dar un circunloquio que, en muchos casos, terminaba en fracaso rotundo. Decía mi profesor de químicas del instituto, que le apodábamos Falconeti, Manolo, me sorprendes, lo mismo dices una genialidad que al segundo rebuznas una chorrada (ya no estás por aquí; eras buena gente, profesor).
En el trabajo, tuve la suerte de convivir desde el principio con personas, primero en el restaurante, luego en el bufete de economistas y abogados. Hablaba poco pero, sin ser consciente de ello, era una esponja escuchando a los demás.
Un día un cliente necesitaba un profesor de economía y empresa y le dije: “Encarna, puedo hacerlo”. Imagino que las circunstancias (cercanía del inicio del curso, que le habían fallado ya dos aspirantes, etc.) obligaron a la buena de Encarna a elegirme, no sin antes advertirme el carácter provisional del puesto (precavida la mujer). Bueno, tiempo habrá en este blog de escribir las innumerables anécdotas sobre el referente; sólo expresar que ahí empezó un nuevo reto que también ayudó en la superación de mis límites.
Ya en la década de los noventa, los puestos de trabajo que tuve la suerte de disfrutar, me obligaron a conseguir unos mínimos niveles de expresión y ¡hasta hoy! Sin embargo, el destino te pone siempre en nuevas encrucijadas. Hace unos meses actué de ponente de un estudio de viabilidad de centro comercial abierto. Los socios de la consultora que me contrataron conocían mi trayectoria profesional desde hace años y el trabajo era interesante. Los prolegómenos sin problemas (salvo la última fase que me pilló en Granada y había dificultad en conciliar las agendas).
Llegó el día de la conferencia. Todo parecía ir a las mil maravillas. El equipo organizador y de protocolo funcionando a pleno rendimiento. Los altos representantes de la administración pública local, provincial y regional no fallaron, ídem con los representantes de las organizaciones empresariales, sindicales y sociales. El aforo de la sala a rebozar.
Pero había algo que me estaba afectando sin darme cuenta. El lugar donde se desarrollaba el evento y el tema del que trataba la ponencia me traían recuerdos de una época en la que habité en esa zona, de los familiares que habían vivido allí y de su historia en sí. Llega el momento en que tengo que iniciar la conferencia y veo entrar a mi querido hermano en la sala. Me embargó una emoción que me trasladó de golpe a esa etapa en la que difícilmente podía articular palabra en público.
Puede que la mayoría de los asistentes no detectaran mi calvario interior (un advenedizo, me llamarían), pero los que me conocen me preguntaron después ¿Qué te ha pasado Manolo? En cuestión de segundos tuve que sobreponerme de ese pescozón que te da de vez en cuando el destino. Ver a mi querido hermano mayor allí fue la gota que colmó mi vaso de emociones, humedeció mis ojos, oprimió mi garganta y resquebrajó mi firmeza y tenacidad con evocaciones del pasado. Espero, José, haber estado a la altura profesional que te mereces. Gracias por la oportunidad.
Para Lina Sotis, el lenguaje es la primera cosa a través de la que se puede adivinar con bastante seguridad cómo es una persona. Hablar bien en público puede garantizar buenas notas en la escuela, abrirse paso en la vida, buenos puestos de trabajo, ocupar lugares honoríficos y, en síntesis, una condición necesaria en la escalera del triunfo continuo.
Coincido con Gregorio García Maestro en que la técnica más importante para hablar en público es ser uno mismo y no imitar o intentar ser otro. También escuchar con atención es necesario y, por supuesto, ponerse en el lugar del otro, tener un pequeño guión mental y estar sereno.
Manuel Velasco Carretero
www.blogdemanuel.com
Hola.
Muchos de estos miedos efectivamente nos los inculcan desde la niñez. En las pequeñas exposiciones para nuestro salón observamos que todos nuestros compañeros se burlan de nosotros y queda en nuestra mente esa fobia de quedar en rídiculo. Muy bueno tu artículo, si gustas puedes visitar mi página y compartir información.
Andrés Velásquez.
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