Valores en conflicto
Aunque parezca algo extraño, muchas veces nos encontramos ante situaciones que ponen en conflicto nuestros valores. En ocasiones, nos enfrentamos a una disyuntiva que tal vez sea muy difícil, pero que al final desde la ética, sabremos encontrar los caminos de conciliación que devuelvan la tranquilidad a nuestro ser.
¿Pero qué es obrar bien y cómo podemos hacerlo?
Básicamente, obrar bien es en resumen cumplir con nuestro deber, sin embargo, muchas veces cumplir con nuestro deber puede no ser lo que nos hace felices. A pesar de ello, el hecho de saber que tomamos la opción correcta basta para hacernos sentir bien con nosotros mismos.
¿Porque razón debemos diferenciar el bien del mal en nuestras acciones? Somos seres que vivimos en sociedades, el buen funcionamiento de estas sociedades dependen de que todos los sujetos, o al menos la mayoría, se comporten de buena manera. Por lo que resulta altamente conveniente disponer de un sistema de valores éticos para resolver de la mejor manera aquellos asuntos que las leyes no abarcan, arraigando así, la convivencia pacífica.
Fue este concepto de sana coexistencia el que más me quedó grabado cuando de niño tuve mi primer contacto con este dilema en plenas vacaciones escolares. Pasado el mediodía, luego de almorzar con mi familia, los amigos de mi barrio me invitaron a jugar a la pelota, pero como la cancha que siempre usábamos estaba en mantenimiento, tuvimos que conformarnos con un patio de casa en donde improvisamos arcos, líneas y hasta árbitros.
Ese patio no era lo suficientemente grande para hacer de canchita de futbol, pero nos arreglamos bastante bien por un par de horas. Lamentablemente para mí, tuve que comprobar lo chico que era ese patio, reventé la pelota en un tiro al arco que salió mal y se estrelló contra la ventana de una vecina.
Todos mis amigos salieron corriendo, pero yo me quedé inmóvil, sin poder reaccionar. Mis padres iban a matarme, seguramente iba a terminar castigado por unas cuantas semanas. Definitivamente, tenía muy mala suerte. No quería pasar el resto de las vacaciones encerrado, así que en cuanto pude reaccionar, corrí hasta mi casa.
Los días pasaron y nadie reclamó nada. Me sorprendió un poco lo bien que había resultado todo, lo conveniente que resultaba para mí que la persona que vivía allí no hubiera consultado lo ocurrido con su ventana. Me intrigaba qué pasaba, por qué nadie reclamaba que le pagaran su vidrio roto.
Fue cuando me enteré. Allí vivía una anciana que algunas veces había visto con mi madre. Era muy alegre y sociable y todos parecían tenerle mucho cariño. Supe, a través de una conversación entre mis padres, que esa anciana se encontraba enferma en cama hacía un tiempo ya. Entendí entonces que no era que no quisiera reclamar, sino que seguramente no podía, o tal vez ni siquiera tenía a quien pedirle ayuda o sencillamente no se había percatado por su misma condición de salud.
Me preocupé, ya que sin vidrio en su ventana, la frescura de algunas noches podía empeorar su salud. Aunque también sabía que si les confesaba a mis padres mi travesura, podría terminar las últimas semanas de vacaciones encerrado en mi habitación.
Fue entonces cuando tomé la decisión. Con chanchito en mano, tome valor y se lo confesé a mis padres, les pedí que por favor repararan el vidrio con el dinero destinado a mi futura bicicleta. Mis padres, orgullosos de mi honestidad, no me castigaron, aunque lógicamente no me pude comprar mi bicicleta nueva.
Postergar la compra de mi bicicleta no me importó, y más aun, creo que fue la mejor decisión de esos días, no solo por el bienestar, alegría y tranquilidad que me produjo, sino por que pasé buena parte de mis tardes del resto de esas vacaciones, y de los siguientes meses, ayudando a mi vecina, disfruté de sus anécdotas e historias de otra época, y sobre todo degusté unas meriendas especialmente ricas que le agregaron unos cuantos kilos a mi cuerpo.
Aprendí que actuar bien te hace sentir bien, te ensancha la alegría que aporta la sensación de hacer lo correcto, te conecta con el orgullo que brinda la colaboración desinteresada, te engancha con la tranquilidad que expande tu lado espiritual.
Más allá de que pueda interferir con los planes que tengamos, mas allá del esfuerzo físico que pueda significar, o de la labor intelectual o hasta espiritual que debamos emprender, nuestra forma de actuar siempre se verá reflejada en la personalidad, y por simple naturaleza humana, si actuamos de mal, sencillamente nos estamos traicionando.
El ejercicio infaltable para poder deducir si estamos actuando bien, es ponernos en el lugar del otro. Si nosotros estuviéramos en su lugar, ¿cómo nos gustaría que actuase la otra persona? Tomando esta interrogante como máxima a la hora de actuar, con total seguridad puedes estar tranquilo de que tu accionar es verdadero y desinteresado.
Sé fiel a ti mismo, una persona ética tiene la verdad, la responsabilidad y la honestidad de su lado. Lo más beneficioso es actuar desde los valores, estos te otorgan tranquilidad de conciencia, alta credibilidad, excelente estado emocional, en fin, te regalan la integridad de un ser que entiende la profundidad de su papel en la vida.
Cuando tengas una situación que te ponga en la disyuntiva entre el bien y el mal, intenta pensar en el bienestar de tu conciencia a largo plazo y no en tus beneficios inmediatos. Porque con el pasar del tiempo, la conciencia pesa y en el fondo siempre sabremos cuál es la solución correcta.
De todos modos, si para ti es un dilema, no vaciles en consultar con algún profesional, o incluso con un amigo, tu red de apoyo es más grande y generosa de lo que piensas. Muchas veces no son tan visibles los caminos del bien y el mal dado nuestro punto de vista subjetivo, pero otra persona puede ayudarte a resolver el problema gracias a su óptica externa. Así podrás visualizar más nítidamente los caminos a seguir y complementarás tus argumentos para tomar una sabia decisión.
“Ejercita tu integridad en el momento de la verdad”
S.Covey
Jaime Mora Director de www.impulsate.com
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