Peces Marinos
Velocidad... No hay otra palabra mejor para definir a los grandes, los infatigables viajeros del océano, los peces marinos. Los ciudadanos más representativos de alta mar se llaman tiburones, mantas, marlines, veleros, peces espada, atunes, oreas, cachalotes y delfines. Todos ellos están dotados de cuerpos hidrodinámicos, y son capaces de alcanzar velocidades muy altas. Algunos veleros (Istiophorus) cronometrados nadaron a 120 kilómetros por hora. Estos peces marinos utilizan su velocidad como arma mortífera. Dan caza a otros animales más lentos, que no tienen tiempo siquiera de ver cómo se les echa encima la muerte. Los pequeños animales de alta mar, o pelágicos, que no disponen de refugios ni escondrijos, deben recurrir a otras defensas para poder sobrevivir. La organización en bancos, el instinto gregario, que es algo más que un simple mecanismo de protección, resulta eficaz en apariencia, puesto que más de cuatro mil especies de peces marinos recurren a él. Cuando un banco es atacado, los individuos que lo componen se estrechan todavía más entre sí, en una formación esférica comparable a una bola. En ocasiones el depredador se asusta ante esa masa; pero incluso cuando ataca, no puede hacerlo sino atropelladamente, y destruye, afín de cuentas, muchos menos individuos que si éstos fueran solos o en pequeños grupos.
Especies de peces marinos que han triunfado
En alta mar existen millares de criaturas de buen tamaño, algunas de las cuales han “triunfado” evidentemente. El régimen de estos gigantes peces marinos está constituido esencialmente por espadines, sardinas, peces voladores, anchoas, arenques, sepias y calamares. Pero éstos, aunque sean objeto de una caza intensiva, siguen siendo numerosos. El juego al escondite que llevan a cabo los corifénidos y los peces voladores, en que está en juego la vida o la muerte de estos últimos, resulta alucinante. El pez volador modifica su trayectoria en vuelo para burlar a su perseguidor, pero éste, cazador avezado, descubre el viraje y abre la boca en el momento y el lugar precisos en el que el pez alado se ve obligado finalmente a reintegrarse al líquido elemento...
Durante el día, los calamares permanecen obstinadamente en las profundidades oceánicas, donde sólo los mamíferos (cachalotes, etc.) se atreven a aventurarse en su busca. Durante la noche, por el contrario, suben a la superficie para alimentarse (entre otros, de peces voladores, que, hostigados siempre, ignoran, y con razón, las delicias del sueño): y es en la superficie donde les esperan los peces marinos mayores. Las sepias, muy apreciadas por las orcas y los globicéfalos, se consideraban en otro tiempo especies costeras; en realidad son ubicuas. Recientemente se han descubierto enormes concentraciones, a 450 metros de profundidad, en pleno corazón del Atlántico. Prácticamente no se sabe nada de la vida pelágica de las grandes tortugas marinas, y concretamente de la enorme y rarísima tortuga laúd (Dermochelys coriácea). Tampoco se tiene certeza alguna en cuanto al lugar en que el gigantesco tiburón peregrino pasa la mayor parte del año. El comportamiento cotidiano de los peces marinos soberanos del mar sigue siendo en muchas ocasiones un misterio para los estudiosos del mundo oceánico.
Cadena alimenticia de peces marinos
Las cadenas alimenticias de los peces marinos, que tienen como origen primero las moléculas orgánicas y su culminación en los grandes carnívoros, son en realidad ciclos o redes, más que cadenas en sentido estricto. Pues si se observan estos “niveles tróficos” (productores primarios, herbívoros, carnívoros, carnívoros de segundo orden), el anillo se cierra gracias a los necrófagos y los descomponedores, sin hablar de que muchos animales pueden ser presas en un determinado estadio de su existencia, y en otro, depredadores.
Los gigantes del océano, los cetáceos con barbas, son planctonófagos. La ballena engulle enormes “bocados” de agua de mar, que filtra a través de las barbas o ballenas que guarnecen su cavidad bucal, para retener sólo una masa de pequeños crustáceos eufausiáceos conocidos con el nombre de krill. Otras especies planctonófagas, dotadas de sistemas de filtrado más elaborados, son capaces de retener las partículas planctónicas más finas, e incluso el nanoplancton (plancton pigmeo).
Cadena alimenticia de peces marinos
Las cadenas alimenticias de los peces marinos, que tienen como origen primero las moléculas orgánicas y su culminación en los grandes carnívoros, son en realidad ciclos o redes, más que cadenas en sentido estricto. Pues si se observan estos “niveles tróficos” (productores primarios, herbívoros, carnívoros, carnívoros de segundo orden), el anillo se cierra gracias a los necrófagos y los descomponedores, sin hablar de que muchos animales pueden ser presas en un determinado estadio de su existencia, y en otro, depredadores.
Los gigantes del océano, los cetáceos con barbas, son planctonófagos. La ballena engulle enormes “bocados” de agua de mar, que filtra a través de las barbas o ballenas que guarnecen su cavidad bucal, para retener sólo una masa de pequeños crustáceos eufausiáceos conocidos con el nombre de krill. Otras especies planctonófagas, dotadas de sistemas de filtrado más elaborados, son capaces de retener las partículas planctónicas más finas, e incluso el nanoplancton (plancton pigmeo).
La mayoría de los peces marinos se alimentan de zooplancton, y es probable que, aparte del Chano chanos, no exista ningún otro pez cuyo régimen se base exclusivamente en el fitoplancton. Las redes alimentarias son más o menos eficaces desde el punto de vista del trasiego de la materia orgánica. Se necesitan unos 10 kilos de fitoplancton para producir un kilo de zooplancton, y cerca de 10 kilos de zooplancton para “fabricar” un kilo de pez volador, y así sucesivamente, hasta llegar al último eslabón de los peces marinos . En realidad, se necesitan 1.000 toneladas de diatomeas para “elaborar” un kilo de tiburón. Por el contrario, no se requieren más de 50 kilos de diatomeas para engordar cinco kilos de camarones, los cuales constituyen la cantidad suficiente para “fabricar” un kilo de ballena. En la red alimenticia, la relación más espectacular que puede observarse es la que vincula al depredador con su presa, pues todas las especies, a través de los tiempos, han desarrollado los más diversos métodos de ataque y de defensa, los más asombrosos y más adecuados para garantizar su supervivencia. Los organismos que no salen airosos en el intento sucumben en el camino.
Mecanismos de defensa
La voluntad de vivir -cualquiera que sea el nombre que se le dé: reflejo de autodefensa, instinto de supervivencia, instinto de conservación- es, con la comida, el sexo y la defensa del territorio, una de las motivaciones esenciales de la existencia de los peces marinos. Un organismo que no estuviera animado de esta voluntad de vivir, de este impulso vital (y la expresión no tiene nada de metafísica), no haría uso de sus mecanismos de defensa y sucumbiría rápidamente. Las reacciones instintivas, estereotipadas, que pone en marcha el comportamiento defensivo, forman parte del patrimonio hereditario del animal; se transmiten de generación en generación, como la forma del cuerpo o el color de los ojos. La “voluntad de vivir” que anima a cada individuo de una especie determinada (Aristóteles decía: “de perseverar en su ser”) se integra con la “necesidad de vivir” de la especie a la cual pertenece. Las particularidades de los mecanismos defensivos de la especie de los peces marinos son la manifestación de caracteres genéticos únicos, que se han constituido poco a poco en el transcurso de la evolución. Otros animales, por el contrario, desarrollan unos comportamientos defensivos que les enseñan sus padres y que ellos mismos ponen a punto.
Los mecanismos de defensa revisten modalidades múltiples, infinidad de variaciones. Algunos están destinados a intimidar al agresor, a hacerle ver los riesgos que corre: el que se busca su ruina la encuentra... El sistema defensivo de los peces marinos puede ser totalmente hereditario; por ejemplo, una coloración viva que polarice la atención del depredador sobre la región mejor defendida del organismo. Puede ser también el resultado de un encadenamiento de actos más complejos, algunos de los cuales son totalmente automáticos (reflejos) y otros adquiridos. Ningún animal dispone de una defensa perfecta, inexpugnable, contra los depredadores. Los mejor protegidos -la orea, el cachalote, por ejemplo- se encuentran a merced de infinidad de parásitos. Cuanto más elaborado está un sistema de defensa, tanto más eficaces, evidentemente, deben ser los medios de ataque del depredador. Cada uno de los adversarios, para alcanzar su meta (asegurar su supervivencia en un caso, comer en el otro), despliega astucias y artimañas diversas.
El éxito de la autodefensa de los peces marinos depende de la detección rápida de la amenaza y de la perfecta adecuación de las reacciones del animal ante el peligro. El tímido gobio es tan prudente que desaparece a la menor alerta; el paso de una nube, por ejemplo, basta para espantarlo. El estímulo que desencadena la excitación del sistema defensivo puede estar “encarnado” por un animal que no constituye una amenaza constante, pero que no por eso deja de ser menos peligroso en ciertos momentos, en unas circunstancias determinadas (necesidad extrema, etc.). Presas y depredadores en los peces marinos -numerosas observaciones lo atestiguan- pueden vivir juntos y en paz, a condición de que la presa se mantenga siempre en guardia y reaccione al menor cambio de actitud o de comportamiento por parte de su potencial devorador... Los animales tienen un “conocimiento” instintivo de su equipo defensivo y de lo que pueden esperar de él. Su capacidad de defensa aparece como el fruto de la herencia pura o como el resultado de un aprendizaje, mediante ensayos y errores múltiples. No basta con que un los peces marinos “identifiquen” una amenaza; es preciso, además, que “sepa” si es oportuno huir o no, si es preciso avanzar y aceptar el reto, o si conviene esperar y mantener una inmovilidad perfecta hasta que el peligro se haya alejado. En alguna parte, entre las respuestas innatas, automáticas, a los estímulos de su entorno y el comportamiento adquirido, aprendido, reside el oscuro origen del juicio, del discernimiento, de la asociación de ideas...; en una palabra, de la “inteligencia”.
Información tomada de: http://www.consejosydecoracion.net/PecesMarinos/
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