Compartiendo comentarios
Mi amigo Dante me escribe un correo electrónico diciéndome lo siguiente:
“Yo creo mi estimado Andrés que en todo este tiempo escribiendo, ya tienes toda una legión de seguidores lo cual te convierte automáticamente en un líder de opinión. Yo quisiera seguirte más frecuentemente, pero como ya lo sabes, sigo siendo un muy modesto usuario de cabina pública y debo luchar contra el reloj”
Verdaderamente que mi amigo sabe como levantarme la autoestima. Imaginarme que tengo toda una legión de seguidores me hace sentir bien, me emociona mucho. Pero sé también que nunca podría llegar a convertirme en un ególatra. Cuando uno recibe una apreciación de esta naturaleza de parte de un amigo, se podría pensar que lo hace por amistad; pero hace poco tiempo recibí un comentario parecido de alguien que no conozco, por internet. Entonces podría ser cierto lo que me manifiesta mi amigo. La persona en mención – lamentablemente no guardé su comentario – me decía que siguiera escribiendo. Como también “el revés de la moneda” fue cuando una persona pidió explícitamente a la página en la que publico mis artículos, retirara un artículo, porque supuestamente lo estaba ofendiendo. Y efectivamente fue retirado. Todos mis artículos los tengo guardados en mi PC. Entonces este artículo podrá haber desaparecido del ciberespacio, pero no de mi PC. Y puedo hacerlo circular nuevamente entre mis contactos de correo electrónico, lo cual pienso hacer luego.
Mi amigo Dante me comenta sobre lo que mencioné… Yo dije que él debió hacer un poco de escándalo ante este hecho, para llamar la atención de la policía, y que participaran más testigos de lo que estaba ocurriendo. Pero su comentario me hizo reflexionar, y verdaderamente darme cuenta que no se puede confiar en la policía. Lamentablemente esto es vedad. Su comentario es el siguiente:
“Te agradezco mucho haber publicado lo mío. Yo sigo investigando y, sin perjuicio de que el billete aquel pudiese ser falsificado o no, lo que te relaté hubiese puesto suspicaz a cualquiera. Precisamente como no soy un experto en detección de billetes falsos y para evitar el asedio de los curiosos, decidí actuar en forma pasiva. A la resistencia mía, seguramente la señorita hubiese pedido el apoyo policial de la puerta y estos señores no son precisamente garantía de imparcialidad. Ya viste la forma tonta en la que perdió la vida el Ingeniero Calero por pensar que esta gente de “Los Águilas Negras” lo iban a proteger de un presunto asalto. Está grabado en un video. Se acerca al policía del banco y le manifiesta que unos sujetos lo siguen desde el cajero. El efectivo parece indicarle que espere a que llame al patrullero. Calero se sienta confiado en un murito a esperar, mientras el agente habla por teléfono. A los pocos minutos llega el auto, bajan varios policías y ¡sorpresón!, porque sin mediar motivo alguno lo reducen con violencia y lo introducen al vehículo en donde fallece a los pocos minutos por asfixia”
Algo para agregar a este asunto sobre los policías que cuidan bancos y otros tipos de establecimientos comerciales en sus horas de descanso “franco” es que ellos – que a veces están de a dos y hasta de a tres – si es que observan alguna irregularidad fuera del local que están cuidando, no intervienen para nada. Pueden estarse matando en la calle, pero ellos no intervienen, porque eso implicaría tener que descuidar lo que están haciendo. Por experiencia propia, pude ver acá en Lince en donde vivo, como en una esquina de un banco conocido, hay dos policías y pueden ver que los automóviles se pasan la luz roja, se paran sobre las líneas marcadas para los peatones, y los policías ni ‘chis ni mus’.
Mi amigo Dante deja muy sutilmente deslizar una teoría sobre lo que le ocurrió al Ingeniero Calero:
“La pregunta es: ¿El Águila Negra que pidió ayuda les dijo que se trataba de un ciudadano que pedía protección ante un posible asalto? No lo creo ¿verdad?, porque sino los celosos guardianes del orden no hubiesen bajado como dispuestos a reducir a Osama Bin Laden. ¿Qué les dijo entonces?”
Sigue Dante:
“Voy a especular ante lo insólito, porque es lo único que cualquier otra persona pudiese sospechar. ¿Al comunicarse con sus colegas, el policía no les diría más bien: “Vengan al toque porque hay un sujeto que salió del cajero y parece que lo querían cuadrar porque debe estar ‘queso´ y podemos salir de misios. Pero eso sí, vamos japanajá, carajo, ah. Yo lo voy a entretener? Un poco irreverente semejante sospecha, Andrés pero… atando cabos, que me perdonen pero es lo único que se puede pensar luego de una ocurrencia como esa.
De, modo que, volviendo a lo mío, ese recuerdo fue una de las cosas que me hizo conservar la calma el pasado lunes. Y es que soy consciente de que estoy en el Perú y, deseo vivir un poquito más, mi querido hermano, por favor, un poquito más, como cualquiera.
Un abrazo, Andrés y, cariños por casa. ¡Suerte, hermano y, gracias de nuevo!”
No tienes que darme las gracias amigo. Al contrario, yo tengo que darte las gracias, porque me autorizas a difundir tus comentarios y me ayudas a practicar este apasionante oficio de escribir. Tú y un amigo mas, son los únicos que hasta el momento me incentivan para seguir escribiendo. Necesito verdaderamente que más personas me empujen a seguir con esto. Necesito que todo aquel que lea mis artículos, me cuestione, me critique, me hinque, me cachetee – intelectualmente hablando - ; para reflexionar, para verificar si lo que estoy diciendo es correcto o incorrecto. En otras palabras: “para crecer”
Andrés Arbulú Martínez
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