La boda
Después cada quien compro un boleto de camión a destinos diferentes, él se fue a Morelia a estudiar música en el conservatorio de las rosas y yo me fui a Guanajuato a estudiar filosofía, los años pasaron y un buen día la vida nos volvió a encontrar en nuestro pueblo allá por el norte del país, nos dio un gusto bárbaro vernos de nuevo tan cambiados y sin embargo tan lo mismo, nos fuimos a un café hablamos de nuestras vidas y geografías emocionales, hasta que llegamos al punto final del mapa de nuestra existencia, ahí donde nos encontrábamos ahora, en medio de una forzada soledad que ya no queríamos sentir.
Así que nos miramos a los ojos y dijimos, ¿por qué no?...tu estás sola, yo estoy solo, así que sin más decidimos que casarnos sería una buena opción, pues no había nada que perder, al menos eso creíamos…
La noticia causo desconcierto entre familiares y amigos, una decisión así de tanta responsabilidad tomada tan a la ligera, nosotros solo sonreíamos como dos adolescentes inconscientes frente a nuestros padres y volvimos a revivir el pasado y Kurt, Caifos, Maldita vecindad, Pearl jam volvieron a ser el pan de cada día y ya pensábamos en una boda rockera a la November Rain de los Gun’s pero sin muerte ni lluvia, la gente comenzaba a dudar de nuestra capacidad de responsabilidad frente a un compromiso semejante, nosotros como si organizáramos una tocada de rockotitlan hacíamos el diseño noventero de nuestra boda. Invitaciones, festín, vestuario y escenario eran nuestras premisas pre-nupciales y todo iba de lujo hasta que un día mi madre, toco a la puerta de mi dormitorio
-¿estás despierta Laura?- yo con la cruda de sábado por la noche, -sí mamá, pasa ya estaba por levantarme.- Mi madre con cara de seriedad total y compasión hacia mi persona se acerca hasta el borde de mi cama y me toma de la mano, acaricia mi cabello como cuando era niña mientras me preguntaba ¿de verdad lo amas?
Esa simple pregunta, fácil de responder para alguien que está a punto de casarse, se me atoro en la garganta y fue el principio de un taladro en mi cabeza, me quedé en silencio, fingiendo modorres, tratando de ocultar mi acelerado palpitar de un corazón mudo ante aquella pregunta.
No respondí nada y mi madre sólo me vio con lástima y guardo silencio, se levanto y se dirigió a la puerta no sin antes preguntarme, -¿café expresso con cafiaspirinas?, la respuesta era más que obvia.
A partir de ese día el taladro en mis sienes no cesó, esa tarde no quise salir ni las siguientes en más de una semana, fingí un profundo dolor de migraña y me encerré en mi cuarto, mi comprometido amigo ni siquiera se imaginaba el proceso emocional por el que ahora atravesaba.
Finalmente tuve que salir de mi encierro y mi madre me llevó a comprar el vestido de novia, en sus ojos seguía la pregunta sin respuesta la cual yo evadía con risas y fingida esperanza, dentro de mi ser pensaba “no puedo hacerle esto a Héctor es mi mejor amigo además casarnos será como reafirmar nuestra amistad y con el tiempo el amor total llegara” me repetía una y otra vez como un mantra.
Llegamos, la tienda se llamaba “La simbología nupcial” mi madre sonrió al ver mi cara de ¡que nombre es ese¡ y me dijo –es la tienda de una amiga mía antropóloga su tesis está enfocada en los ritos y tradiciones de las bodas y abrió su propia tienda de vestidos para novias como parte de un proyecto de becas otorgadas por FONCA- solté una carcajada y motivada por el morbo entre con entusiasmo, el lugar era un mundo de misticismo y magia que inmediatamente te envolvía parecía un museo de vestidos de novia, un olor a sándalo invadía el ambiente, luz ámbar y enormes espejos bizantinos te transportaban definitivamente a otro mundo, yo no podía dejar de contemplar aquello con curiosidad, -en un momento las atiende madame Lui- nos dijo una mujer.
-¿y este lugar qué mamá?- pregunté entre risa y desconcierto –es mi regalo de bodas- y sonrío como cuando busca vengarse de mi padre por su mal comportamiento los fines de semana, un escalofrió recorrió mi cuerpo.
En el cuarto contiguo a la salita de espera sonó una campana, un sonido dulce repetido tres veces, -pasa es el llamado yo te espero aquí tomando mi té- dijo mi madre con sarcasmo, dejé mi taza de porcelana china y caminé por el estrecho pasillo que llevaba a unas cortinas de satín rosa y azul.
-¿Así que te vas a casar?- su pregunta me enchinó la piel, -Sí señora, en una semana más o menos, -¿o sea que más o menos te vas a casar en una semana? Capté su ironía al invertir su pregunta y dije –para ser precisos el 16 de agosto- madame Lui sonrió –¡ah! muy bien ya tenemos una fecha, eso es bueno, y ¿por qué ese día en especifico?, dudé ante la respuesta –no…no lo sé por qué…sí…no hay una “razón especifica”...es viernes- ella se acaricio el mentón pensativa se levanto y saco de un estante de madrera un grueso libro viejo, se sentó de nuevo y comenzó a hojearlo –viernes, viernes, mmm aquí está, ¿sabías que los viernes según los griegos es un día consagrado a Venus, la diosa de la belleza y el amor ya que ella se encarga de que el cariño de los novios sea duradero?, ¿sabías esto?, la verdad no lo sabía, madame lui se vuelve a tocar el mentón – y dime de qué color quieres tu vestido? ¿blanco? ¿eres virgen?
Aquello fue una letanía de colores, culturas y simbolismos que ni San Google podría contener tanta información al respecto, mi dolor de cabeza iba en aumento y aun no elegía el maldito color y todavía faltaba elegir si quería velo o no y de qué color, que tipo de flores para el arreglo, color y forma de los zapatos, brocado, pañuelo y elementos mágicos de creencia popular. Dos horas transcurrieron desde mi llegada y mi esperanza de sentirme mejor las daba ya por perdidas, de pronto madame Lui guardó silencio y tomó mi mano, me miro fijamente a los ojos y me pregunto –¿y dígame está usted enamorada?- aquella pregunta fue la gota que derramó el vaso y sin pensarlo me imaginé gritando como en aquel concierto de Metallica, sí, un grito de metal, ¡¡¡no, no estoy enamorada, no estoy enamorada!!!, -lo sabía- escuche la voz de mi madre atravesando las pesadas cortinas de satín –entonces no te cases- me dijo mi madre muy tranquilamente con su tercera taza de té en la mano –ese es un buen consejo- decía madame Lui, pero Héctor es mi amigo y yo lo quiero y pienso que con el tiempo podríamos llegar a amarnos y ser felices y… -eso suena muy bien pero no tienes porque casarte para probarlo- dijo mi madre dándole un sorbo a su té, -es verdad una boda es cosa seria, reafirmaba madame Lui, entonces ¿qué hago o qué? –haz lo que quieras pero no te cases si no estás segura de amar a alguien, dijo mi madre fríamente mientras terminaba su té, yo me quede sin palabras, madame Lui y mi madre se despidieron con entusiasmo como dos amigas cómplices frente a mi confesión.
Salimos de aquel misterioso lugar y ya en el coche llamé a Héctor, le dije que no nos casaríamos, lo cité en aquel café donde nos habíamos reencontrado, al colgar mi madre sonrió, me mostró su mano derecha –¿ves algún anillo aquí?, –¿nunca te casaste?, -claro que no, aun no sé si amo o no a tu padre.






































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