Historia de taxi

Ocho y cinco de la noche. El apuro de dos jóvenes por llegar a casa apremia. Caminan por toda la avenida Larco, en Miraflores, buscando un taxi para poder volver lo más pronto posible; en casa, mamá los espera para cenar.

Se detienen en un paradero, por fin un auto a la vista. Un Station Wagon blanco aparece zigzagueante entre una fila de buses de transporte público y después de cerrar a uno, se estaciona enfrente de la pareja. A chorrillos, le dice Alejo, cuánto a Chorrillos.

El taxista abre mucho los ojos; sin embargo, su misteriosa mirada no parece intimidar a los clientes (en este caso, las víctimas) de turno. Te cobro diez, hay tráfico, ya amiguito, cuánto pagas tú.

Te pago nueve, nueve y nos vamos. Perfecto, el trato se hizo, subieron al asiento trasero mientras la fila de buses llenaba el ambiente de ruidos ensordecedores que hacían con sus bocinas, las que aplastaban indiscriminadamente para que el irresponsable taxista se pueda mover. Aceleró el auto y esto provocó que su sonido se mezcle con el de las bocinas de los buses; atrás, la pareja no percibía nada de lo que ocurría en el exterior, estaban muy concentrados en ellos mismos.

De pronto, el auto utilizó un desvío que no estaba en la ruta que debían seguir; los jóvenes se percataron de ello y Alejo le increpó al taxista: Oye, esta no es la ruta, a dónde nos estás llevando. El conductor con voz suave le dijo: Tranquilo, es un atajo, por la vía principal hay demasiado tráfico y no vamos a llegar a tiempo.

El falso taxista no dejaba de observar a la pareja por el espejo retrovisor. Cuando ellos se dieron cuenta, el nerviosismo los invadió; segundos antes de que Alejo empiece a gritar, de la maletera del auto salió un sujeto que, amenazante y con un cuchillo muy grande, empezó a ordenarles que se callen y que le entreguen todo lo que tenían. En una esquina de un camino largo y oscuro, el auto se detuvo un momento para que suba un asaltante más; el chofer y el sujeto que había subido tenían sendas pistolas con las que apuntaron a sus víctimas.

Alejo opuso resistencia, quiso bajar del auto con su novia pero no lo dejaron, él solo tenía quince soles y un celular vetusto; al no hallar cosas de valor, los delincuentes arremetieron contra ella. El llanto y los gritos se confundían entre la negrura de la noche y lo polvoriento del camino desconocido que el falso taxista había recorrido. Al buscarle objetos de valor o dinero y no encontrar nada más que un celular como el de Alejo, los asaltantes quisieron abusar de ella. Empezaron a tocarla por todo el cuerpo, a intentar quitarle la ropa y besarla a la fuerza.

Alejo furioso los intentó golpear pero de nada sirvió. Cállate maricón porque te vamos a malograr, cuando, de pronto, uno de ellos clavó el cuchillo en el pecho del muchacho, y lo hizo dos veces más; en ese momento encendieron el auto y a toda velocidad salieron del lugar. Los delincuentes pensaban que Alejo estaba muerto, ella estaba en shock y no paraba de llorar, la sangre emanaba a borbotones del pecho y recorría todo el asiento trasero del vehículo.

Nada más llegar a un descampado, dos asaltantes abrieron las puertas y los empujaron, los golpearon y les recriminaron por no tener dinero, de nada nos han servido, traigan plata otra vez, porquerías. Perdidos y sin un sol en el bolsillo, Alejo sin zapatillas ni casaca y acuchillado y ella sin celular y con los nervios destrozados, decidieron caminar y pedir ayuda.

Caminaron y llegaron a una posta, curaron las heridas a Alejo y volvieron a la avenida principal del lugar para tomar un taxi, otro más con un inmenso miedo; sumamente nerviosos y contrariados, con el temor reflejado en los ojos de ambos y después de horas de incertidumbre uno sobreparó, observaron la maletera y le preguntaron al taxista, a Chorrillos, por favor, cuánto. Un señor magro les contestó, nueve soles, hermanito. Qué ha pasado, te han hecho daño. Alejo no propuso una rebaja, aceptaron y se subieron al vehículo, en el camino miraban hacia todos lados y no le quitaban los ojos al conductor, felizmente el dolor por las cuchilladas estaba cesando un poco.

Llegaron a casa y en la puerta mamá los esperaba, paga el taxi por favor mamá, son nueve. Pero Dios santo qué les ha pasado, qué ha sucedido, la señora María pagó el taxi e inmediatamente decidieron llevar a Alejo a una clínica, ese sería el fin de una pesadilla, una que lamentablemente vivieron por culpa de un falso taxista en el que ellos confiaron .

La seguridad en los taxis cada vez es menor, las circunstancias son aprovechadas por delincuentes que roban vehículos y les cambian las placas, les ponen un rótulo de taxi en el cual se escudan para hacer sus fechorías. Esta es solo una de las tantas historias que se viven en Lima a diario y que quedan sin siquiera ser denunciadas. Bandas organizadas operan sin que la policía pueda hacer nada. Lo único que debemos hacer es estar prevenidos y evitar tomar autos informales que no brindan el mínimo patrón de seguridad que se exige para dar el permiso; entonces se puede concluir que la seguridad también está en nuestras manos y que debemos ser conscientes del peligro para no exponernos frecuentemente a ellos como siempre lo solemos hacer.